Una misión irrelevante cautivó sus ojos transparentes de lágrimas, el silencio pudo con el ocio que acostumbraba a sus manos a permanecer intactas. El tipeo inquisitivo se apoderó de sus ansias, en la necesidad absoluta de contradecir a las masas.
Implícito en su suspicacia se descarriló en algunos recursos literarios, digamos que se fue por las ramas, pero era para desorientar. Años de terapia costumbrista y psicoanálisis de mostrador dieron a sus pasos un poco de trampas y guiños de autor.
La obra teatral recién comenzaba, pero ya estaba bajo el telón. El público, en ese momento, deseó levantarse e irse del teatro urbano, pero no se resistió a sus encantos. Premiado por academias desinformadas de la “cool-tura”, supuso que era el momento de la pausa más burda. Previó el sarcasmo propio en un espejo desacostumbrado al ruido de las moscas, pero allí mismo sacó el conejo de la galera, preparado para un acto sin igual; El futuro sombrío del animal.
Su ojo de vidrio derramó, entonces, una sustancia desconocida por sus neuronas participativas. Un engaño de aquellos, en los que el verano enfriaba tanto que no podía mover sus dedos. Calentó el agua y necesitó de treinta segundos, bien utilizados, para quitarse sus prendas harapientas y desarmarse en el lago.
Marcado por la crueldad del destino, siguió su mojado camino al ocaso de los grandes, según había leído en su lapsus escolarizado bajo el basurero más provisto de complacencias. Sumiso bajo las alas de un ave rapaz, caminó, y mientras más lo hacía, más se desvalorizaba su egoísta composición.
Supusieron aquellos que le vieron caminar, que quizás vagaba buscando un refugio, o donde poder ahogar sus penas con un trago de sal. Afortunado y con poco merecimiento, acotó que era el momento de partir hacia puntos inconexos, y voló. Se vieron en sus pies unas cuerdas mal acomodadas a su forma, y como un globo aerostático se despegó del suelo, riendo a carcajadas con todo el dinero en su bolsillo agujereado y al descubierto.
Nunca más se supo del mago sin cuentos, nunca antes tampoco se había hablado de él. Es que la obra cobra mayor éxito al morir el autor, o al ser encontrado en su peor momento, comido por cucarachas y tapado con diarios viejos. Pero él voló, con su cuello apresado con el nudo de un cinturón, con sus muñecas sangrando al compás del estupor, con su boca vomitando narcóticos fuera de selección, con su cabeza reventada contra algún asfalto adormecedor…
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