jueves, 10 de enero de 2013

algo extraño



De humores, el encierro. De amores, el misterio. Van caminando los necios al precipicio, empujarles tiene su precio, y a veces se convierte en un vicio. No tengo sombreros para el dandy del entrepiso, pero maldito y necesario, con el vestuario atrayente, y mente de presidiario. No tengo opio para el misterioso bigote astuto del contemplador impoluto de la perversión y todo aquello absoluto. No tengo invitaciones para el resplandor de aquel difunto, el de los lentes grandes y la cara de bruto. De humores, el encierro. De amores, el misterio. De mí, entonces, el ácido comienzo al final de un grato texto. Lejos de la inocencia, digo, y dice mi lectura esbelta, dentro del panal no hay abejas, pero hay miel y de la buena. Ja, ja, ja. Y algunas damas de beneficencia en la plenitud de la basura burguesa pretenden hacer del frío la mayor de las fiestas. Pero me río, algunas viejas bien puestas saben coser corpiños para camisas sin tetas. Vuelan los pájaros, sueltan las quejas, alas de oro volcando veneno sobre las mesas. La mesa más vistosa fue aquella que se desmoronó por faltarle una pata, fue tan gracioso ese momento, pero no existían las cámaras. De humores, el encierro. De amores, el misterio. “Y de mi culo un florero”, dijo el árbitro del partido culto en el centro. Cada plegaria en la odiosa iglesia del crédulo se convirtió en un coito pasajero, en una amalgama de uniones que irritaron al sepulturero, teniendo que enterrar un cura y un niño en el mismo féretro. Dicen del humor negro es la mejor herramienta para lo sincero, y así también me río pero no miento. Algunos banderines del convento me servirían explícitamente como un bastardo papel higiénico. De humores, el encierro. De amores, el misterio. Pero de esta historia un costurero, un muñeco de trapo y un cenicero, parecieran ser banalidades estas que cuento. La idealización del poeta es como la necesidad de encontrarlo muerto, vamos que pretendo el desconcierto de la longevidad, y dejar a los vasos boquiabiertos. Nos dicen que el manzano da manzanas, el olmo peras olvidadas pero mis manos, alguna que otra puteada, al pelotudo, al radical, al empedernido y al diestro entero con el brazo metido en un basurero. Romper con  la estructura es como desvanecer en las alturas, y caemos, caemos como la lluvia ácida quemándole los ojos a la ignorancia, a la burocracia homicida, a la desgracia neoliberal de podólogo lamiéndose los pies. De humores, el encierro. De amores, el misterio. Y de escritos, algunos no tan buenos. Adiós.

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