jueves, 2 de mayo de 2013

Beso de noche



El beso de la noche se aproxima a su fin; con su lengua impetuosa de estrellas, aminorando la marcha dentro de la boca del sueño; con su extrema inocencia, abandonando la cama de negro que invadió antes su insinuante condición. Llega al final como promocionando su retorno, como desvistiendo de impaciencia a los otros besos que esperan, retraídos en el olvido, el visto bueno para ampliar su existencia.
Muere la pena, nace el dolor y la agonía se retroalimenta, como fénix que renace de la ceniza metaforizada de la ilusión. Las aguas bajan al nivel de la tierra en la que duermen las ideas que no han muerto aún, y el beso se desvanece, desparramando sus dientes en la tumba de la presencia obsoleta del cuerpo en soledad.
A veces, en la corrección más común de las palabras, el ansioso deseo prevalece por sobre las excusas que son  nunca demasiadas. A veces me he puesto a pensar en cambiarle el sentido a la virtud de esta rima enmarañada, y se hizo de mañana, sin esperanza alguna de derribar las estrofas guirnaldas.
Pero el beso sabe a nada y la nada se hace dulce a veces, a veces salada. La nada se contempla con estos ojos, los mismos que despiden a la boca ensimismada que repite mis crueles palabras, como la misma noche, desacomodada de horarios, que maneja mi cama intacta.

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