Ojos de la noche, evidencias del
desapego emocional ajustado a la tenue oscuridad. Ojos de la noche,
convenientes resplandores a los pies de una cama desierta de sentido común.
Ojos invasivos, cortantes, fríos; desplegando la mirada al vacío de un alma
invisible. Ojos de la noche tan alejados de mí, y tan frente a los míos. Ojos
que respiran un compulsivo aire de grandeza ensimismada, que ahuyentan a las
sombras, que me invitan al olvido de un recuerdo perdido en las ramificaciones
aplastantes del limbo existencial. Y son tus ojos, vida que muere, son tus
esferas dominantes de los pasos anclados a la pasividad absoluta de mis propias
manos que concluyen el recorrido eterno de vagar una y otra vez hacia el
infinito. Ojos que evaden mi mirada observadora, que ríen, que lloran. Inmensos
ojos que la luz destroza. Y son tus ojos, errantes y paralelos, ojos que no
aprenden, ojos que no saben de mi duelo, ojos que distorsionan el invierno de
mi cuerpo. Son tus ojos, rompiendo a los míos, haciéndolos pedazos contra la
pared resistente del desvarío. Ojos de la noche en el vaivén tan conocido, en
la duda, en la disyuntiva, en la precaria objetividad que poseí algún día. Ojos
de la noche, lágrimas secas de una madrugada casi tan pulverizada como mis
pestañas hechas cenizas. Y son tus ojos, tus ojos que me miran como esbozando
un adiós helado antes de la partida. Y son los míos los que ya nunca se
cierran, tratando de mirar los helados hombros de los tuyos cuando se retiran.
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