jueves, 16 de febrero de 2012

La esquina


Vencido el tiempo, supuesto encanto dejado de lado. Vendiendo el cuerpo al peor postor, al de las estrofas en el tejado, intentando olvidarlo, responde al llamado, cual animal amaestrado y adiestrado al menester capitalista de un mercenario.

Cantó la última canción antes de entregarse al llanto, una mancha más al pacto antepasado y al correspondiente control natal, autista y provisorio. Simplicidad de manicomios y algunas estatuas de sal.

Corrió por no volar, para luego desaparecer, y más allá, cuando el amanecer, despertó vestida de espinas en un campo antiquísimo y desértico, sabiendo nunca el paradero de su bolsa de dinero.

Cálculos inexistentes pudieron con su sueño, como matando al destino, escupiendo libros en el baño y vomitando hojas en blanco, tras la pared del antes sanitario.

Productiva en su lógica desproporcionada de comida y ancestral, puras bebidas. Supo contemplar la vida desde una perspectiva ajena a su codicia, ligada al espejo roto en la cocina, cuando la llave abierta, cuando el gas da risa.

Las flores le supieron a caricias, el perfume a alguna botella vacía, y sus manos frías al aire acondicionado del último vehiculo donde hubo ofrecido su tratado.

Persistente y denigrada, como la palabra de mi portada, caminó por la huella poco marcada y volvió, por el camino de las masas, a la esquina designada. Nuevamente en casa, saltando el puente de la abundancia.

Así, silente, resignando sus poemas a la prostitución literaria de las monedas oxidadas. Evidentemente supo administrarlas mejor que yo. Aunque comió de la misma lata…

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