martes, 7 de febrero de 2012

Minutos al abismo



La primera palabra del tiempo fue sorpresivamente un “detente”. Un corazón sangraba en las alturas del abismo, a lo lejos. Lloraba eternidades de ríos rojos, latentes, sombríos. Pudieron los ojos quizás conservar algo de esos mares, pero no se detuvieron a contener su caudal. 

La voz del silencio cantaba a gritos entumecidos, su garganta se desarmó en cantares tristes, la melancolía se asombró. El pasado cautivaba todas las miradas sobre sí mismo. Las memorias a veces son la cárcel y otras el exilio. Predominó la ausencia, dicen algunos, todo fue interpretado como un suicidio. 

Cada parte de la luna tembló, se estremeció, preguntándose cómo pudo, cómo logró realizarse con la muerte, sin resucitar, sin un paramédico a mano… la especialidad de aquellos es la de disimular la atención referida al acto. 

Ella, pudo quizás esperar, pero no le correspondía el dolor. Ella pudo dejar de llorar, pudo haber pretendido sonreír, pero no la dejó el frío. Ese invierno derramó sobre sus raíces todos los sollozos, toda la incertidumbre, todo el dolor del mundo, su mundo… 

Sugerí, en su momento, olvidar el color de las cortinas del comedor. Un ataúd de poemas yacía alrededor de la mesa. Una cantidad inconmensurable de promesas rotas por el temblor intestinal de una primavera, cada vez más lejana a ese estío adormecedor, opiáceo y clandestino. 

Me quedaron las horas detrás de la puerta, me sobraron las palabras muertas, las letras inciertas y la picazón del hambre absorbente en mi delirante estómago literario. Morí, si es que puede metaforizarse así mi sentir, mi padecer altruista y desinteresado. Temí.

La última palabra fue el refuerzo de una frase: “salud”. Lo que faltaba en la constancia humorística de una cena, quizás la primera de las últimas, allí en la tierra. 

No pretendo la tristeza sumisa y transparente, sólo el recurso ausente de un desahogo lineal, gramatical y precario. Silente. 

Ganas de romper el hilo atrayente, furia de miles de ojos que padecen ante la pereza de la madrugada, tantas letras quieren escaparse, como rememorando el deseo de caer junto con el tiempo, con la luna hecha trizas en el suelo. Ganas de ganarle al espacio, escenario de males absolutos. Individualidad del corazón invisible, retraído, disidente.

Su mano tembló,
pensé que el final era inminente,
derretí mis ojos y dormí.
Así sucedió.

Cada línea antes escrita
superó la anterior dicotomía,
el bien y el mal no me comprendían,
quise un antes y el después fue una pesadilla.

Se alargaron los tormentos
hasta el punto muerto
de una decisión abismal,
supe dividir mis aguas entre frías y más.

Dije adiós,
pues se me hizo tarde para despertar,
consumí el fuego
y me consumió el silencio.

Ya no permito excusas en este juego, prometí al sol el menor de los esfuerzos, y reviví, como un libro abierto. Te regalé, lector,  mis sentimientos en una caja de cartón, simbolizando el gran cuento, la tempestad del cielo gris y los rayos cotejando el ejemplo.

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