domingo, 19 de febrero de 2012

El espacio vacío


Punto y aparte. Combates de la lengua y el paladar hablante, dadores de tinta en el hospital del cordial lenguaje. Miles de palabras caen al texto desde la nada y en coherencia con las ideas, van creando una estructura mental digna de un diccionario de sinónimos del sueño.

Comentaba el corrector de la razón, y debatía con la sustancia, incurrían en el saber oculto y en las formas prácticas de borrar sin que se note, de caminar en bloques hasta el punto de partida y luego el derroche. Un punto decimal de más pudo cambiar el resultado, dijo, y delimitó el campo de trabajo, el marco teórico del estado. ¿Dónde pudo esconderse?  Cobardes en traje sin corbata, mistificaciones del alba, desleales a punto nieve sobre la cacerola hirviente y sin agua.

Redacto en el acta, miro hacia sus caras, las de las teclas cóncavas y repito la última línea, sin comas: “                            …”. Partícipes del fiasco. Los sueños pudieron todo compensarlo y aún así rieron de lo falso, calificaron de inmoral al corazón atado, al cerebro descompensado, a las temblorosas manos que tocaron aquel piano. Todo, en el onírico saber, se hizo claro, se desprendieron de las cadenas los esclavos, y al cabo de un año, entre segundos acaudalados, se hizo entrega del testamento. Todo, menos los bienes calificados.

Punto y aparte. Batallas culturales del ansiado cielo santificado en burdas copias altruistas y hasta budistas. Confecciono la obra de la vida, doy pie al sacrificio en un ritual de letras cursivas, atrás, en la cocina del pueblo, en la impronta discursiva. En el culo del mundo, o en la intencionalidad nunca correspondida, ¿puede la espada ser mía? El cansancio de una copa vacía cautivó al coronel de las sonrisas, ese con sombrillas en su trago, ese con caricias compradas en el quinto cuarto.

Todos fueron pintados en el mismo cuadro, mis brazos rodearon al placer en un juego de ahorcado, y así morimos en la versatilidad sin resguardo. Mentiras hablaron y verdades contaron, escribieron de lo extraño y aún así comprendieron lo explicitado. Nunca lo implícito fue tan cuadrado, nunca el sarcasmo se hizo de ovaciones tan exactas, como cuando todos se pararon.

La magia fue roja, la boca fue verde, la furia fue azul, y negra la noche persistente, la paradoja apareció gris sobre la ironía púrpura, y por último, de todas, la más oscura, blanca fue la amargura de las obras puras. Magna fue la hermosura de la gran dura comedia, del papel significante, y la duda. Punto y aparte. (El final pretende engañarte).

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