martes, 8 de enero de 2013

Allá



Allá, donde no ves, donde ni mis ojos viajeros se atreven a mirar, allá adentro es donde te sueles recostar, caminar en mis recuerdos y contemplar lo blanco de la nada: Mi mente, la parte oscura que escapa a la lente irresponsable de mi parecer humano, lógico y analizable.

Vas, allí te posas como mariposa viva, con la muerte que te pesa. O más me pesa a mi, o nos pesa de igual manera, sin poderlo decir. Te busco, hay ciertos rincones de mi memoria enjaulada que te pretenden, aunque olvidada. Pocas veces te encuentro, pues no sé mirar allí adentro donde siempre son las nueve de la mañana. Tú planeas encontrarme, lo sé, pero tampoco miras por mi mirada y poco te sueño, ya ves.

Allá, siempre se indicarlo pero no sé llegar, allá donde mi cuerpo se concentra en soledad. Poco te siento y la locura, poco te siento aunque ninguna y todas a la vez, y el espejo, y el libro abierto, y nada al mismo tiempo. Poco te recuerdo, y la voz, y el silencio, y el suspenso de tus cuentos y el tubo de oxígeno al descubierto frente a mis ojos pequeños como para llorar.

Yo, que de nada sirvo para el duelo. Yo, que de la vida quito todo juego. Yo, que no sé como calentar el hielo crudo que no se apacigua ni con fuego. Yo, todo eso, yo poco te recuerdo y tanto desespero por encontrarte aquí dentro, o allá a lo lejos, pero no se animan mis deseos a buscarte entre tantos y tantos huesos.

Yo no sé, madre, de tiempo. Y tú eres el reloj eterno que corta mis manos con el filo de un grito necio. Yo no sé, madre, de tiempo. Y tú eres el ejemplo más absurdo de lo intermitente que es el maldito, de lo burdo, de lo omnipotente, de lo oscuro. Tú, tú sabes muy bien lo que es el mundo, sin percatarte de que el mío no es el tuyo.

No lo sé, madre, yo no sé. No sé cómo se cuenta hasta cien sin extrañarte, no sé cómo se hace para recordarte, no sé como sumarte como un paréntesis más en el silogismo de mi estúpido arte. No sé, madre, escribirte como alguien, pues eres nadie y me detienes, como ese cubículo ambiguo retiene tu aire.

Pero eres ciega y eres tierra, y eres esa mierda abstracta que yace en la alcantarilla de mis ideas, y eres el sol y la luna, y eres silencio, y eres ternura, y eres el miedo, y la puta bruma.

Allá, y repito como el eco de tu voz de maniática hermosura, allá donde las sombras oblicuas, nace la culpa, naces como eterna y sin pedir disculpas. Allá donde todos los días te vas, es donde muero siempre por no poder entrar.

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