viernes, 3 de febrero de 2012

Obra (s)

Con un prólogo dispuesto al fracaso, ya la obra nace intacta, desde la más puta miseria, hasta la gloria más barata.

Hasta cuando no hubo espacio,
se creó el tiempo innato,
se supuso la composición continua,
que inició como un estigma.
Así como la rima asonante,
que lejanos corazones conquista.

Inevitablemente la duda,
ay de mí, la emotiva,
aquella que sin ciertos goces,
puede destrozar tu sonrisa
y he dudado del misterio
que acompañó a mis páginas hoy amarillas,

y temo a la respuesta,
el pasado… la música escondida.

Creí en la misión desinteresada,
pisando cabezas chiquitas,
corriendo por los rincones del alma,
con mi lógica desprovista.

Cómo, si antes no pude salir a gatas,
tras la ventisca,
hoy sé exactamente a donde quedó la puerta,
y tengo la llave para abrirla.

Mi bien, el mal de mi conciencia,
y mis cien caras dispuestas,
mi corazón con venas muertas,
mi pasión en letras ciegas,
mi bien…

tus ojos leen,
imagino el sinfín de ideales
que rompen mis convenciones literales,
más no pienso, no más y los cristales,
levantando de mi piel con sangre seca,

detrás de mis ojos,
cuando los tuyos lloran lágrimas de palabras astutas,
y mis líneas se convierten de blancas a impolutas,
trasparentes como el agua derramada sobre mis lentes,
sin cristal, ya nombrado, detrás de mis pies,
debajo de la luna, adelante de mi ser.

Uno de los tantos.

Epílogo: denigrante. El éxito depende del silencio parlante, eso mismo, lo que ya no ves.

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