Simpleza de un domingo.
Cobardes segundos conmigo,
con las horas al vacío.
El tic tac enmarañado
y mi cabeza despeinada
de ideas complejas.
Rompe el cielo un frío
desgarrador,
la estufa se enciende al paso
de mi espalda pegada a su calor,
irradia el sonido una especie
de conquista a medias,
media tarde y casi noche.
Sombras y un despelote impresionante
en el living, casi comedor, casi
cocina,
casi infierno desmedido,
salvaje y solitario.
Simplezas que se vuelven idilios
atormentados por la basura
gramatical
de la avenida desolada.
Y las ventanas,
y los ojos con sus ojeras de una
noche corta,
casi siesta, casi nada y a la vez
despierta.
Y las puertas
y el armario apenas abierto
con el abrigo enganchado
a la punta del cajón.
Domingos que borran los días
previos,
que esperan ser lunes o viernes
o hasta quizás un miércoles.
Simpleza de un domingo abstracto
y casi lluvioso pero seco.
Escribo, porque las manos frías,
verás.
Escribo entre los arbustos
cotidianos
de un atardecer anunciado hace días,
en esas madrugadas de planas
ideologías.
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