El supuesto color azul se convierte en certero cuando la
ausencia completa, ese infierno de imposiciones de la realidad, ese
inalcanzable estado de eufórica tranquilidad. El evidente concepto de la
felicidad se hace agua de un oasis que no existe más que en la proyección de
una necesidad. Y los demás, los estados que componen esta indescriptible
estabilidad, se aseguran vomitivos y apesadumbrados de tanto fingir una
incoherencia social. Más, me pesa el ambiente neutro de la cordialidad, el
permiso compulsivo al querer acciones inversas, el sentido abstraído del tedio
y la vergüenza expresa. Me pesa la ausencia, pero también la presencia que
forma una inmensa soledad.
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