domingo, 26 de febrero de 2012

Metáforas


Mueren los pasos andados,
todos los esclavos de la reforma
se vuelven altruistas de la derrota.

Desde aquí miro caer las caras sobre el suelo
y romperse.
El día es gris, pero adentro todo es negro,
el placer del tiempo se ha vuelto contra mí.

Los ojos observaron desde las alturas
y me perdí entre la niebla,
minutos antes de la lluvia.

Le pedí a las canciones un poco más de melodía,
en la soledad de la constancia.
Aquí todo ha cambiado de perspectiva
y la melancolía se siente olvidada.

La memoria aquieta los sentidos,
y ella está allí sentada,
como esperando un cumplido
que la levante hacia el alba.

Anda y yace quieta,
camina como sin calma,
se muda de ropa
y se cambia de casa,

quizás hasta la más oscura estructura
pueda recobrarle la espalda.
Ya no se mueve,
y mira como esperando a la parca.

Suda, absurda y malinterpretada.
Esta mañana ha leído que le quedan pocas horas
en el jardín de las rosas blancas.

Desmembrada del instinto,
corre a buscar un poco de agua,
para no morir sonriente,
para acostumbrarse a las odas desanimadas.

Pulcra y suave,
desciende al infierno
del campo salvaje,

con el lenguaje abstracto,
con un recurso literario tan precario
como la metáfora del cielo,
con el sol de por medio, en un atardecer nublado.

Amó en otras vidas,
y en alguna seguro ha tomado vino
y ha reído de alguna película,
pero en la actualidad se asombra,

las cortinas dejan pasar un poco de luz
sobre su alfombra, donde acostada,
escuchando a las musas de algún continente lejano.

Ha desprendido su blusa
y se ha cortado las manos,
mira al vacío y sigue llorando
a carcajadas limpias su pesar helado.

Pasaron horas hasta que algún pájaro
se asomara por la ventana
y piara en su llamado,
pero nada la despertó, ni el grito más humano.

Ella supuso que era tiempo de un abrazo
que no consiguió del portarretratos.
Maldita y entumecida por las pastillas de color blanco,
fumó en su sola despedida,

y escribió en el techo del baño
que las hormigas tomaran todo lo necesario
para guarecerse del fuego,
para no morir con ella en verano.

Pudo todo y no pudo manejarlo,
se asemejó a la virtuosa figura del poeta magno,
de la mano del misterio,
mi poesía pudo haberse salvado,

pero murió destrozada
por el artilugio humano
de la lengua al mando.

viernes, 24 de febrero de 2012

La receta


Sobraba el instante en la mesada, el humo de las cebollas en aceite amenazaba con exponer las sombras al vapor. Y yo te miraba, juntando valor. 

Bastaron solo segundos para el incesante llanto sin excusas, los platos se rompieron contra la pared de la razón,y ya nada detuvo tus pasos.

El corazón por unos minutos se quebró. Las miradas volaban entrecruzadas con algunas lágrimas solitarias y el tiempo descompuso sobre el cajón.

Los bordados lejanos, que decoraron mi habitación, se aproximaron a la muerte, de la mano del perdón.

Cada sonido ambiental desentonaba con el negro augurio en la ventana. La noche se acomodó a la forma de tus manos, y todas las estrellas sangraron al unísono de una canción de despedida.

Le prometí a mis instintos valorar cada mañana, pero el estómago vacío recordaba el desayuno que ya no apreciaba, tostadas con manteca y mermelada.

Pudimos quizás detener algún atardecer en los juegos de una plaza, o quizás podríamos haber nunca tomado un helado y dejar que el invierno se escapara con las demás estaciones, quedarnos en el limbo, volar un cometa en el abismo, ahora blanco en tu fría mirada.

Cada vez que lo recuerdo, siento como se parten las almas de todas las memorias compartidas con tu difunta palabra.

Bailarán los astros arriba de mi cabeza oxidada y reirás, seguro, malvada. Y beberás del vino que mi sangre no colectó en las vendimias pasadas, reforzarás la coraza que me envuelve, y flotarás en alguna madrugada sobre mi cama en la que no duermo, no, el insomnio es genéticamente proporcional a la mala racha.  

Asombra el futuro, no estás en los planes del mundo y pretendo morir mientras estornudo. Asusta, lo sé, saberte ausente de mis adicciones, pero escribirte es un placer de dioses, en mi agnosticismo nunca casual.

¿Volverás?

Pienso que la distancia es un pesar, diez metros bajo tierra es para mí una eternidad.

domingo, 19 de febrero de 2012

Editoriales


Caminó tras la huella infinita del ocaso, el cielo parecía inmenso, los pasos cada vez más profundos y en sus hombros todo el peso de la virtud. Los carteles indicaban que su destino estaba pronto a su posición. Lento pero con la mirada contundente pudo divisar en la distancia el gran puente. Sus brazos se estiraron hasta alcanzar una de las líneas que lo dibujaban, y desde el escalón primero del paradigma, se lanzó. Voló inconsciente por el espacio, buscando dónde poder aterrizar, pero sin suerte siguió su curso, hasta toparse con la pared de su libertad.

Las teorías, hasta ese momento, eran inciertas, no existía forma de comprobarse la hipótesis, o de ejercerse un juicio de valores real sobre la duda existencial de su fórmula obtusa. Cada ejercicio matemático o silogismo, aplicable a su obra, se veía ofuscado por la intensidad de las formas. Hasta las partituras se quedaron agotadas de notas plausibles, ninguna pudo graficar el sonido de su precisión.

Cuando murió, para al fin salvarse, el amanecer lo sorprendió, y así, con el café a medias empezado, argumentó que la luna era de queso, que el sol un pastel y que su locura era parte de un proceso evolutivo del ser.

Las acotaciones al pie de su obra eran solo una pantalla, nada de lo que explicaba era cierto, pero sí eran honestos sus intentos de solventar el pretexto con un poco de sencillez. Las heridas eran profundas, más nada lo pudo contener, nada lo alejó del sendero, hasta se deshizo de su piel. Su cuerpo era solo sustancia, sin materia que componer, sin sangre que verter en las venas del misterio, era solo una frase en un papel.

El lenguaje colectivo de su círculo íntimo lo intimó a la última apuesta, a la puesta en escena final, la predilecta, su respuesta. Pero pese a la insistencia, se vistió de soledad y partió, buscando sociedades anónimas o algún anarquista editor.

Hasta hoy.

Hoy, cuando roto en pedazos, frente a la puerta de su calabozo literario, se ha convertido en leyenda, en el autor menos pensado. Hoy, cuando un tanto arruinado, con su mano derecha sudando y con el resto de su cuerpo enterrado, vendió el volumen uno, editado, de su autobiografía post mortem: “El mago y su ficción”. Uno, dos, tres…

Técnica bipartita


Se vence el sueño a sí mismo,
extraño y maldito. 

Se destruye como un rayo quebrado
en instintos y su propio placer.
Como rompiendo al paso los cables a tierra,
como representando al bandido
en la pícara comedia.

Acomplejados, el saber y la justicia,
se ajustan al parecer de la revista.
Se comen entre ellos los artistas
mientras la noche pasa lista
de los ausentes al banquete de las líneas.

Toda obra tiene como punto de partida el corazón,
pero como punto de llegada la rendición
ante la lógica avanzada
y el último curso como lector,
antes de convertirse en señuelo,
antes de devorarse al espectador.

La ficción


Pudo mi mitad completarse
y la partida retrasarse.
Pude experimentar la muerte,
y pudieron mis ojos no llorar,
pero no pude contemplarte,
no supe sostener la realidad.

Mi camino se completó de instantes,
mi memoria se renovó,
no así pude olvidarte,
tu recuerdo me enterró.

Pudo mi mano no escribirte,
porque dibujarte mi mente no intentó
(no consciente del abordaje),
hasta el final de la composición.

Supe de cantares y de flores,
más nunca del temor.
Supuse miles de sermones
que mi oído nunca escuchó.
Y finalmente pude haberme alejado,
pero el abismo siempre me acompañó.

Hoy tus manos yacen frías,
lejos de mi corazón,
como lejos de mi vida la tuya,
como cerca tu muerte de mi adicción.

A los libros debo el alma,
al saber mi gran sabor,
a la humedad mis letras desérticas,
y a tu memoria mi perdón.

Debo a la luz mi sombra,
y a mi imperfección tu gran pasión.
Pero no puedo pagarle al sol con monedas,
ni derribar el gran portón,
para pedirte que vuelvas,
cuando solo existes en la eterna ficción.

El espacio vacío


Punto y aparte. Combates de la lengua y el paladar hablante, dadores de tinta en el hospital del cordial lenguaje. Miles de palabras caen al texto desde la nada y en coherencia con las ideas, van creando una estructura mental digna de un diccionario de sinónimos del sueño.

Comentaba el corrector de la razón, y debatía con la sustancia, incurrían en el saber oculto y en las formas prácticas de borrar sin que se note, de caminar en bloques hasta el punto de partida y luego el derroche. Un punto decimal de más pudo cambiar el resultado, dijo, y delimitó el campo de trabajo, el marco teórico del estado. ¿Dónde pudo esconderse?  Cobardes en traje sin corbata, mistificaciones del alba, desleales a punto nieve sobre la cacerola hirviente y sin agua.

Redacto en el acta, miro hacia sus caras, las de las teclas cóncavas y repito la última línea, sin comas: “                            …”. Partícipes del fiasco. Los sueños pudieron todo compensarlo y aún así rieron de lo falso, calificaron de inmoral al corazón atado, al cerebro descompensado, a las temblorosas manos que tocaron aquel piano. Todo, en el onírico saber, se hizo claro, se desprendieron de las cadenas los esclavos, y al cabo de un año, entre segundos acaudalados, se hizo entrega del testamento. Todo, menos los bienes calificados.

Punto y aparte. Batallas culturales del ansiado cielo santificado en burdas copias altruistas y hasta budistas. Confecciono la obra de la vida, doy pie al sacrificio en un ritual de letras cursivas, atrás, en la cocina del pueblo, en la impronta discursiva. En el culo del mundo, o en la intencionalidad nunca correspondida, ¿puede la espada ser mía? El cansancio de una copa vacía cautivó al coronel de las sonrisas, ese con sombrillas en su trago, ese con caricias compradas en el quinto cuarto.

Todos fueron pintados en el mismo cuadro, mis brazos rodearon al placer en un juego de ahorcado, y así morimos en la versatilidad sin resguardo. Mentiras hablaron y verdades contaron, escribieron de lo extraño y aún así comprendieron lo explicitado. Nunca lo implícito fue tan cuadrado, nunca el sarcasmo se hizo de ovaciones tan exactas, como cuando todos se pararon.

La magia fue roja, la boca fue verde, la furia fue azul, y negra la noche persistente, la paradoja apareció gris sobre la ironía púrpura, y por último, de todas, la más oscura, blanca fue la amargura de las obras puras. Magna fue la hermosura de la gran dura comedia, del papel significante, y la duda. Punto y aparte. (El final pretende engañarte).

viernes, 17 de febrero de 2012

Función de las 22.00 hs.


Es la hora del engaño, es sobre un escenario en donde partirán los arrendados a contemplar al ganado, a la especie en extinción de sus tantos abonados. Cae el telón, empieza la función sobre los escombros de una sociedad combatiente.

Así como estrella del anfitrión, revuela el comentario de que ha muerto el autor. Deshace el público en llantos, mientras aún vivo el director.

“¡Ven a mí, deseo banal de la comunicación!”

Miles de ojos miraron como el editor plantó su bandera en el estrado, y desde el palco las frutas de media estación. El tren partió y caminaron todos detrás, detrás del sol.  

Una escalera descendió desde donde las luces, y allí el enmascarado desvistió a la dulce y mortal historia de amor.

Bailó desnuda y se suicidó. El cisne bailó con ella hacia horizonte detrás de escena y empezó el calor. Se revolcaron en la inocencia del temor, y vertieron sus entrañas sobre el mal sabor.

Quien el objetivo descubra, que devuelva las partituras y camine hasta la mierda, entre otras palabras ocultas.

-“¡Identifíquese, forastero, sáquese el sombrero, el cerebro y el papel! ¡Camine en círculos y desintégrese!… a menos que…”    
  
- “¿A menos que qué?”

Y todos aplaudieron, la ovación antes de tiempo les dio pie e improvisaron su acto sexual revolucionario, pagaron con cartas a la apuesta del mal, y salieron despedidos, con un ruido experimental.

El técnico musical no pudo contener la risa, y murió de un infarto antes de tocar el vals.

Mi ojo inspector miró entre los cuerpos, buscando el explosivo causante de tal artificio luminoso, y aunque jamás lo encontré, siempre me quedé con una gran duda existencial:

¿Cómo es que se olvidaron de empezar?

Destino pactado

Supo y no entendió,
rieron juntos,
y desmayaron de la envidia.

Corrieron como niños por la vida
y así se toparon
con la extensión de mi poesía.

Verán morir a las nubes,
sentirán toda su desidia
y sabrán como cuentan los soles,
en la espalda de la ironía.

Capaces de nada infiltraron sus huellas en el agua,
y nadaron hasta el fondo de la trama,
ahogándose luego,
a los pies de mi cama.

Síganme como becerros
y admiren el cielo gris,
el entierro.

Cuando muere un libro
se enciende el infierno literario
que compuse en sus propios ojos sanguinarios.

La oscuridad confunde al autor abstemio y disidente,
entonces es allí cuando aparezco y le digo,
mientras siente que lo aborrezco:

“Es momento de un reemplazo,
deje su asiento,
péguese un tiro,
y duerma anillado,
que pronto coseré sus tapas con seda
y mi nombre atornillado.”

Cada mañana


Busco escribir existencialismo y me puede el corazón.
Busco derrumbar los mudos muros del cinismo y me supera la voz.

Creo que me he quedado sin apetito de obras bajas en sodio.
Pienso que se rompen los abismos de la locura y el odio.

Mírame y dime el riesgo que corro,
cómo mi mente podría explotar al ocultarse del todo.
Mírame y muéstrame cómo dejarte morir en estas noches sin piel.

Una pintura en la pared de la realidad me devuelve a mis bases astutas de nunca ceder,
y te entrego a cambio una lápida de papel.

Aquí yace la rima quemada por el placer,
aquí mueren los días cuando todo es anochecer.

Las melodías de un piano lejano me revierten
y me hacen gráfica del arrepentimiento y el deber.

Las leyes son tan sordas, es tan precario el menester.
¡Púdrete en el olvido y deja a mi alma caer!

La lógica del instante te deja en el último lugar donde te soñé,
madre de los mil mares, cruel invierno de ayer.

La luna que crece a medias me mira como sonriente,
como la ironía y el dolor que aquejabas siempre.

Me insultan las voces, mis otros autores negros,
me piden que deje pasar el tiempo,
que beba un trago más de veneno
y que inspire mis versos en algún cuerpo abstracto y certero.

Odio estos momentos ciegos,
mi ciega infancia eterna,
mi único resguardo del viento.

No podré salpicar con sangre mi obra, no podré,
no puedo jamás no pensarla,
la única herida profunda que no sana.

No podría así también olvidarla,
y tú como así como así,  humana,
olvidándote de mí, en cada puta mañana.

La extremidad, una de ellas, tiembla enfurecida con la vida,
y muere como cortando una vieja margarita.
La misma de tu recinto eterno, marcado con una cruz.

Mírame como a un bufón satírico,
mírame como un lamento clandestino,
mírame y recuérdame,
soy lo que no prometiste en mi destino.

Soy el ente más onírico en esta consecuente catarata de insistencia,
soy la trama más enmarañada en un libro para colorear,
soy la sombra que te llama,

soy el fruto de tu desgracia más extrema y aún así nada,
y aún así solo hierbas que crecen alrededor de tu parcela,
esperando convertirse en hiedra, esperando deglutir la tierra
y encaminarse a tu regazo hecho polvo, hueso y piedra…

jueves, 16 de febrero de 2012

Banquete


La pequeña va a llorar, comentan las voces. Triste luz en el instante, hará los lagos eternos mares.
La pequeña morirá, antes quizás del anochecer, dicen distantes y cuentan los segundos en un reloj de pared.
La pequeña cantaría si pudiera, o gritaría para no ser comida por las bestias, pero caerá bajo sus garras.
La pequeña va a llorar y sus lágrimas inundarán de tristeza las canciones de cuna, y gemirán los fieles por su piel, por algo de su sangre, la pequeña es una y quisiera ser tres, quisieran las voces errar en su parecer, pero llorará noches y llorará días, hasta nunca más amanecer.
La pequeña aún no aprendió a leer, pero sabe de escribir prosas, con rima de versos, con recuerdo a besos, con olor a incienso; la pequeña es todo eso y es más que un ambicioso plan del misterio.
Pero así también reirá antes de caer al infierno y todos dirán de la pequeña cuan grande era, que no entraba en tan pequeño basurero, antes de ser enterrada en el cementerio de las obras negras.
La pequeña no sabe de colores pero compone ocasos como nadie, como ella, y dejarla que llore es una promesa, es una actividad altruista, filantrópica y extrema, la pequeña llora sin manos que la sequen, sin brazos que la detengan, la pequeña corre ya sin piernas, y pide a gritos silenciosos una tijera.
Por un momento creí verla pedirme un abrazo, pero la he dejado que muera, que llore lejana, que se deshaga en penas.
La pequeña es etérea, es evidente y es manipuladora como quien la dibuja en sus pasos largos de pequeña ave rapaz nocturna.
En su cuna de azafranes, con el techo de esquimales, la pequeña tiene frío y no pretendo abrigarle.
Me regaña sin saber que le quedan minutos, le pido que llore un poco más, para imaginarme su tristeza y escribirla antes de que muera, y me lleve en su canastita hasta donde no se ven las estrellas.
La pequeña va a llorar y me da risa el solo verla, que pequeña tan risueña, tan tranquila, tan violenta, y será devorada por las letras y será sepultada bajo el nombre de un emblema.
La pequeña tiene frío y bajo mi mando se quema, se eleva, se da vuelta, se cocina y me la como en la cena.

La esquina


Vencido el tiempo, supuesto encanto dejado de lado. Vendiendo el cuerpo al peor postor, al de las estrofas en el tejado, intentando olvidarlo, responde al llamado, cual animal amaestrado y adiestrado al menester capitalista de un mercenario.

Cantó la última canción antes de entregarse al llanto, una mancha más al pacto antepasado y al correspondiente control natal, autista y provisorio. Simplicidad de manicomios y algunas estatuas de sal.

Corrió por no volar, para luego desaparecer, y más allá, cuando el amanecer, despertó vestida de espinas en un campo antiquísimo y desértico, sabiendo nunca el paradero de su bolsa de dinero.

Cálculos inexistentes pudieron con su sueño, como matando al destino, escupiendo libros en el baño y vomitando hojas en blanco, tras la pared del antes sanitario.

Productiva en su lógica desproporcionada de comida y ancestral, puras bebidas. Supo contemplar la vida desde una perspectiva ajena a su codicia, ligada al espejo roto en la cocina, cuando la llave abierta, cuando el gas da risa.

Las flores le supieron a caricias, el perfume a alguna botella vacía, y sus manos frías al aire acondicionado del último vehiculo donde hubo ofrecido su tratado.

Persistente y denigrada, como la palabra de mi portada, caminó por la huella poco marcada y volvió, por el camino de las masas, a la esquina designada. Nuevamente en casa, saltando el puente de la abundancia.

Así, silente, resignando sus poemas a la prostitución literaria de las monedas oxidadas. Evidentemente supo administrarlas mejor que yo. Aunque comió de la misma lata…

martes, 14 de febrero de 2012

Sátira del poeta




Cruel, el sueño de la permanencia. Estricto, difuso, antagonista del buen gusto, y desleal ante todos los estandartes.
En la ventana se encontraba posado, como un sueño de primavera en un helado invierno sin calderas.
Como protagonista de la marea, subterráneo al faro, recitaba sus poemas del sabor ambiguo, y despotricaba contra la realeza. Cordialidades sobraban entre tantas palabras certeras, no así sinceras.
Aplicó a la métrica una técnica nunca antes vista, ninguna. La libertad primaba entre la espuma de una cerveza tibia y unas aceitunas.
Promisorio y divergente, cortó con el clímax residente, lo dio vueltas y lo volcó sobre su frente, como vino mal nacido, avinagrado y transparente.
Bebió todos los años de la letra en agua caliente, hasta que su paladar contrajo un cáncer con la muerte, de esos tantos contraproducentes.
Matrimonio, cortejo, y divorcio entre las partes, un estado paralelo al que nunca supo pertenecer, aunque mundano y resistente.
El negro de sus ojos celestes pudo con el fotógrafo del juzgado. Sonriendo, aunque amargado, se retiró del estrado alegando ser inocente, y por ello culpable del crimen menos evidente. Condenado.
En el asilo a rayas permaneció detenido, contando los días, preparando su suicidio. Lo rodeaban eruditos del crimen organizado, teóricos del homicidio, y doctores en ética profesional del robo, pero ninguno de ellos anarquista, o poeta, o artista… ninguno de ellos digno de su fuerte razonamiento anticapitalista, y de su refuerzo egocéntrico, sus rimas.
Complaciente como pocos de los reos, era solicitado para toda causa dentro del recinto, desde limpiar basureros, hasta convertirse en receptor de los sueños rotos en noches de deseo.
Su pesar fue evidente, intentando limpiarse esa misma frente que hubo ensuciado en sus años de próspero referente. Sintiendo sobre su espalda la mano caliente del azar, haciéndole apretar sus dientes con la almohada gris de plumas y algunos otros alicientes.
Convencido de la perseverancia por sobre otros valores salpicados en toda la celda, dibujó en el suelo el plan complejo antes de que la muerte asediara los segundos genitales (en sentido figurado) nacidos en su cuello.
Los buitres rondaron esa noche su cuerpo. Devorado de a mínimos bocados, y reciclado, luego, en abono y algunas monedas en el banco.
Fue cremado, dicen los antiguos súbditos que hubo coleccionado, alarmados poetas de la pluma perversa, recurrentes uniformados de la pereza azul, allí, en su misma casa de rejas…

domingo, 12 de febrero de 2012

Plumas del aire


Observo una pluma suelta sobre mi escritorio y me pregunto tantas cosas al verla, cosas que no vienen al caso. Olvídenla.

Prosigo con mi mirada circular por esta habitación sin forma.

Duerme la bestia, maullando entre pesadillas de un ratón que la devora.

El suelo brilla con ese polvo tortuoso que me lleva de un lado a otro con elementos inescrupulosos de limpieza. Me puede, me supera, me siento, escribo un par de letras, me río, fumo, y observo nuevamente esa pluma suelta.

Olvídenla.

Una canción en francés deshace mis sensibilidades y las lleva por el mal camino, por el del sarcasmo sombrío.

Me confecciono en mi propia sombra y rememoro las historias que escribí años atrás, hace dos horas. Verás que el tiempo pasa rápido sobre esta cinta calculadora de segundos, multiplicados por las sobras.

Parece una resolución en puerta, permanece, invierte sus posiciones con el aire que exhalo de mis pulmones contaminados. La tomo entre mis manos y a propósito de mi experimento, todo lo olvidado recobra su vigencia aún sin nombrarlo.

La dejo en el mismo lugar en el que inició este recorrido subliminal, y me ahogo en un vaso de jugo descolorido y sapiencial.

Me pregunto si su dueña paloma la habrá dejado acá, o la habrá traído el viento consigo, en sus brazos tormentosos y desabastecidos de fuerza.

Me pregunto tantas cosas, pero, olvídenla.

Mi obsesión trastornada la mira, la saborea indescriptiblemente entre laberintos sumergidos en el canal de la toxina socio-económica.

Yacen platos sucios en la cocina, la explosión difundió, entre sus voces, un llamado a la solidaridad, detergente precario, desengrasante antepuesto a la clorofila inconstitucional.

Seco con un papel la gota de sangre que escapó de mis instintos, y luego me devuelvo, como video conmemorativo, a mi silla que se balancea al sonido de la música internacional, cosmopolita y divergente de mi claridad oscurecida.

Parte de su cuerpo está quebrada, su segunda mitad. La he colocado bajo el cenicero compuesto de microorganismos criminales. No puedo olvidarla, y tampoco puedo no describirla en esta incertidumbre disfrazada de poesía.

Nunca volverá a su fuente de vida, nunca.

Morirá aplastada, como observada y vieja, hasta que pose mi cabeza sobre la almohada y sueñe con su inexistente figura metaforizada.

 Duerme, leve pluma olvidada.

El mago roto




Una misión irrelevante cautivó sus ojos transparentes de lágrimas, el silencio pudo con el ocio que acostumbraba a sus manos a permanecer intactas. El tipeo inquisitivo se apoderó de sus ansias, en la necesidad absoluta de contradecir a las masas.

Implícito en su suspicacia se descarriló en algunos recursos literarios, digamos que se fue por las ramas, pero era para desorientar. Años de terapia costumbrista y psicoanálisis de mostrador dieron a sus pasos un poco de trampas y guiños de autor.

La obra teatral recién comenzaba, pero ya estaba bajo el telón. El público, en ese momento, deseó levantarse e irse del teatro urbano, pero no se resistió a sus encantos. Premiado por academias desinformadas de la “cool-tura”, supuso que era el momento de la pausa más burda. Previó el sarcasmo propio en un espejo desacostumbrado al ruido de las moscas, pero allí mismo sacó el conejo de la galera, preparado para un acto sin igual; El futuro sombrío del animal.

Su ojo de vidrio derramó, entonces, una sustancia desconocida por sus neuronas participativas. Un engaño de aquellos, en los que el verano enfriaba tanto que no podía mover sus dedos. Calentó el agua y necesitó de treinta segundos, bien utilizados, para quitarse sus prendas harapientas y desarmarse en el lago.

Marcado por la crueldad del destino, siguió su mojado camino al ocaso de los grandes, según había leído en su lapsus escolarizado bajo el basurero más provisto de complacencias. Sumiso bajo las alas de un ave rapaz, caminó, y mientras más lo hacía, más se desvalorizaba su egoísta composición.

Supusieron aquellos que le vieron caminar, que quizás vagaba buscando un refugio, o donde poder ahogar sus penas con un trago de sal. Afortunado y con poco merecimiento, acotó que era el momento de partir hacia puntos inconexos, y voló. Se vieron en sus pies unas cuerdas mal acomodadas a su forma, y como un globo aerostático se despegó del suelo, riendo a carcajadas con todo el dinero en su bolsillo agujereado y al descubierto.

Nunca más se supo del mago sin cuentos, nunca antes tampoco se había hablado de él. Es que la obra cobra mayor éxito al morir el autor, o al ser encontrado en su peor momento, comido por cucarachas y tapado con diarios viejos. Pero él voló, con su cuello apresado con el nudo de un cinturón, con sus muñecas sangrando al compás del estupor, con su boca vomitando narcóticos fuera de selección, con su cabeza reventada contra algún asfalto adormecedor…

viernes, 10 de febrero de 2012

El libro y su vida




Dibujó en su sonrisa algunos huecos del alma. Supuso fantasías en la charlatanería del habla y midió tarde las consecuencias de sus alas.

Cómico del sudor, comentó que quizás el tiempo se le acortaba, como su cuello, como sus pies, como tus tapas duras y cosidas a la antigua forma, la burda.

En una de sus tantas hojas se autoabasteció de tinta barata, mientras se escribían solas las líneas de un mañana, antes de que comenzara.

En otra de sus hojas, la traducción se hizo cargo del malestar literario, claro, como pocos de esos que pueden reinventarse. (En el armario).

Se ubicó consciente de su padecer, su penoso padecer, la picazón privada del miedo a perder. Narciso, impoluto y tan boludo como ninguno. De ciento cincuenta páginas, miles de palabras y algunas pausas bien marcadas.

Sus ojos de ocho elevado al cubo, miraron estupefactos el fuego que lo consumía, a él, al paisajista preferido de los tristes artistas. El ocaso, el único ocaso rojo, permaneció por una cantidad de años que no pudo medirse, pero jamás lo pintó. Su vista se posaba en la manzana mordida, a metros de su bastidor blanco de pinceladas. Siempre a la espera de que algún gusano asomara la cabeza. Imbécil.

Maquillaba sus despertares con alguna lectura pudorosa, para asemejarse sus mejillas al rubor del que carecían. El rostro arcaico iniciaba el pleito con la almohada, en una de las tantas metáforas que recuperó de la pesadilla.

Narcolepsia e insomnio, las virtudes sobraban en su moral resistencia a las dicotomías, como cuando su norte fue sur, como cuando su oeste no tuvo oposición en su frente de batalla. Todo era tan evidente. Pero su prólogo carece de máscaras hoy, lamentablemente.

Para aquellos que no creían en su contenido metafísico, quizás fue el peor de todos los libros. Aunque para los demás, para aquellos amantes de lo amargo, su filosofía fue el banquete más exquisito, del que jamás hubieran comido… pero aún así lo devoraron, como a un cordero navideño, tiernito.

Murió como mueren los libros, despedazado por el jugo gástrico de la ironía, y, luego, expuesto a la alcantarilla del saber. Vacío, ahogado y rodeado de mierda.

Con el tiempo, una vez recuperado por arqueólogos bibliotecarios, se pudo leer parte de su epílogo: “Pintar el vacío también es parte de crecer.”

Un cuento rojo



Cuéntame cómo llueve en lo recóndito del tiempo, cuéntame de tu nieve, bajo el sol de agosto. Sí, dime de los ejercicios matemáticos inadvertidos por el ocio, y de cada pan que se quema en la metáfora del horno.

Cántame las melodías perdidas en espacios rotos, y desármame la fantasía, haz que truene todo. Vístete de condena, y enlaza las cadenas, viértete como sangre en las arterias literarias del morbo. Dime cómo hago para desplazar las sombras, bañarme en lodo.

Castiga al incierto mar de lágrimas y tesoros, desentierra cada uno, desármame el reloj inaudito, y conviértete en el frío. Cuéntame cómo se hace para desaparecer el oro, para concederle al sol un poco más de agua, un poco menos de cloro.

Invítame al paraíso del fuego hecho, en cenizas, un juego de mesa más en la cárcel de las risas y apresúrate al verano, no sea que desista, no sea que me caiga y te busque entre las cartas perdidas. Apúrate a la meta, tú…

Tú y cada memoria desierta del temor y la particularidad desenvuelta.
Tú y mi impresión de la soledad, vestida de somnolencia, inclemente y amarillenta.
Tú, la representación de la insignia gris, desgastada y descocida de la ciencia.

Dime, si pudieras desprenderte de la nube que te lleva, ¿volverías a caer sobre la herida abierta, para inyectarte como heroína en las venas que hoy yacen muertas?

El libro se abrió en la página ochenta, como siempre, como todas esas veces que se piensa en la partida del latido, y se encierra la yugular en una celda de castigos chinos.

Pensé que quizás me sobrepondría con un trago azul y unas gotas verdes sobre las rodillas, pero pensar es un acto de lógica avanzada, el curso que reprobé toda la vida…

jueves, 9 de febrero de 2012

La institución del poder



Buceando en las profundidades de un mar de risas,
cayó el telón.

Aplaudidos los sermones malintencionados,
el cómico a la cabeza descendió finalmente
al infierno de su copa.

Bebiendo del sol,
la luna cautivó a los comensales invitados
al banquete universal del dinero.

Todos ellos borrachos de codicia
blasfemaron a la plebe.

Desleales, todos, uno por uno, sucumbieron a la orgía
de monedas, oro, insignias y carteles verdes.

La lujuria pudo con ellos, allí abajo, mientras nadaban,
pudo con el rico, pudo con el tío,
pudo también con el oficiante de la ceremonia,
aquel de los chistes en el teatro de las caras rotas.

martes, 7 de febrero de 2012

Asesinato de letras


 

Oscuro demonio de las celdas cerradas, del pasar de los años, de la cara bonita que exporta honorarios al más allá de los temores. Pasividad absoluta, derrite mis pasos sobre la escultura impoluta y las buenas costumbres por las rutas del placer. Astutas.

Y vienen todas juntas, por una dosis más del espejo y las frutas, por una línea más, más blanca, más pura.

Delimito en renglones mi paciencia rotunda, en la emblemática maniobra de la luna. De caer estupefacta ante la hambruna social, la cordura. Históricos monumentos a la puta más confusa, a la ciencia exacta del saber, y la tos convulsa. Evidentemente paga más una promesa que un hierro caliente en la columna.

Las revistas marcan la tendencia empobrecida de esta mente amarillista, esta que observo, que rememora mis pecados infalibles de creer. Crecer conlleva renunciar al mandato tortuoso de la oda simpática y lujuriosa, para caer en la cuenta de lo grandioso del humor amargo, negro, súbdito del filósofo y sus flores.

Devoto del banquete subliminal. Primero el brazo, luego la cabeza, y posteriormente el hígado encebollado, con panceta.

El cuerpo yace devorado a medias, pidiendo a gritos una servilleta. Cadáver exquisito de la poética.

Minutos al abismo



La primera palabra del tiempo fue sorpresivamente un “detente”. Un corazón sangraba en las alturas del abismo, a lo lejos. Lloraba eternidades de ríos rojos, latentes, sombríos. Pudieron los ojos quizás conservar algo de esos mares, pero no se detuvieron a contener su caudal. 

La voz del silencio cantaba a gritos entumecidos, su garganta se desarmó en cantares tristes, la melancolía se asombró. El pasado cautivaba todas las miradas sobre sí mismo. Las memorias a veces son la cárcel y otras el exilio. Predominó la ausencia, dicen algunos, todo fue interpretado como un suicidio. 

Cada parte de la luna tembló, se estremeció, preguntándose cómo pudo, cómo logró realizarse con la muerte, sin resucitar, sin un paramédico a mano… la especialidad de aquellos es la de disimular la atención referida al acto. 

Ella, pudo quizás esperar, pero no le correspondía el dolor. Ella pudo dejar de llorar, pudo haber pretendido sonreír, pero no la dejó el frío. Ese invierno derramó sobre sus raíces todos los sollozos, toda la incertidumbre, todo el dolor del mundo, su mundo… 

Sugerí, en su momento, olvidar el color de las cortinas del comedor. Un ataúd de poemas yacía alrededor de la mesa. Una cantidad inconmensurable de promesas rotas por el temblor intestinal de una primavera, cada vez más lejana a ese estío adormecedor, opiáceo y clandestino. 

Me quedaron las horas detrás de la puerta, me sobraron las palabras muertas, las letras inciertas y la picazón del hambre absorbente en mi delirante estómago literario. Morí, si es que puede metaforizarse así mi sentir, mi padecer altruista y desinteresado. Temí.

La última palabra fue el refuerzo de una frase: “salud”. Lo que faltaba en la constancia humorística de una cena, quizás la primera de las últimas, allí en la tierra. 

No pretendo la tristeza sumisa y transparente, sólo el recurso ausente de un desahogo lineal, gramatical y precario. Silente. 

Ganas de romper el hilo atrayente, furia de miles de ojos que padecen ante la pereza de la madrugada, tantas letras quieren escaparse, como rememorando el deseo de caer junto con el tiempo, con la luna hecha trizas en el suelo. Ganas de ganarle al espacio, escenario de males absolutos. Individualidad del corazón invisible, retraído, disidente.

Su mano tembló,
pensé que el final era inminente,
derretí mis ojos y dormí.
Así sucedió.

Cada línea antes escrita
superó la anterior dicotomía,
el bien y el mal no me comprendían,
quise un antes y el después fue una pesadilla.

Se alargaron los tormentos
hasta el punto muerto
de una decisión abismal,
supe dividir mis aguas entre frías y más.

Dije adiós,
pues se me hizo tarde para despertar,
consumí el fuego
y me consumió el silencio.

Ya no permito excusas en este juego, prometí al sol el menor de los esfuerzos, y reviví, como un libro abierto. Te regalé, lector,  mis sentimientos en una caja de cartón, simbolizando el gran cuento, la tempestad del cielo gris y los rayos cotejando el ejemplo.

lunes, 6 de febrero de 2012

Despertar



Breves horas, deparando el futuro de la noche.
Agoniza el sentido oscuro de la realidad,
cada esquina del cuarto comienza a colorearse con lo absurdo del día.
Breves minutos, que parecieran segundos.
Permanente despedida.

Mi noche una vez fue, quizás lo siga siendo, quizás…
y el tiempo.
Mi noche una vez contuvo estrellas,
allá, hace milenios, cuando la luna observaba, cuando el sol dormía
en el insípido mar de la desaparición forzada.

Y cada mañana, al despertar,
postergo con impaciencia al reloj obtuso,
el de las agujas hechas tierra o en el peor de los casos, musgo.
Y respiro ante la duda, ansío y contemplo en mi melancolía capitalista,
un cartel más del deseo precario y la visión costumbrista.

El letargo de la insistencia me domina,
mis capacidades diurnas son tan diferentes a mi especialidad constituida.
Ayer pensaba, cuando joven de cafeína,
que la claridad suponía, a diferencia de las sombras,
una especie de cárcel sin rejas, fluida.

Me asombra la practicidad del esbelto bostezo,
me nombra entre el aliento acostumbrado al ataúd bucal,
y despierto.
Contemplo el calor entre las persianas de mis ojos, no aún abiertos.
Giro en mi propio eje. Giro y duermo.

Paciencia…  

viernes, 3 de febrero de 2012

Letras ;)


Me encuentro en un punto paralelo a lo lineal de la gravitación astral, las letras fluyen de la tempestad neuronal planteada en millones de ideas sueltas, que sobrevuelan la corteza terrenal de la razón, en consecuencia. Permanezco, pues no me corresponde el sueño, y deliro desde las alturas, hasta lo más bajo que mis ojos pueden mirar. Rememoro la muerte, diversifico las cuestiones del tiempo, y me repongo, luego, con un trago más de esta inconsistencia. Me toca hoy limitar, represento metafóricamente a un colador de fideos de palabras purificadas por la sal, y desmitificadas por el limón.
La materia supera a la sustancia, los rangos del poder se dispersan entre las miradas que postergo, y escucho canciones a tempo. Concuerdo contigo, cada estrofa se responde a sí misma con otra; y así, en la eterna sucesión, desisto de controlarlas.
Hace tiempo que no escribo un poema, la rima no me falta, pero me sobran las extensiones, y las odas me aburren. Un largo camino me espera en esta noche falaz, una eternidad de confecciones literarias dignas de un basurero gramatical.
Embustero, mi cerebro encarcela la lógica determinista, caigo en la contraproducente duda del signo lingüístico; me subleva la pretensión denominativa del todo, sociología de las masas, poderío universal de poseer hasta el más lejano artilugio en el verbo enfermo.
No, no, ni yo me entiendo. Propongo una huelga indefinida de coherencia. La sintaxis desproporcionada de las oraciones me supera, quisiera superarla alguna vez. Pronto los puntos suspensivos reaparecen entre mis líneas astutas, y la disputa entre las pausas y la sinonimia me convierte en el roedor más sucio de la alcantarilla cultural. Allí flota la mierda más eficaz del lenguaje simbólico. Los recursos se entorpecen con el alcohol.
Haciendo una excursión a la arteria principal de este pretexto, supongo he de caer pronto a las garras de un sangriento sueño, rojo de letras, gris de intransigencia. La arbitrariedad de mis instintos me encierra en la liberación cotidiana del mecanismo presencial, automatizando mis ojos a observar.
Sudor de ejemplos, olor a emblemas en puerta, credos específicos de no creer, la puta histeria del ser… unos y otros, tienden a ceder. No hago más que graficar lo incierto, metamorfosis lejana a lo que Kafka una vez pudo, en lo hilarante del humor negro, esquematizar. Si de citar se trata, claro. O váyase a leer una novela, poco se le va a extrañar en esta enmarañada jurisprudencia del bien y el mal.
En un viejo recuento de plaquetas, encontré la respuesta a la pregunta más vieja que recuerdo ¿Qué es esto? Presumiendo en la abstracción narcisista que me compete, mi flujo sanguíneo me retrata en estímulos de conciencia, ¡vaya apreciación! Que fácil es contentarse, si no es manualmente, lo es literalmente. Esto del habla versus la lengua me remite siempre a un acto fallido de la perversidad. Tal y como se presiente.
Pienso que resistiré a los ataques impíos de mi correctora aplanadora, no releeré, no, jamás. No quiero que me gane mi policía del dogma gramatical, mi ejército de tinta roja que se apresura a salpicar mi obra con un “te falta una coma”. Me resisto. Y continúo en mi trayecto a la almohada, desde lejos y cada vez más desde arriba. Voy como levitando al ocaso de mis memorias, voy como memorizando el camino a la ocasión especial de rastrear mis pasos cortos al abismo intestinal, en este estruendo enfurecido de un cantar.

Infinito


Suponga un pasaje al infinito, cierre sus ojos e imagine. ¿Es oscuro? Claro, disponga de los minutos que necesite para reflejarse en un espejo, y hágase la siguiente pregunta ¿es así como quisiera permanecer para siempre? Abra los ojos, deje caer esas lágrimas que quieren escaparse, y vuelva a intentarlo. Ahora, imagínese en su mejor momento, y vuelva a mirarse al espejo… lo sé, se ve igual que antes, es que la conciencia gana, la moralina empedernida de demostrar siempre el error. Déjese de miedos, lector, suscríbase al envío de pensamientos, y mándese a volar la cabeza. Descuide, tiendo a cometer el violento acto de inducir al suicidio en masa, pero tranquilícese, no debe morir. Mire, para evitar suspicacias, digamos que usted ha permanecido en estado de somnolencia, y que ha soñado estas letras. Lentamente empiece a desprenderse de la moral boluda, y suba, deje el instinto crecer. Vuele. Corra. Haga lo que siempre quiso hacer, si su imaginación es suya, como lo dice ese artículo posesivo. Cierre los ojos una vez más, evite las “virtudes” e imagínese en el pasaje al infinito, bien oscuro, va usted solito. Enfréntese al espejo, dé la vuelta, vuelva a la vida real de los mortales, y piense que sería muy aburrido llegar al infinito y no haber podido siquiera cometer un delito.

La historia


Lejos, el universo cuenta la historia, antes. El eco, el sonido de las gotas sobre el sendero de tierra, el olor a nada, la superficie colmada de tempestad social, y cordialidades aristocráticas del azar. Morí en el paso, caí al fracaso de la noche sin estrellas. Soy la oscuridad que claudica, la bravura del espacio, las olas que golpean ya sin fuerza sobre la arena discursiva de un mar de letras obtusas.
El colmo de la lírica, hasta la frente de comas irrisorias, sobrando al verbo, reinventando el suceso, la cruz cargada sobre la espalda de un diccionario viejo, poco ilustrado. Mi enciclopedia experimental se ha convertido en papel para el fuego, un invierno tenebroso asecha, asoma tras la cortina de humo de este cigarrillo, el último de 20 atrás.
Suena un piano y me arrepiento de las partituras rotas en mis manos de cemento, me desarmo de impaciencia, me remonto a lo que la memoria colectiva deshecha, y me doy la cabeza con la pared. Bebo del cuento, como del verso y me quedan los cantos secos, como un postre ácido de notas.
Un infierno de ábacos me espera, un número desconocido del infinito que contemplé años atrás, en mi infantil demencia de esperar. Busco entre las sobras un poco de afán, un tanto de inocencia, y lo que me falta de coherencia. Déjame ser. Búrlate del ejemplo que te he dado cuando joven de ojos. Me digo que me digno, y pierdo la confrontación con el espejo que ha recrudecido su ego.
Antagonista de la narración, caigo en la cuenta de un silogismo barato, en la lógica filosófica de vagar por la cornisa, sin salvavidas, desarmada y carente de estigmas que demuestren “santidad” ante las misivas altruistas de inventar un dios. Agradezco mi ateísmo ilimitado, simplemente aborrezco toda representación masiva de un deseo de pertenecer. ¿Acaso no alcanza con el resto? ¿Será que son becerros admirados por una farsa inconstitucional?
Ahora cerca, el universo cuenta la historia que me revela que soy un punto más en el trazo fino que escribe la recta final.
Vuelvo después de un tiempo, como siempre me ausento de publicar, porque me cuelgo en otra cosa, pero los escritos siguen produciéndose a diario, como una catarata... Pasen a leer los siguientes textos, pertenecientes a los meses de Diciembre, Enero y parte de Febrero.-

Viaje eterno

Cuenta hasta tres. Duerme y… diviértete.


Está oscuro, el camino, sin ruidos, tempestades… el fuego de lo desconocido, recuéstate en el habitáculo permitido y respira este aire, es mágico, es el destino.

Rememorando pareceres y conflictos, desarma tu equipaje de cautivo dentro del cubo de la basura, y deshazte de tu último suspiro. Es hora de viajar al interior, donde ya no hay sol, ni equilibrio.

Mentiría, rompería, clavaría un puñal en la espalda a la narración descontrolada, evidencias y consecuencias, ésta es la mente, la lógica incorrecta. Se desea el placer de la misiva, carta, esfera… en la dulce espera y amarga impaciencia.

Reiniciar.

La moderna filantropía, es la idolatría y el caudal, reparación del error, o la sociedad. Visión nocturna, relámpagos espeluznantes, y algunos tragos. Atrás quedó el conciente y el ser humano, ahora la mente, duermes en vano.

Detente ante el umbral, aquí es donde hay que desprenderse del cordón astral, realza el parsimonioso paso que llevabas, es tiempo de saltar, entre una nube y otra se encuentra la luz, no caigas en tal diversidad, sigue el camino tenebroso, tras los árboles frondosos, por ahí, no pierdas el reloj, ni te dejes llevar por las horas, es tiempo de que el tiempo se haga estrofa de alguna canción, o néctar de rosas, o nada… simplemente un poco de números en prosa.

¡No! No abras los ojos, no acá, espera… espera el pasado, atrás. Tuve que dejar de relatar, ya no es momento de llorar. Déjalos, abre tus manos al calor, y se derritieron. Te lo advertí, forastero.

Al pasar por esa puerta, coméntale al ejemplo que has perdido la cuenta, lo hiciste, no mientas, el pasar por esa puerta es la respuesta al complejo acertijo de las metas, nunca se puede, aunque se quiera, derríbala, y corre por tu vida, no te des vuelta, no quieras entorpecer el descanso de las fieras. El invierno es frío, no te envuelvas. Piensa.

Oscuros, como pocos y profundos, miraron el ocaso y se cerraron, murió, como aquellas flores que le han dejado, es y era y no es y espera. Rozaron el rostro, manos sinceras, arrugadas tal vez. Perpleja, esperó y nunca más se supo, nunca se le encontró. Caminó tras las huellas y voló. Observa esa lápida y deja que fluya el horror de la soledad, obsérvala y quédate con la imagen completa. Aunque no la necesitarás. Es hueca e idealista, es un poco de hielo y algo de artista.

Ja ja ja… Némesis de la particularidad, aquí no hay instrucciones… no más. Miles de bocas emitiendo sonidos, notas… cantando al son de la derrota, con gritos, con lenguas rojas, con rimas de antaño, con emociones sonoras. ¡Ah, el suspiro! Lo perdiste, insignia de la defensa, responderás con la cabeza, con la cuenta que no tienes, sin la libreta donde anotabas tus quehaceres. El laberinto de la palabra incoherente domina, el diccionario de los adverbios se detiene, gira, y sobrevuela sobre el estigma de la oración incompleta, obsoleta, impersonal… perfecta.

Un sinfín de sinfonías se avecina al encuentro del sendero que supuso tu estadía intermitente, dimensiones que nunca antes… no, no habían existido, como si todo adentro fuera desconocido, te extralimitaste con el compuesto químico, cual píldora denigrante del saber no cognitivo, aquel, ese que perdiste en una apuesta de papel.

Perseguido por su sombra el acertijo se desmorona, atrás, donde no quedan sobras, porque de realizar el circuito completo, las partículas del conocimiento quedarán serenas como la nada… no hay materia.

Es un juego que no tiene recta final, ni meta, es un juego de azar que nunca juegas, porque no sabes ganar, que es perder la vista ciega, que es subir a la cornisa y golpearte la cabeza. Presionará tu sien un pulgar helado, reza, pide al Yo un destornillador, una pinza, y algún cuerpo soñador con la destreza, con la sabiduría de cortar donde no duela, de derramar la sangre sin destrozar las venas. Adentro de la tierra, aquí, donde todo quema.


Despierta.-