He mojado mis labios tantas veces con el sudor
de un vaso inestable, he caído y he barrido, he perdido en el olvido
otros tragos más del ruido. Pero siempre he resistido, hoy compongo mis
poemas con algo parecido al ritmo, una antología de letras que me aleja
del abismo. He mojado tantas veces mis manos con la tinta del prodigio,
escapándole al sensato, escupiendo la
cara del crítico. He vuelto, como vuelven los pájaros y también me he
ido, me fui así como escapando, pero siempre volviendo, siempre
acotando. He perdido tantos ojos en el mar de los despojos, he muerto y
reviví del elíxir de mis letras, he sido el complejo y hoy soy las
metas. He nacido y he crecido, y me lamentaron las libretas, las
anotaciones truncas, las poesías incompletas. He mojado mis ojos tantas
veces con lágrimas secas, que hoy lloran mis rimas tercas esta
insistencia tan poco modesta.
Vuelco en el suelo de la noche la sangre del derroche y la necesidad de un reproche, la sangre, el vino y el goce. La noche se lustra como suelo de madera, con un aerosol ambiguo y una franela. Se limpia el polvo de la inconsciencia mientras la madrugada complementa la hazaña con un poco de licor. Del vino y del agua, la diferencia es exacta, es letal la contextura de una burbuja insensata. Basta, finalmente, decir, que la luna y el sol son anclas que reprimen a la tierra en un eje demencial. Basta decir, porque no ha sido dicho, que el último trago es capricho del silencio constrictor. Vuelco en el suelo y luego limpio, este es un complejo acogedor.
Tú. Eso que soy yo, pero sin la poca virtud. Tú, ese reflejo tan extraño a estas horas de altitud. Tú, la actitud incompleta de un silogismo sin vueltas. El espejo de la luna y las estrellas de tu letra. Tú, eso que soy yo, pero sin las recetas, sin el pensamiento abstracto de la rima paralela. Tú, escondes en mis ojos, como este poema esconde mensajes toscos. Tú, o sea, yo, y las copas bebidas de más en el rincón del olvido y el baño encendido. Tú, pero yo y también aquello que llaman ello, que está debajo del superhéroe que dice componer la persona entera, entre el ser, el no ser y el parecer. Tú, yo, aquello, ello, esto y eso, eso que está en el espejo del espejo que no es ni mi reflejo ni tu deseo. Tú, o nosotros, que somos todo y nada a la vez. Tú, ¿acaso me ves?
Invade la tormenta esta fuerte ideología necia del silencio. Invaden los truenos los pocos cabos sueltos del espejismo que pretende ser un sueño. Pronto los rayos derribarán el monumento del placer subliminal de los textos imperfectos. Pronto, hasta casi terminar, hasta el final de los intentos, mientras solo pretendo narrar. Se avecina el viento terco, la pasividad, la inestabilidad del misterio, un misterio que no tiene capacidad de ocultar. Volar. La eternidad y el precipicio, el principio y el final, el destino sin sentido, las mentiras de la verdad. Saltar, correr, asegurar el tiempo con una cuerda indestructible de papel. Y los árboles y el cielo, y la lluvia y el infierno, y mis manos transparentes que escriben durante el entierro. Yacen, inminentes y desoladores, el protagonista Libro y el antagonista Fuego. Y miro, contemplo, converso con el sepulturero y me entretengo compaginando lo complejo de un testamento abstracto, simbólico y usurero. Finalmente el barro, desarmando los agujeros, incorporando como cemento las líneas que forman el poema muerto, dándole vida a la luna que alumbra el resentimiento. Finalmente el barro, el mástil, el banderillero, el lejano horizonte y nuevamente el silencio. “Lo siento mucho”, dice el cartero, “no se podrá entregar a destino este sobre sin sello”.
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Vuelco en el suelo de la noche la sangre del derroche y la necesidad de un reproche, la sangre, el vino y el goce. La noche se lustra como suelo de madera, con un aerosol ambiguo y una franela. Se limpia el polvo de la inconsciencia mientras la madrugada complementa la hazaña con un poco de licor. Del vino y del agua, la diferencia es exacta, es letal la contextura de una burbuja insensata. Basta, finalmente, decir, que la luna y el sol son anclas que reprimen a la tierra en un eje demencial. Basta decir, porque no ha sido dicho, que el último trago es capricho del silencio constrictor. Vuelco en el suelo y luego limpio, este es un complejo acogedor.
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Tú. Eso que soy yo, pero sin la poca virtud. Tú, ese reflejo tan extraño a estas horas de altitud. Tú, la actitud incompleta de un silogismo sin vueltas. El espejo de la luna y las estrellas de tu letra. Tú, eso que soy yo, pero sin las recetas, sin el pensamiento abstracto de la rima paralela. Tú, escondes en mis ojos, como este poema esconde mensajes toscos. Tú, o sea, yo, y las copas bebidas de más en el rincón del olvido y el baño encendido. Tú, pero yo y también aquello que llaman ello, que está debajo del superhéroe que dice componer la persona entera, entre el ser, el no ser y el parecer. Tú, yo, aquello, ello, esto y eso, eso que está en el espejo del espejo que no es ni mi reflejo ni tu deseo. Tú, o nosotros, que somos todo y nada a la vez. Tú, ¿acaso me ves?
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Invade la tormenta esta fuerte ideología necia del silencio. Invaden los truenos los pocos cabos sueltos del espejismo que pretende ser un sueño. Pronto los rayos derribarán el monumento del placer subliminal de los textos imperfectos. Pronto, hasta casi terminar, hasta el final de los intentos, mientras solo pretendo narrar. Se avecina el viento terco, la pasividad, la inestabilidad del misterio, un misterio que no tiene capacidad de ocultar. Volar. La eternidad y el precipicio, el principio y el final, el destino sin sentido, las mentiras de la verdad. Saltar, correr, asegurar el tiempo con una cuerda indestructible de papel. Y los árboles y el cielo, y la lluvia y el infierno, y mis manos transparentes que escriben durante el entierro. Yacen, inminentes y desoladores, el protagonista Libro y el antagonista Fuego. Y miro, contemplo, converso con el sepulturero y me entretengo compaginando lo complejo de un testamento abstracto, simbólico y usurero. Finalmente el barro, desarmando los agujeros, incorporando como cemento las líneas que forman el poema muerto, dándole vida a la luna que alumbra el resentimiento. Finalmente el barro, el mástil, el banderillero, el lejano horizonte y nuevamente el silencio. “Lo siento mucho”, dice el cartero, “no se podrá entregar a destino este sobre sin sello”.
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