Poca palabra destrona al poderío
inconveniente de la cultura del silencio. Precisión, decía, en la altura
desigual sobre el nivel cordial del retraso amanerado de la comunicación. Al
contrario de la banalidad precaria, en lo coloquial del esbozo masivo de
discursos, el silencio casi completo es preferible, ante el burdo desempeño de
un solo sector, sin el cerebro.
El ritual de la poesía se
encendía, como en todas esas noches frías que destapan la corteza de la
estigmatización de las ideas. Las estrictas estrellas abrazaban la simpleza de
un cielo vestido de negro y la mercancía en forma de papel escaseaba. Todo
ansiaba plasmarse con una letra fina sobre el ojo del espejo inverosímil, sobre
todo, sin pensarlo, sobre el ojo irrestricto y mistificador del espejo
inverosímil. Y luego el eco, y repetir.
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