La inverosimilitud de esos ojos,
como la del tiempo,
y la exactitud del verso negado
en labios completamente extraños.
Heladas manos de invierno
se posan en el infierno de mis pies,
allá, tan lejos del misterio,
de este misterio que huele a olvido,
que sabe a laberinto
y que se mantiene incierto,
alejándome de mis instintos.
La mirada se posa tiesa, estéril,
fija e inadvertida
por aquellas sensaciones permitidas
del límite y el espacio.
La copa llega al punto del vacío preciado
por la garganta interna del oro ansiado,
y la tierra seca y el sol ausente,
y la luz del sueño
al despertar realmente.
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