Supo y no entendió,
rieron juntos,
y desmayaron de la envidia.
Corrieron como niños por la vida
y así se toparon
con la extensión de mi poesía.
Verán morir a las nubes,
sentirán toda su desidia
y sabrán como cuentan los soles,
en la espalda de la ironía.
Capaces de nada infiltraron sus huellas en el agua,
y nadaron hasta el fondo de la trama,
ahogándose luego,
a los pies de mi cama.
Síganme como becerros
y admiren el cielo gris,
el entierro.
Cuando muere un libro
se enciende el infierno literario
que compuse en sus propios ojos sanguinarios.
La oscuridad confunde al autor abstemio y disidente,
entonces es allí cuando aparezco y le digo,
mientras siente que lo aborrezco:
“Es momento de un reemplazo,
deje su asiento,
péguese un tiro,
y duerma anillado,
que pronto coseré sus tapas con seda
y mi nombre atornillado.”
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