viernes, 3 de febrero de 2012

Flash & Splash

Distante la luz empezó a contemplar las sombras. Cómo, debajo de ellas, centavos de furia se derretían en el río de las esperanzas perdidas. Cada espacio se devoró a sí mismo, quedando el vacío al asecho de más víctimas. Ven, diviértete. Suponiendo que las masas hicieron lo mismo con las comunidades protegidas, el verso de la noche cautivó a las bestias, hambrientas del pan que sobraba. Poco cabía en el estómago delirante de la desidia.

Catapultas llenas de cadáveres del mundo se disponían a lanzar los deshechos a un campo de concentración literaria, resta decir que las palabras muertas se cotizaban más que las letras audaces que paseaban aquí y allá.

La primera impresión de la variación de los tiempos verbales comenzó a desprenderse de la simple vista, y cada uno de los ejes, de la comunicación resultante, se desplomó en llantos, en lágrimas decimales de cada cero. Como un código inconcluso, el laberinto de ideas inició el sufragio, en consecuencia de la carencia de imágenes representativas de aquel ocaso, del apocalíptico destino de los poemas alguna vez escritos.

Socialmente detestable, claramente confesable, pecados del libro y errores de tipeo antes permitidos. Cada parte del todo se vino abajo como un edificio lleno de explosivos (remitirse a la memoria actual), como de la nada un ave, como en fuegos circulares, como si… y toda teoría que quisiéramos evitar. Abajo.

En el teatro bailaron los bancos, saltaron pintados de alegría, y derribaron los palcos. Mimos y payasos, adornados de tragedia, se vieron en la irrisoria duda de llorar o reír, de matar o dejar vivir, torturando en el goteo contado de sangre azul. Peatones del viento corrompieron los sanitarios, con mensajes subliminales, “detengan al reloj”, más no se pudo, fueron detenidos por atentar contra la propiedad privada de la materia fecal, dicen ellos, alias: contraproducentes autoridades del edificio público.

Mentiras y verdades plasmadas como memorias en el ataúd de la obra, que en paz descansa, mientras la tierra la absorba.

Podrás construirme un cielo de bellezas exóticas, decía el caminante, podrás remitirte a mi sueño de volar, y hasta podrás describirme mi mente con palabras coloridas, pero no creo que puedas demostrarme cuánto te importa mi pasividad, y cuánto necesitas de mis pasos... vete, dibuja la fantasía de otro. Con la partitura bajo el brazo partió, se desvaneció minutos después, y sangró las notas, no hubo tiempo para revivirlo, había perdido tantas canciones que murió en silencio, rodeado de altruismos de luto y farsantes de la electrónica acomodada. Treinta segundos.

La cosecha de emblemas tuvo como última parada el otoño. Cayeron las hojas del viejo árbol, a rayas, color mate… en su interior pensó que quizás era una mutación genética de la especie. Iluso. Se fumó en último cigarrillo de paciencia y esbozó con ternura el verso de su corazón en fuga. Durmió. Al otro día despertó en una buena primavera, en el lugar del árbol muerto, habían crecido cantares sin flores. Los aromas lo atraparon, como musas desnudas llamándolo al arco iris. Y le faltaron brazos, piernas y tentáculos para pararse, correr y toparse contra una pared de concreto que derrumbó el espejismo, cayendo en la cuenta de la cárcel que lo rodeaba. Tras las rejas observó el árbol sonriendo, lleno de gusanos y tablas numéricas frías. El anzuelo.

Despertares de soles, simplezas del espacio reducido de la mente, autopistas de herméticos circuitos. Giran en torno al tiempo los albores del silencio, las laboriosas neuronas acomodando las manos al modelo arquetípico de un momento. Poco se recuerda en la conjunción del misterio, los colores, los cementerios, las flores crudas y la carne cocida a punto caramelo. Debido a las interrupciones climáticas, cerdo.

Pequeños retazos de la gran tela gramatical, para cortar y recortar, como papel picado antes de procesar. Llueven textos, llueven… sobre el excremento, ahora abono, de una mente sin complejos, sin estructura, sin cimientos.

Sal de aquí. Y salió corriendo.

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