jueves, 2 de mayo de 2013

La función

Melodías de la noche, como eternos poemas,
supuran sobre el colchón introvertido y estructurado.
Al amanecer,
porque una luz asoma por la ventana,
brillantes letras se cuelan por la cortina racional
del parecer que ya no es cotidiano.
Pero sobre ti
llueven las constantes aguas de la inspiración,
caen las heladas nieves de la contemplación
y, mientras vas desapareciendo
con alguna prosa destronada del reflejo en desamor,
te descompones en sólidas teorías de la rendición.
Pobres los ciegos de oído,
tristes los buenos olfatos de lo onírico
pero felices los mudos del grito necio de la ignorancia.
Sabes representar a las masas,
como el televisor reventado contra la vereda
de la anárquica libertad.
Sabes colmar de risas estas odas reinventadas
de lúgubres armonías mal acomodadas.
Cada tanto se te caen los papeles y te agachas,
retomas posición
y exhalas cada gramo impoluto de rotas palabras.
Cada tanto miras al horizonte de las ansias
y desestimas, fuertemente,
los deseos en espirales escaleras.
Un infierno literario asecha,
el punto cúlmine del oscuro poeta,
la recta final de la ironía indirecta,
la supuesta repetición de la línea más hambrienta,
el pozo profundo de la profecía necia,
la vuelta al mundo en menos días que un cometa,
la muerte inminente del ambiguo sistema.
Pero sobre ti
caen las peores pesadillas en carne viva
y esperas,
el exabrupto pesa como una luna de madera
sobre los hombros de la espejada existencia
y, mientras escribo, te creas.

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