jueves, 2 de mayo de 2013

Despierta

Despierta. Y el ser atraviesa la luz de la simpleza. Asegura su existencia sobre las paredes del castillo anclado al aire viciado de importancia inquieta. Resguarda las puertas semiabiertas o casi cerradas y observa, como repitiendo las guardias, el pasar de la vida frente a sus ojos de harpía envenenada. Pero la atención resta lugar para la sorpresa. Cada rostro se mezcla con la tierra que vuela hacia el interior de la morada azul de la franqueza. Brazos, como miles, optan por la fuerza bruta y la inconsciencia; otros, como las manos heladas, buscan saberes detrás del tiempo. El ser le pertenece al sol, o quizás a la luna, pero el silencio le sabe a espuma estancada en la aguja más fina que se escapa debajo del aparato respiratorio confuso y enardecido por el humo. La misión se complica con las noches aterciopeladas y sin estrellas, la jugada de la parsimonia pareciera desentenderse de la táctica evidente que irradia del calefactor pegado a su sien latiente. Nunca el corazón ni el pulso, nunca la desvinculación aparente o el puntapié inconcluso, nunca el puño en la pared o el dedo índice en el pecho del enemigo, nunca el ser con sapiencia ni esperanza. Siempre supo, aunque descalza su inocencia, pisando las rocas quemadas del placer altruista y desinteresado. Y sabe a azahar y huele a pimienta negra. Proyectos de trabajo que superan la delicadeza de un estornudo abandonado a su propia suerte kármica atoran la virtud en el tabique desviado del propenso cuerpo a enfermarse de ira; allí la prontitud del pañuelo detiene la sangre y desnuda la guerra, luego las sombras y los ecos, luego el laberinto de estatuas y manifiestos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios