Sale el sol, en la concepción general de la inconciencia, asoma el astro y la demencia se proclama por encima del sueño, como un señuelo de salvación. El final del espacio cautivo se rebela contra la impaciencia de un sueño, y al despertar, como en cada fase del espectáculo sombrío, solo resta delirar. Resignarse ha sido, desde un principio, la base de un posterior arrepentimiento, el peor pecado cometido. Y aún desde la persistencia obsoleta de un placer oculto, la noche se inició siempre, teniendo en cuenta el parecer de las estrellas, sus ideales sobre un atardecer moribundo y parapléjico.
Para desobedecer a la consistencia de un hecho, es necesario resplandecer en la oscuridad del misterio, de verdad lo es, porque la mentira se supone soberana entre las musas y por supuesto que no lo es. Malinterpretar las líneas tampoco es una buena vía de escape, puesto que tarde o temprano se tropiezan las palabras, y las particularidades de un sentido se vuelven en contra de la mañana, quizás una como esta; o como las próximas, sin desmerecer al azar o a la suerte de un buen día, esos en lo que no se despierta jamás.
Se desperezan con bostezos las aves de cielo etéreo y nauseabundo, como el mundo del revés y como un revés contemplativo de la intensidad con la que escribo el práctico laberinto del cordón umbilical. Pretérito absoluto de la vida, en instancias previas a perecer entre la multitud de ojos que se abren para jamás poder ver. El desdén de la parsimoniosa costumbre se hace a las manos platónicas, como se hace al tiempo la aurora, y la brisa contagiosa, y la sonrisa pegajosa que se cuece sin cesar, personificando, grandiosa, su manera de llorar. Vuelven atrás los conciertos, rapaces, inciertos, los contraproducentes adversos de una hora de cristal.
Vengo con mi sombra al hombro, como una bolsa celestial, y caigo con mi cuerpo al viento, volando en la eternidad; como eternos los minutos, en segundos nada más. El motor de la ironía hizo una elipsis sin par, dio vueltas al credo exacto de la cultura animal.
Con flautas y con estruendos, bienvenido el antifaz.
Para desobedecer a la consistencia de un hecho, es necesario resplandecer en la oscuridad del misterio, de verdad lo es, porque la mentira se supone soberana entre las musas y por supuesto que no lo es. Malinterpretar las líneas tampoco es una buena vía de escape, puesto que tarde o temprano se tropiezan las palabras, y las particularidades de un sentido se vuelven en contra de la mañana, quizás una como esta; o como las próximas, sin desmerecer al azar o a la suerte de un buen día, esos en lo que no se despierta jamás.
Se desperezan con bostezos las aves de cielo etéreo y nauseabundo, como el mundo del revés y como un revés contemplativo de la intensidad con la que escribo el práctico laberinto del cordón umbilical. Pretérito absoluto de la vida, en instancias previas a perecer entre la multitud de ojos que se abren para jamás poder ver. El desdén de la parsimoniosa costumbre se hace a las manos platónicas, como se hace al tiempo la aurora, y la brisa contagiosa, y la sonrisa pegajosa que se cuece sin cesar, personificando, grandiosa, su manera de llorar. Vuelven atrás los conciertos, rapaces, inciertos, los contraproducentes adversos de una hora de cristal.
Vengo con mi sombra al hombro, como una bolsa celestial, y caigo con mi cuerpo al viento, volando en la eternidad; como eternos los minutos, en segundos nada más. El motor de la ironía hizo una elipsis sin par, dio vueltas al credo exacto de la cultura animal.
Con flautas y con estruendos, bienvenido el antifaz.
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