Breves horas, deparando el futuro de la noche.
Agoniza el sentido oscuro de la realidad,
cada esquina del cuarto comienza a colorearse con lo absurdo del día.
Breves minutos, que parecieran segundos.
Permanente despedida.
Mi noche una vez fue, quizás lo siga siendo, quizás…
y el tiempo.
Mi noche una vez contuvo estrellas,
allá, hace milenios, cuando la luna observaba, cuando el sol dormía
en el insípido mar de la desaparición forzada.
Y cada mañana, al despertar,
postergo con impaciencia al reloj obtuso,
el de las agujas hechas tierra o en el peor de los casos, musgo.
Y respiro ante la duda, ansío y contemplo en mi melancolía capitalista,
un cartel más del deseo precario y la visión costumbrista.
El letargo de la insistencia me domina,
mis capacidades diurnas son tan diferentes a mi especialidad constituida.
Ayer pensaba, cuando joven de cafeína,
que la claridad suponía, a diferencia de las sombras,
una especie de cárcel sin rejas, fluida.
Me asombra la practicidad del esbelto bostezo,
me nombra entre el aliento acostumbrado al ataúd bucal,
y despierto.
Contemplo el calor entre las persianas de mis ojos, no aún abiertos.
Giro en mi propio eje. Giro y duermo.
Paciencia…
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