lunes, 14 de enero de 2013

Un licuado para la mesa 5

Un licuado de inexactitud. Tu mano vierte el occidente de la virtud en un oriente lejano. La máquina gira, deslindando los límites complejos de la mente. Te vas por el cuchillo, también, tus ojos se marean con las vueltas consecuentes en ese torbellino de ideas que, finalmente, se reduce a un jugo uniformemente variado, como aquel movimiento rectilíneo que estudiaste en el secundario. Luego bebes, porque tu boca se mantuvo alejada del filo invertido en esa copa tirana. Bebes, sabiendo que has de considerar cada signo yuxtapuesto como una mera mezcla abarcadora de indescifrables conceptos. Digerir el líquido es como dirigir el discurso más allá de los oídos que te rodean; lo haces mientras observas que la equivalencia no se intensifica, que la realidad todavía no se mastica y que, sin dudas, te pararás ante la crítica con la sonrisa más cínica que puedas argumentar. Miras fijamente al destinario masivo, cumples el teorema de esa unión ambivalente que corre ahora por tus venas. Te complementas como un ave entre el aleteo y el nado, entre la sustancia y la franqueza que te han quitado la placa de esclavo. Has bebido de tu propia sangre como invertebrado del aire, has sabido contemplarte desde la insignificación de tu estado pacífico y permeable. Una bomba de sodio y potasio te condensa la energía en el centro de tu espectro, en tus células dormidas. Dices, haces, respondes y cierras los ojos para volver, en minutos, a distribuir a tu antojo las conversaciones perdidas entre el pánico y el enojo. Para ti los estudios de la materia se conservan en el nexo de las formas paralelas que componen el universo, aquello que los demás ven como simples estrellas. Te lamentas, quizás, de haber bebido de un solo trago aquel tesoro que se esconde entre los relámpagos de la existencia. ¡Es la gloria, la proeza, la sabiduría, la avivada llama que expresa! Tiendes a complejizar aquello absurdamente sencillo, tiendes la ropa en el lavadero ambiguo de la limpieza, y naces como nacen las mañanas, en una habitación extensa de memorias aplicadas al azar de la esencia. Naturalmente deseas volver el tiempo atrás y descerrajarte un tiro en la cabeza, con una bala de promesas, con una estaca en el centro del corazón de la agudeza. Pero te tranquilizas, vuelves a girar en la almohada selecta que corta y corta evidencias para saberte circuito alterno en el sueño de toda firmeza. Te despiertas y te miras al espejo, te contentas con el tiempo, te amigas con la consciencia, y vives el día, ahora, con algo más de experiencia.

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