Punto
y aparte. Combates de la lengua y el paladar hablante, dadores de tinta en el
hospital del cordial lenguaje. Miles de palabras caen al texto desde la nada y
en coherencia con las ideas, van creando una estructura mental digna de un
diccionario de sinónimos del sueño.
Comentaba
el corrector de la razón, y debatía con la sustancia, incurrían en el saber
oculto y en las formas prácticas de borrar sin que se note, de caminar en
bloques hasta el punto de partida y luego el derroche. Un punto decimal de más
pudo cambiar el resultado, dijo, y delimitó el campo de trabajo, el marco teórico
del estado. ¿Dónde pudo esconderse? Cobardes
en traje sin corbata, mistificaciones del alba, desleales a punto nieve sobre
la cacerola hirviente y sin agua.
Redacto
en el acta, miro hacia sus caras, las de las teclas cóncavas y repito la última
línea, sin comas: “ …”. Partícipes del fiasco. Los sueños
pudieron todo compensarlo y aún así rieron de lo falso, calificaron de inmoral
al corazón atado, al cerebro descompensado, a las temblorosas manos que tocaron
aquel piano. Todo, en el onírico saber, se hizo claro, se desprendieron de las
cadenas los esclavos, y al cabo de un año, entre segundos acaudalados, se hizo
entrega del testamento. Todo, menos los bienes calificados.
Punto y aparte. Batallas culturales del ansiado cielo
santificado en burdas copias altruistas y hasta budistas. Confecciono la obra
de la vida, doy pie al sacrificio en un ritual de letras cursivas, atrás, en la
cocina del pueblo, en la impronta discursiva. En el culo del mundo, o en la
intencionalidad nunca correspondida, ¿puede la espada ser mía? El cansancio de
una copa vacía cautivó al coronel de las sonrisas, ese con sombrillas en su
trago, ese con caricias compradas en el quinto cuarto.
Todos fueron pintados en el mismo cuadro, mis brazos
rodearon al placer en un juego de ahorcado, y así morimos en la versatilidad
sin resguardo. Mentiras hablaron y verdades contaron, escribieron de lo extraño
y aún así comprendieron lo explicitado. Nunca lo implícito fue tan cuadrado,
nunca el sarcasmo se hizo de ovaciones tan exactas, como cuando todos se
pararon.
La magia fue roja, la boca fue verde, la furia fue azul, y
negra la noche persistente, la paradoja apareció gris sobre la ironía púrpura,
y por último, de todas, la más oscura, blanca fue la amargura de las obras
puras. Magna fue la hermosura de la gran dura comedia, del papel significante,
y la duda. Punto y aparte. (El final pretende engañarte).
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