Muere tu oscuridad, luz de la
ilusión y la precavida contradicción. Me late la duda constante de la noche, me
irrita el goteo irresponsable de esa sangre que ya no sabe sangrar y me quema
el pretexto, me quema tanto adentro.
Y mueres como tu capa que te
cubre de mí, te vas al infierno de mi mente, te vas y te ríes porque no sabes
llorar. Quitas de mis manos las balas que eran mi defensa eterna y te escapas
detrás de la luna, luna que existe solamente cuando miro al centro del universo
de tu rostro cayendo bajo mis instintos tan aferrados a ti.
El óxido de esta inmensa ruptura
craneal me revienta la mirada en tantos trozos vivos de profunda resistencia,
esparciendo mis restos sobre estas hojas llenas de rimas tensas y nerviosas y
dulces y melancólicas y oscuras y asesinas. Y revivo, porque la agonía tiene el
nombre de esa cruel sonrisa.
Maldigo, cada tanto, cada
segundo, todo lo que predico como una creencia; todo lo que irradia mi energía
cinética, mi ambigua manera de insertar mi reflejo en el lago de los deseos
rotos. Y, también, repito porque no quedan más despojos al final de mis
ansiosos versos que buscan la reacción invisible del tiempo. El tic tac me
desespera y luego el retroceso.
De mí supuran palabras atroces
que, intermitentes, desean una metamorfosis embriagante. Vuelco, como laguna
árida, el polvo de mis huesos sobre este texto que es veneno y es remedio y es
el medio más dañino por el que puedo disparar mis planteos confundidos al azar
de un masivo cementerio de tintas secas y toda la debilidad.
Ya nada puede llover sobre este
suelo mojado donde nadan mis pies fríos ni nada puede detener la tempestad que
vuela el resto de mi cuerpo hasta el infinito. La mierda que flota como poesía
en esta alcantarilla de cuatro paredes donde pienso se pudre cada vez más
creando lo bello del lodo, descarrilando a mi corazón. Y tal como con punzones
tallada, la figura de los besos pierde su ordenada estructura.
El verbo se descompone con mi
cursilería barata, se esconde y por dentro se relame rememorando toda la
persuasiva evidencia que actúa en mi contra, condescendencia y banalidades de
la estúpida existencia. Todo lo que se pudre renace en flores secas que tienen
el perfume de la memoria indirecta que hace que piense en esos ojos que se
entierran como puñales en la distante extremidad.
Y tú, mirando desde la
distracción del momento, partiéndome la fantasía y recitándome, con tu
silencio, esta helada realidad. Y tus venas complementando, porque funcionales,
el ciclo enfermizo del elíxir que me engaña; que se lleva, en el mismo curso,
todas mis mañanas.
Ya han pasado muchísimas horas,
mi pensamiento ha variado como varía el color de la aurora naciente y mi sien
casi colapsa de pensarte entre burdas e hirientes palabras. Los ojos me laten,
las manos me sudan, la espalda me tuerce el resto del cuerpo amoldándolo a la
forma más triangular del nudo atorado en mi garganta y mi estabilidad me
incendia, descorchando la última botella de silencio sobre mis oídos
adormecidos. Todo me alimenta el ego, engordándolo mientras se entierra en el
fuego helado de la simpleza. Todo te convierte en hiedra, una venenosa,
calculadora, previsora, insaciable y deliciosa hiedra. Todo me despierta del
insomnio crónico de mi almohada desierta. Todo se concentra en un jugo
tembloroso que traspasa mi voz y la devuelve grave y efímeramente sincera.
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