Allí no existían las palabras,
vagábamos en las sombras del silencio. Subíamos a la eternidad de ese breve
grito que nadie podía oír y bajábamos, simplemente, cerrando la boca del mundo
entero.
A veces me pregunto si realmente
eres tú, o es que inevitablemente soy yo, en la proyección constante de un
mentiroso reflejo. Te callas, siempre, y sonríes ante el improperio agudo de mi
sinceridad aparente.
Y es que los tiempos cambian y, a
veces, crecemos. Y es que la luna es tan variante como el color del pelo. Me
refiero a la metamorfosis y al invierno que se asemeja a un verano que poco
recuerdo.
Pero allí no existían las
palabras, y aún no lo comprendo. Porque la señal más ciega es la que vemos
cuando miramos al frente y encontramos el vacío literario de ese cementerio que
nos vendió los mejores libros cuando vivíamos, cuando aún estábamos leyendo.
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