Vencido el tiempo, supuesto encanto dejado de lado. Vendiendo el cuerpo al peor postor, al de las estrofas en el tejado, intentando olvidarlo, responde al llamado, cual animal amaestrado y adiestrado al menester capitalista de un mercenario.
Cantó la última canción antes de entregarse al llanto, una mancha más al pacto antepasado y al correspondiente control natal, autista y provisorio. Simplicidad de manicomios y algunas estatuas de sal.
Corrió por no volar, para luego desaparecer, y más allá, cuando el amanecer, despertó vestida de espinas en un campo antiquísimo y desértico, sabiendo nunca el paradero de su bolsa de dinero.
Cálculos inexistentes pudieron con su sueño, como matando al destino, escupiendo libros en el baño y vomitando hojas en blanco, tras la pared del antes sanitario.
Productiva en su lógica desproporcionada de comida y ancestral, puras bebidas. Supo contemplar la vida desde una perspectiva ajena a su codicia, ligada al espejo roto en la cocina, cuando la llave abierta, cuando el gas da risa.
Las flores le supieron a caricias, el perfume a alguna botella vacía, y sus manos frías al aire acondicionado del último vehiculo donde hubo ofrecido su tratado.
Persistente y denigrada, como la palabra de mi portada, caminó por la huella poco marcada y volvió, por el camino de las masas, a la esquina designada. Nuevamente en casa, saltando el puente de la abundancia.
Así, silente, resignando sus poemas a la prostitución literaria de las monedas oxidadas. Evidentemente supo administrarlas mejor que yo. Aunque comió de la misma lata…
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