Cuando la inspiración no abunda
es cuando el viento se eleva a las alturas y el autor, en un torbellino de
apreciaciones nulas, se lanza con el lema “hijo de puta”, reventándose el codo
contra la pared oscura. Me ofusca el vacío, me rompe el equilibrio y pienso
volver al ruedo cuando ya me he ido. Surge, entonces, el hechizo, la cuestión
del poder y salen letras disparadas al azar del saber. Volando, las palabras,
al olvido del intento, una obra se engrana con la misma bronca del manjar.
Pronto, a comer, que se acabará y tengo hambre. Un sándwich de costumbres sin
mayonesa se encuentra sobre la mesa, lo miro y llega a estómago la certeza de
que si le agrego ají se encenderá mi lengua. Y así comienza:
Odiosas demoras, condiciones
ilesas de las horas enfermas en la camilla del tiempo, con los brazos
quebrados, con los pies sobre el frío suelo. Maldigo la arrogancia del
silencio, puto silencio que se come a los parásitos del sentimiento. Pero
espero, el sabor se asemeja a un cementerio, así entierro mis ideas en el tedio
constante de un escrito paralelo que va por detrás de esta máscara de
misteriosos silogismos simétricos. No, la verdad no sé pensarla, tabla
inescrupulosa de verdaderos y falsos, y todas esas cosas que no hacen un
carajo. Síndrome binario del un lenguaje siempre complicado, funciona el
teclado o se cagan los temerarios. Todo se combina con el espacio abstracto en
el que la comunicación se hace algo extraño, en el que el trabajo consiste en
dejar todo por sentado. Y se asientan las cabezas sobre todos los brazos, y los
torsos se acomodan a la posición del letargo inminente. Mueren las directivas
de un legado, todo se parece al cubículo que se encuentra a este pegado. Digo,
me pareció haber visto un elemento distintivo en tu escritorio, igual al mío,
pero era tu nombre del cual, igual al mío, del cual todos leían el apellido.
Papeles y bolsillos confiscados por el juez del colmillo largo, por la esposa
del amigo banco, por la burocrática existencia del boludo formulario. Van de la
mano los estados, el ausente, el disponible y el ocupado, pero la lectura que
se hace es la del inhumano, la recopilación de datos y el trabajo de
inteligencia sobre cada uno de los estratos que se invirtieron hace un rato. No
es comprensible, puesto que no he cenado, pero tengo hambre de versos que sean
alterados, tengo alas para un cielo que no esté nublado, tengo letras para
textos que no tengan los labios sellados, tengo voz para gritar un poco más que
simples ecos, que escasos sueños.
Termino de masticar cada punto,
me quito las comas que han quedado atrapadas entre mis dientes y bebo con
breves sorbos aquello que no es agua. La transparencia se ha opacado mientras
la sombra de lo incierto se consume como el tabaco. La tarea ha terminado y el
vacío se ha llenado. Volveré y entonces llenaré nuevamente este saco, con
virtudes que no tienen ni siquiera los poemas más planos. Volveré si me lo
piden los ojos del lector que no he creado. Volveré, sin pensarlo, cuando el
apetito se haga enemigo del reloj constipado.
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