jueves, 17 de enero de 2013

El triunfo de la pelotudez.



Ciertamente los esquemas absolutos de una mente se componen de ideas confusas. Si bien la lógica se complementa de manera necesaria con el ser para el funcionamiento correcto del raciocinio, la pelotudez se alberga en gran parte de la simbiótica manera del cerebro. Las ideas se condensan en un termo abstracto de infusiones incoherentes. Digo, es necesario adquirir cierto grado de insignificancia y desagrado por la ciencia dura para caer en la locura de ceder ante este hambriento instinto de convertir nuestro ser en un contenedor de imbecilidades.
Al cabo de ocho horas insensatas de sufrimiento helado, decidí escribirle. Eso lo dije tantas veces, me arrepiento del momento en el que me dejé llevar por ese dependiente instinto de la necesidad. ¡Ay de mí! Pero bueno, la realidad es esa.
Siempre pasa, y no hay por donde calcularlo, que la dificultosa tarea de pensar se nos escapa de las manos. Pienso, y pienso nuevamente, como si pensar algo ilógico fuera productivo. Pero quién puede hablarnos de una producción equitativa hoy en día, este sistema podrido nos concentra en la idealización de los momentos, sin pensar en la naturalidad de cada situación. Así, y quizás no sea comprensible el tema del sistema, es que el ser fija sus coordenadas en la costumbre consumista de buscar conformidad en las puertas de ese infierno tan agradable como lo es “el otro”. Resplandece la pelotudez, como así también brilla por su ausencia el ego, el narcisismo, el respeto por uno mismo: “hola, ¿cómo estás?” No, no, queridos amigos, así no funciona el concepto de la concreción de las ideas, así no es como se nos enseñó en la vieja escuela griega, ¿o sí? Pienso que la filosofía tiene su cuota de cinismo, pienso que el conflicto se eleva mucho más allá de uno mismo, quizás sea el ambiente, el contexto, el clima, o la puta madre que lo parió, quizás seamos naturalmente pelotudos y condescendientes con nuestro reflejo apostado en la pared de la arrogancia despedida por el trasero nocturno de la privativa característica de la vergüenza: la búsqueda de la respuesta.
No habían pasado más de cinco horas y el tiempo se hizo eterno, empecé por desmembrar un poema que había escrito hacía unos tres años, rompí una novela que me tomó escribir como seis meses, y hasta casi pinté mi pared con arte abstracto por la necesidad imperiosa de reventar la copa de vidrio contra ella. Qué improperio, qué divertimiento tan burdo, qué manera más pelotuda de descargar el sentimiento de casi burla que yacía en el interior de mi pulso elevado. Sí, la pelotudez no tiene cura, ni razón siquiera, ni cordura.
Luego, partiendo desde un estudio intensivo y exhaustivo del parecer altruista que nos lleva a descender al piso de la pérdida del respeto por uno mismo, llegué a la conclusión de que el misterio de la vida nace de la falta de sentido al actuar incorrectamente con el peso del instinto. Y no hablo de un instinto animal, sino del instinto de la pelotudez. Sí, es necesario repetir la palabra, pero el remedio no es ese, el remedio es dejar de caer en esa adictiva imposición de la sangre, en esa conducta irreversible que nos deja como hijos de puta o como unos pseudo seres sensibles hasta al tacto del aire.
No quisiera extender más mi composición de estructuras de la pelotudez, la introducción, puesto que es probable que entre tanta indiscriminada catarata de ideas pelotudas, caiga nuevamente en el arte sostenido por esa característica. Pero no puedo evitar decir y aunque la consciencia se me escape, que no puedo arrepentirme de saberlo explicar. Pienso en la posición más detestable y es la que nombré previamente, no saber esperar. La impaciencia se convierte en esencia, esa esencia es una mierda que se lamenta de ser y a la vez es condena. Casi olvido comentar, y lo recuerdo por casualidad, que habrá que dejar que el curso de la sangre se aliste a conseguir la dirección correcta que lleva a nuestro ser a la meta: No les sabría decir la meta, puesto que aún sigo existiendo en el hemisferio más pelotudo de mi cerebro instintivo. Me retiro.

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