jueves, 9 de mayo de 2013

Sin título



Ojala me faltaran las palabras
y el silencio dominara este pensamiento
que grita a mil voces el desconcierto eterno
de perderte en tantas formas,
en tantos cuerpos.
Posibilitaría mi muerte el ruido,
me dejarían las alas caer al vacío
y comprendería el sentido absurdo
al que me has sometido
con el vaivén de tu alma entre tantas miradas
que perdí con cada oda escrita hacia la nada.
Pienso, luego, en tantas oportunidades perdidas
por buscarle una salida
a esta necesidad imperiosa de encontrarte
detrás de las cortinas hipócritas
de los ojos que, a veces, me miran.
Y ojos necios son tantos,
tantos que no lo merecían.
Así es, y detrás del miedo y la sonrisa,
yacen los restos de la armonía
que supuse un día recorrer con mi poesía.
Ojala me faltara el aire
para responderle a la vida,
para escribirle al misterio de esa voz que se escapa,
para partirle el rostro de acuarelas,
para instruirle en el arte de la caricia
esparcida por la fría tierra
de la correspondencia impedida.
El tiempo,
enemigo suicida y pirata de la ortografía,
roto tantas veces por estas agujas torcidas,
se esfuma como ese cuerpo intensificado
a la potencia retroactiva del reflejo borroso.
Se va por los rincones oscuros de mi memoria invasiva;
y ya no regresa si no es al otro día,
cuando ya no tengo noches,
cuando la evidencia está completamente dormida.
Ojala pudiera reemplazar
la vaporosa consciencia por la mentira,
quizás así podría perder de vista las sombras
y enfocarme en el bocado más fino
de la mesa sin comida.
Porque mi cama está desierta de almohadas simplistas,
el minimalismo aparenta un diseño arbitrario
que no se complementa con mi armario
desacomodado y de puertas corredizas.
Porque la certeza se acopla a la duda
de cada nueva visita,
y me detengo solamente
a escribir una estúpida moraleja
en una lengua extranjera y sin carisma.
Porque he respetado demasiado
el tratado primero del buen respeto
y las hierbas medicinales
en el cantero impropio de la contradicción.
Porque ojala pudiera no serlo
y completarme con una noche aplicada
al arte del olvido,
pero se resiste mi intransigencia descomprimida
y se contraen las manos hasta la médula
de la existencia altruista.
Porque no me quedan más razones
para perder la razón
y se me acaban las ilusiones
antes de convertirme en lo peor
de la valoración empírica,
mi propia composición.

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