¿Qué decirte que no sepas?,
¿qué explicarte que no entiendas?
¿Acaso piensas que no debo
amarte?,
o ¿acaso sueñas con besarme?
¿Pero qué atesorar si nada
brindas?
¿Qué podría interpretar de tu
sonrisa?
¡Cuántas preguntas hay en la
vida!
¿Cuánta vida le resta a esta estúpida
agonía?
Me preparo un café y desentierro
lentamente
todos los recuerdos olvidados,
oxidados, odiados.
Nada se asemeja a tus ojos,
nada parece haber cambiado.
Siempre pensé que no existiría un
otro,
un ser que pudiera todo acabarlo.
Me siento,
desayuno la mirada que no existe
más que como una condescendencia
y lamento tanto, tanto tu
ausencia.
A veces interpreto que simplemente
juegas,
a veces interpretar me lleva a
tropezar
una y otra vez con la misma
piedra.
Pero a veces también desespero
cuando rozas con tu aire
una punta de mi cabello.
Tanta basura me sobra
dentro de mi discurso amoral,
tanta existencia le falta a mi
inestabilidad.
Te veo y te encuentro rondar
los rincones de mi corazón desierto.
Te veo y con eso me basta
y a la vez es el castigo eterno.
Es evidente que no podré tenerte,
es visible mi padecimiento,
tan visible que te miento
esta alegría inmensa
cuando sólo quisiera salir
corriendo.
La contrariedad me ha hecho
escudo
y arma y adiestramiento.
Pero la bajeza me ha hecho
esclava,
y empleada administrativa de tu cargamento.
Maldigo, entonces, mi espectro,
las horas perdidas, el cansancio
manifiesto.
Maldigo que no sepas quererme,
que solo te entretengan mis
pensamientos.
Le he dicho basta mil veces
a este sentido de la humanidad,
le he pedido al silencio un
cuarto
para recostarme y no hablar
jamás.
Pero me rindo ante los pies de tu
sombra,
me rindo y me da por
experimentar,
saber hasta dónde llega mi cuerpo
herido,
actuar hasta reventar.
Te pido, como vez primera,
déjame intentar.
Déjame cortarte las piernas,
para que aprendas a volar.
Te pido, pero desde el mudo
grito,
que te dejes amar,
que me dejes escribirte el mundo
con mi arte universal.
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