Ay que tontería, de lo ilógico las analogías, dime que has leído y te diré en tono exquisito que lejos de ser tesoro, habrás de cometer un delito. Vamos, sabemos que lo repito, porque soy el eco maldito del pasar inadvertido. Contra el tiempo, digo, asombra mi consecuente respuesta, cuando todo, cuando lo mío. Por más que intente confundirlo, el texto siempre es el mismo, y de la veracidad, me guardaré los adjetivos. (Putas, y sus verbos, pícaras y el misterio) letras al fin y mi ingenio.
Anda, esto tiene sus virtudes, como destacar los defectos, como reírme del texto que rima con lo opuesto y con el cóncavo y convexo de mi práctica invención. Es que lo admito, cuando lo facilito, no quedan más que pedacitos sin conformar el estúpido ritmo. Relee, relee, no seas quedado, lector extrovertido, no completes con tus ojos lo que aún no he dicho. Escrito está, no pienses que luego existo, escrito está, aunque no nos percatamos del cautivo, aquel sustantivo impropio, aquel tabú de lo leído. Con tantas de mis notas, de instantes, al mismo tiempo, reducidos, cuando eso no debería importar. Y me río, y en lo cierto me queda el sonido, como si rimar fuera un tic tac que lanza dardos al olvido, como si la memoria se redujera al momento del hastío, y me quedara a soñar, en pensar en lo indebido, en lo que no se debería pensar. Pero las leyes allá son distintas, a los ojos del impar, o del par en zapatillas, no quisiera explayarme más. Mira como va, largo y condescendiente, pero corto para pensar. Apenas el comienzo, siempre se puede morir más. Siempre. Mueren las letras, madrugadas sin ideas, me digno a terminarte, a ti, a la voz interna que dicta sin tanta pena, cuando quisiera gritar. Ja, la risa y la trompeta cuando está por arribar, la conciencia, la fortaleza, la crudeza del azar.
La gata debajo de la mesa, persiguiendo por sorpresa a una mariposa negra, y me distrae mi inconsistencia, al verla, movediza y esbelta… girando entre sillas quietas, intentando comerse a su presa y a una hormiga, que casualmente, vuela.
Decía, a veces escribo sin el sentido horizontal del autor, pues la verticalidad es mi cautiverio, dentro del cual vivo, escribiendo, haciendo uso del olvido, desmereciendo al viento.
Fumo y miro al suelo, mientras enciendo el peor fuego, adentro, donde no se queman más que los cuentos. Me digo, a veces vale más el intento, y veces intento no decirme cosas que no siento. Y lo siento, perdón, he caído nuevamente al abismo de los antónimos casi paralelos, nos caeremos, lector, agárrese que nos caeremos. Pero mientras cae sonría, me lleva consigo, y quizás hasta no cagamos de la risa, nos vamos por unas cervezas frías y rememoramos la caída, mientras no se corte el labio con mi habla poco precavida, venga, súbase a mi monotonía. Pantomimas.
La puta madre, digo, no me mal interprete, la gata come cebolla, y al cortarla mis ojos lloran, no así ella, la deshonra, la contraposición de las caras, las capas, y los capaces sin escobas. No tiene sentido, lo sé, pero podría llegar yo a comprender, si pudiera en algún punto saber que es lo que he querido exponer. Cambiando de tema, hace años que no tomo un té.
Anda, esto tiene sus virtudes, como destacar los defectos, como reírme del texto que rima con lo opuesto y con el cóncavo y convexo de mi práctica invención. Es que lo admito, cuando lo facilito, no quedan más que pedacitos sin conformar el estúpido ritmo. Relee, relee, no seas quedado, lector extrovertido, no completes con tus ojos lo que aún no he dicho. Escrito está, no pienses que luego existo, escrito está, aunque no nos percatamos del cautivo, aquel sustantivo impropio, aquel tabú de lo leído. Con tantas de mis notas, de instantes, al mismo tiempo, reducidos, cuando eso no debería importar. Y me río, y en lo cierto me queda el sonido, como si rimar fuera un tic tac que lanza dardos al olvido, como si la memoria se redujera al momento del hastío, y me quedara a soñar, en pensar en lo indebido, en lo que no se debería pensar. Pero las leyes allá son distintas, a los ojos del impar, o del par en zapatillas, no quisiera explayarme más. Mira como va, largo y condescendiente, pero corto para pensar. Apenas el comienzo, siempre se puede morir más. Siempre. Mueren las letras, madrugadas sin ideas, me digno a terminarte, a ti, a la voz interna que dicta sin tanta pena, cuando quisiera gritar. Ja, la risa y la trompeta cuando está por arribar, la conciencia, la fortaleza, la crudeza del azar.
La gata debajo de la mesa, persiguiendo por sorpresa a una mariposa negra, y me distrae mi inconsistencia, al verla, movediza y esbelta… girando entre sillas quietas, intentando comerse a su presa y a una hormiga, que casualmente, vuela.
Decía, a veces escribo sin el sentido horizontal del autor, pues la verticalidad es mi cautiverio, dentro del cual vivo, escribiendo, haciendo uso del olvido, desmereciendo al viento.
Fumo y miro al suelo, mientras enciendo el peor fuego, adentro, donde no se queman más que los cuentos. Me digo, a veces vale más el intento, y veces intento no decirme cosas que no siento. Y lo siento, perdón, he caído nuevamente al abismo de los antónimos casi paralelos, nos caeremos, lector, agárrese que nos caeremos. Pero mientras cae sonría, me lleva consigo, y quizás hasta no cagamos de la risa, nos vamos por unas cervezas frías y rememoramos la caída, mientras no se corte el labio con mi habla poco precavida, venga, súbase a mi monotonía. Pantomimas.
La puta madre, digo, no me mal interprete, la gata come cebolla, y al cortarla mis ojos lloran, no así ella, la deshonra, la contraposición de las caras, las capas, y los capaces sin escobas. No tiene sentido, lo sé, pero podría llegar yo a comprender, si pudiera en algún punto saber que es lo que he querido exponer. Cambiando de tema, hace años que no tomo un té.
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