De humores, el encierro. De
amores, el misterio. Van caminando los necios al precipicio, empujarles tiene
su precio, y a veces se convierte en un vicio. No tengo sombreros para el dandy
del entrepiso, pero maldito y necesario, con el vestuario atrayente, y mente de
presidiario. No tengo opio para el misterioso bigote astuto del contemplador
impoluto de la perversión y todo aquello absoluto. No tengo invitaciones para
el resplandor de aquel difunto, el de los lentes grandes y la cara de bruto. De
humores, el encierro. De amores, el misterio. De mí, entonces, el ácido
comienzo al final de un grato texto. Lejos de la inocencia, digo, y dice mi
lectura esbelta, dentro del panal no hay abejas, pero hay miel y de la buena.
Ja, ja, ja. Y algunas damas de beneficencia en la plenitud de la basura burguesa
pretenden hacer del frío la mayor de las fiestas. Pero me río, algunas viejas
bien puestas saben coser corpiños para camisas sin tetas. Vuelan los pájaros,
sueltan las quejas, alas de oro volcando veneno sobre las mesas. La mesa más
vistosa fue aquella que se desmoronó por faltarle una pata, fue tan gracioso
ese momento, pero no existían las cámaras. De humores, el encierro. De amores,
el misterio. “Y de mi culo un florero”, dijo el árbitro del partido culto en el
centro. Cada plegaria en la odiosa iglesia del crédulo se convirtió en un coito
pasajero, en una amalgama de uniones que irritaron al sepulturero, teniendo que
enterrar un cura y un niño en el mismo féretro. Dicen del humor negro es la
mejor herramienta para lo sincero, y así también me río pero no miento. Algunos
banderines del convento me servirían explícitamente como un bastardo papel higiénico.
De humores, el encierro. De amores, el misterio. Pero de esta historia un
costurero, un muñeco de trapo y un cenicero, parecieran ser banalidades estas
que cuento. La idealización del poeta es como la necesidad de encontrarlo
muerto, vamos que pretendo el desconcierto de la longevidad, y dejar a los
vasos boquiabiertos. Nos dicen que el manzano da manzanas, el olmo peras
olvidadas pero mis manos, alguna que otra puteada, al pelotudo, al radical, al
empedernido y al diestro entero con el brazo metido en un basurero. Romper con la estructura es como desvanecer en las
alturas, y caemos, caemos como la lluvia ácida quemándole los ojos a la
ignorancia, a la burocracia homicida, a la desgracia neoliberal de podólogo
lamiéndose los pies. De humores, el encierro. De amores, el misterio. Y de
escritos, algunos no tan buenos. Adiós.
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