Caminó tras la huella infinita del
ocaso, el cielo parecía inmenso, los pasos cada vez más profundos y en sus
hombros todo el peso de la virtud. Los carteles indicaban que su destino estaba
pronto a su posición. Lento pero con la mirada contundente pudo divisar en la
distancia el gran puente. Sus brazos se estiraron hasta alcanzar una de las
líneas que lo dibujaban, y desde el escalón primero del paradigma, se lanzó.
Voló inconsciente por el espacio, buscando dónde poder aterrizar, pero sin
suerte siguió su curso, hasta toparse con la pared de su libertad.
Las teorías, hasta ese momento,
eran inciertas, no existía forma de comprobarse la hipótesis, o de ejercerse un
juicio de valores real sobre la duda existencial de su fórmula obtusa. Cada
ejercicio matemático o silogismo, aplicable a su obra, se veía ofuscado por la
intensidad de las formas. Hasta las partituras se quedaron agotadas de notas
plausibles, ninguna pudo graficar el sonido de su precisión.
Cuando murió, para al fin
salvarse, el amanecer lo sorprendió, y así, con el café a medias empezado,
argumentó que la luna era de queso, que el sol un pastel y que su locura era
parte de un proceso evolutivo del ser.
Las acotaciones al pie de su obra
eran solo una pantalla, nada de lo que explicaba era cierto, pero sí eran
honestos sus intentos de solventar el pretexto con un poco de sencillez. Las
heridas eran profundas, más nada lo pudo contener, nada lo alejó del sendero,
hasta se deshizo de su piel. Su cuerpo era solo sustancia, sin materia que
componer, sin sangre que verter en las venas del misterio, era solo una frase
en un papel.
El lenguaje colectivo de su círculo
íntimo lo intimó a la última apuesta, a la puesta en escena final, la
predilecta, su respuesta. Pero pese a la insistencia, se vistió de soledad y
partió, buscando sociedades anónimas o algún anarquista editor.
Hasta hoy.
Hoy, cuando roto en pedazos,
frente a la puerta de su calabozo literario, se ha convertido en leyenda, en el
autor menos pensado. Hoy, cuando un tanto arruinado, con su mano derecha
sudando y con el resto de su cuerpo enterrado, vendió el volumen uno, editado,
de su autobiografía post mortem: “El mago y su ficción”. Uno, dos, tres…
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