¿Viste que a veces uno no sabe para dónde disparar? Es como si nos encontráramos en una encrucijada constante, y a la vez todo es tan simple, es una cosa u otra, o ambas, o nada, a veces siempre termina siendo nada… no sé si me entendés.
Me gustaría hacer como vos, que te viene bien cualquier cosa, creo, intuyo por lo mucho (o poco) que te conozco. Es como que tus latidos son diferentes a los míos, y también tan parecidos, tan lineales, tan… exactos. Pero los míos a veces, como lo dije, a diferencia de los tuyos, se exaltan, se ven en caída libre y a veces vuelan, van de un lado a otro y se marean, mi corazón es como una montaña rusa. ¿Y el tuyo? ¿Acaso tenés uno? Ha de ser, lo intuyo, otra vez, ves como soy un eco de mis propias palabras… a veces lo disfruto. Vos debés saber de repeticiones, del pasado, de fututo, vos no tenés drama alguno.
Te pienso como un ser, sí, uno. Te pienso y también te converso como tal, y no es la primera vez, te confieso que siempre sos un buen conversador, siempre, con tus atemporales respuestas sobre la temporalidad del espacio, sobre ese imaginario plano en el que, con sentido totalmente arbitrario, nos movemos aún sin necesitarlo. ¿Necesitás algo? ¿Sentís dolor? Porque yo sí, pienso… cuando me clavan una aguja en el brazo me quiebro (bueno, en cierto punto me agrada, pero no entremos en eso) pero vos… a vos se te mueven adentro y no se me ocurre más que analizar tu descontento.
Yo respiro y te miro, yo te uso y hago abuso de tu abismo, muy adentro. Vos marcás mis pasos y yo te planteo mi impaciencia, vos armás mi horario y yo te devuelvo una palmada en la cabeza, vos… vos seducís a mis ocasos y yo te reviento en cada aurora detrás de tu llanto.
Quizás me odiás y yo te sigo tuteando, como si fueras aquello, lo más común de mis años. Hasta cuando me baño me acompañás y te desarmo entre mis manos y te formo cuando escribo mis líneas sin sentido, que gracias a vos no pierden el ritmo.
Ay de vos, tiempo eterno, mi gran amigo, el reloj de mis sentidos, la bondad de mis escritos, el curioso antagonista de mi obra predilecta, la conquista de la vida, la muerte de las ideas.
Me gustaría hacer como vos, que te viene bien cualquier cosa, creo, intuyo por lo mucho (o poco) que te conozco. Es como que tus latidos son diferentes a los míos, y también tan parecidos, tan lineales, tan… exactos. Pero los míos a veces, como lo dije, a diferencia de los tuyos, se exaltan, se ven en caída libre y a veces vuelan, van de un lado a otro y se marean, mi corazón es como una montaña rusa. ¿Y el tuyo? ¿Acaso tenés uno? Ha de ser, lo intuyo, otra vez, ves como soy un eco de mis propias palabras… a veces lo disfruto. Vos debés saber de repeticiones, del pasado, de fututo, vos no tenés drama alguno.
Te pienso como un ser, sí, uno. Te pienso y también te converso como tal, y no es la primera vez, te confieso que siempre sos un buen conversador, siempre, con tus atemporales respuestas sobre la temporalidad del espacio, sobre ese imaginario plano en el que, con sentido totalmente arbitrario, nos movemos aún sin necesitarlo. ¿Necesitás algo? ¿Sentís dolor? Porque yo sí, pienso… cuando me clavan una aguja en el brazo me quiebro (bueno, en cierto punto me agrada, pero no entremos en eso) pero vos… a vos se te mueven adentro y no se me ocurre más que analizar tu descontento.
Yo respiro y te miro, yo te uso y hago abuso de tu abismo, muy adentro. Vos marcás mis pasos y yo te planteo mi impaciencia, vos armás mi horario y yo te devuelvo una palmada en la cabeza, vos… vos seducís a mis ocasos y yo te reviento en cada aurora detrás de tu llanto.
Quizás me odiás y yo te sigo tuteando, como si fueras aquello, lo más común de mis años. Hasta cuando me baño me acompañás y te desarmo entre mis manos y te formo cuando escribo mis líneas sin sentido, que gracias a vos no pierden el ritmo.
Ay de vos, tiempo eterno, mi gran amigo, el reloj de mis sentidos, la bondad de mis escritos, el curioso antagonista de mi obra predilecta, la conquista de la vida, la muerte de las ideas.
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