Ojala me faltaran las palabras
y el silencio dominara este
pensamiento
que grita a mil voces el
desconcierto eterno
de perderte en tantas formas,
en tantos cuerpos.
Posibilitaría mi muerte el ruido,
me dejarían las alas caer al
vacío
y comprendería el sentido absurdo
al que me has sometido
con el vaivén de tu alma entre
tantas miradas
que perdí con cada oda escrita
hacia la nada.
Pienso, luego, en tantas
oportunidades perdidas
por buscarle una salida
a esta necesidad imperiosa de
encontrarte
detrás de las cortinas hipócritas
de los ojos que, a veces, me
miran.
Y ojos necios son tantos,
tantos que no lo merecían.
Así es, y detrás del miedo y la
sonrisa,
yacen los restos de la armonía
que supuse un día recorrer con mi
poesía.
Ojala me faltara el aire
para responderle a la vida,
para escribirle al misterio de
esa voz que se escapa,
para partirle el rostro de
acuarelas,
para instruirle en el arte de la
caricia
esparcida por la fría tierra
de la correspondencia impedida.
El tiempo,
enemigo suicida y pirata de la ortografía,
roto tantas veces por estas
agujas torcidas,
se esfuma como ese cuerpo
intensificado
a la potencia retroactiva del
reflejo borroso.
Se va por los rincones oscuros de
mi memoria invasiva;
y ya no regresa si no es al otro
día,
cuando ya no tengo noches,
cuando la evidencia está
completamente dormida.
Ojala pudiera reemplazar
la vaporosa consciencia por la
mentira,
quizás así podría perder de vista
las sombras
y enfocarme en el bocado más fino
de la mesa sin comida.
Porque mi cama está desierta de
almohadas simplistas,
el minimalismo aparenta un diseño
arbitrario
que no se complementa con mi
armario
desacomodado y de puertas
corredizas.
Porque la certeza se acopla a la
duda
de cada nueva visita,
y me detengo solamente
a escribir una estúpida moraleja
en una lengua extranjera y sin
carisma.
Porque he respetado demasiado
el tratado primero del buen
respeto
y las hierbas medicinales
en el cantero impropio de la
contradicción.
Porque ojala pudiera no serlo
y completarme con una noche
aplicada
al arte del olvido,
pero se resiste mi intransigencia
descomprimida
y se contraen las manos hasta la
médula
de la existencia altruista.
Porque no me quedan más razones
para perder la razón
y se me acaban las ilusiones
antes de convertirme en lo peor
de la valoración empírica,
mi propia composición.
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