Un
licuado de inexactitud. Tu mano vierte el occidente de la virtud en un
oriente lejano. La máquina gira, deslindando los límites complejos de la
mente. Te vas por el cuchillo, también, tus ojos se marean con las
vueltas consecuentes en ese torbellino de ideas que, finalmente, se
reduce a un jugo uniformemente variado, como aquel movimiento rectilíneo
que estudiaste en el secundario. Luego bebes, porque tu boca se mantuvo
alejada del filo invertido en esa copa tirana. Bebes, sabiendo que has
de considerar cada signo yuxtapuesto como una mera mezcla abarcadora de
indescifrables conceptos. Digerir el líquido es como dirigir el discurso
más allá de los oídos que te rodean; lo haces mientras observas que la
equivalencia no se intensifica, que la realidad todavía no se mastica y
que, sin dudas, te pararás ante la crítica con la sonrisa más cínica que
puedas argumentar. Miras fijamente al
destinario masivo, cumples el teorema de esa unión ambivalente que corre
ahora por tus venas. Te complementas como un ave entre el aleteo y el
nado, entre la sustancia y la franqueza que te han quitado la placa de
esclavo. Has bebido de tu propia sangre como invertebrado del aire, has
sabido contemplarte desde la insignificación de tu estado pacífico y
permeable. Una bomba de sodio y potasio te condensa la energía en el
centro de tu espectro, en tus células dormidas. Dices, haces, respondes y
cierras los ojos para volver, en minutos, a distribuir a tu antojo las
conversaciones perdidas entre el pánico y el enojo. Para ti los estudios
de la materia se conservan en el nexo de las formas paralelas que
componen el universo, aquello que los demás ven como simples estrellas.
Te lamentas, quizás, de haber bebido de un solo trago aquel tesoro que
se esconde entre los relámpagos de la existencia. ¡Es la gloria, la
proeza, la sabiduría, la avivada llama que expresa! Tiendes a
complejizar aquello absurdamente sencillo, tiendes la ropa en el
lavadero ambiguo de la limpieza, y naces como nacen las mañanas, en una
habitación extensa de memorias aplicadas al azar de la esencia.
Naturalmente deseas volver el tiempo atrás y descerrajarte un tiro en la
cabeza, con una bala de promesas, con una estaca en el centro del
corazón de la agudeza. Pero te tranquilizas, vuelves a girar en la
almohada selecta que corta y corta evidencias para saberte circuito
alterno en el sueño de toda firmeza. Te despiertas y te miras al espejo,
te contentas con el tiempo, te amigas con la consciencia, y vives el
día, ahora, con algo más de experiencia.
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