Cansada de lastimosos versos,
le brindaré un abrazo inmenso
a la oscuridad del texto.
Beberé la tinta con mis labios
secos
y romperé el hechizo del mago del
silencio.
Ah, pero qué limitados mis
pensamientos,
mejor abrir una herida
para cocer los gusanos tuertos,
mejor saberme en estilo,
modelo y espejo del infierno.
Te voy a contar el cuento,
te haré desaparecer el aliento,
te romperé el cuerpo en pedazos
que tendrán sabor a consuelo.
Y si entonces no me muero,
subiré hasta la cornisa del
tedioso arte lento,
saltaré con sentimiento
y me enterraré de golpe
en el ataúd de un cementerio.
Ah, pero qué insolencia la de tus
ojos,
como si creyeras mis fundamentos,
como si mi hipótesis del tiempo
se fraccionara en quince
silogismos certeros.
Nadaré en el mar del vino,
voy a ser el ave y el pez
y alguna que otra vez el destino.
Voy a anclarme a la isla del humo
opiáceo,
voy a revertir mi intestino.
O mejor encenderé un cigarrillo,
al lado de la estufa seca de
llamas y filtros,
te voy a armar como un
rompecabezas,
martillando poco a poco tus
suspiros.
Nada de lo que diga me ciega,
nada se acerca a mi designio:
comerte los labios a versos,
fundirte en mi fuego prohibido.
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