jueves, 2 de mayo de 2013

Lo efímero



Muere tu oscuridad, luz de la ilusión y la precavida contradicción. Me late la duda constante de la noche, me irrita el goteo irresponsable de esa sangre que ya no sabe sangrar y me quema el pretexto, me quema tanto adentro.
Y mueres como tu capa que te cubre de mí, te vas al infierno de mi mente, te vas y te ríes porque no sabes llorar. Quitas de mis manos las balas que eran mi defensa eterna y te escapas detrás de la luna, luna que existe solamente cuando miro al centro del universo de tu rostro cayendo bajo mis instintos tan aferrados a ti.
El óxido de esta inmensa ruptura craneal me revienta la mirada en tantos trozos vivos de profunda resistencia, esparciendo mis restos sobre estas hojas llenas de rimas tensas y nerviosas y dulces y melancólicas y oscuras y asesinas. Y revivo, porque la agonía tiene el nombre de esa cruel sonrisa.
Maldigo, cada tanto, cada segundo, todo lo que predico como una creencia; todo lo que irradia mi energía cinética, mi ambigua manera de insertar mi reflejo en el lago de los deseos rotos. Y, también, repito porque no quedan más despojos al final de mis ansiosos versos que buscan la reacción invisible del tiempo. El tic tac me desespera y luego el retroceso.
De mí supuran palabras atroces que, intermitentes, desean una metamorfosis embriagante. Vuelco, como laguna árida, el polvo de mis huesos sobre este texto que es veneno y es remedio y es el medio más dañino por el que puedo disparar mis planteos confundidos al azar de un masivo cementerio de tintas secas y toda la debilidad.
Ya nada puede llover sobre este suelo mojado donde nadan mis pies fríos ni nada puede detener la tempestad que vuela el resto de mi cuerpo hasta el infinito. La mierda que flota como poesía en esta alcantarilla de cuatro paredes donde pienso se pudre cada vez más creando lo bello del lodo, descarrilando a mi corazón. Y tal como con punzones tallada, la figura de los besos pierde su ordenada estructura.
El verbo se descompone con mi cursilería barata, se esconde y por dentro se relame rememorando toda la persuasiva evidencia que actúa en mi contra, condescendencia y banalidades de la estúpida existencia. Todo lo que se pudre renace en flores secas que tienen el perfume de la memoria indirecta que hace que piense en esos ojos que se entierran como puñales en la distante extremidad.
Y tú, mirando desde la distracción del momento, partiéndome la fantasía y recitándome, con tu silencio, esta helada realidad. Y tus venas complementando, porque funcionales, el ciclo enfermizo del elíxir que me engaña; que se lleva, en el mismo curso, todas mis mañanas.
Ya han pasado muchísimas horas, mi pensamiento ha variado como varía el color de la aurora naciente y mi sien casi colapsa de pensarte entre burdas e hirientes palabras. Los ojos me laten, las manos me sudan, la espalda me tuerce el resto del cuerpo amoldándolo a la forma más triangular del nudo atorado en mi garganta y mi estabilidad me incendia, descorchando la última botella de silencio sobre mis oídos adormecidos. Todo me alimenta el ego, engordándolo mientras se entierra en el fuego helado de la simpleza. Todo te convierte en hiedra, una venenosa, calculadora, previsora, insaciable y deliciosa hiedra. Todo me despierta del insomnio crónico de mi almohada desierta. Todo se concentra en un jugo tembloroso que traspasa mi voz y la devuelve grave y efímeramente sincera.

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