viernes, 24 de febrero de 2012

La receta


Sobraba el instante en la mesada, el humo de las cebollas en aceite amenazaba con exponer las sombras al vapor. Y yo te miraba, juntando valor. 

Bastaron solo segundos para el incesante llanto sin excusas, los platos se rompieron contra la pared de la razón,y ya nada detuvo tus pasos.

El corazón por unos minutos se quebró. Las miradas volaban entrecruzadas con algunas lágrimas solitarias y el tiempo descompuso sobre el cajón.

Los bordados lejanos, que decoraron mi habitación, se aproximaron a la muerte, de la mano del perdón.

Cada sonido ambiental desentonaba con el negro augurio en la ventana. La noche se acomodó a la forma de tus manos, y todas las estrellas sangraron al unísono de una canción de despedida.

Le prometí a mis instintos valorar cada mañana, pero el estómago vacío recordaba el desayuno que ya no apreciaba, tostadas con manteca y mermelada.

Pudimos quizás detener algún atardecer en los juegos de una plaza, o quizás podríamos haber nunca tomado un helado y dejar que el invierno se escapara con las demás estaciones, quedarnos en el limbo, volar un cometa en el abismo, ahora blanco en tu fría mirada.

Cada vez que lo recuerdo, siento como se parten las almas de todas las memorias compartidas con tu difunta palabra.

Bailarán los astros arriba de mi cabeza oxidada y reirás, seguro, malvada. Y beberás del vino que mi sangre no colectó en las vendimias pasadas, reforzarás la coraza que me envuelve, y flotarás en alguna madrugada sobre mi cama en la que no duermo, no, el insomnio es genéticamente proporcional a la mala racha.  

Asombra el futuro, no estás en los planes del mundo y pretendo morir mientras estornudo. Asusta, lo sé, saberte ausente de mis adicciones, pero escribirte es un placer de dioses, en mi agnosticismo nunca casual.

¿Volverás?

Pienso que la distancia es un pesar, diez metros bajo tierra es para mí una eternidad.

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