miércoles, 30 de enero de 2013

La cultura y el ser

Venís desde el rincón más oscuro de la naturalidad, te parás en el escenario y empezás a actuar. No dejan de pasar los minutos, seguís ahí, intentando buscar el reconocimiento que vos no podés darte. Pero nadie aplaude, la masa espectadora te interrumpe solo para toser o para levantarse de las butacas e irse a la mierda. Que te importa un carajo, pensás, mientras más vacío va quedando el lugar. Empieza el monólogo y hacés de cara y de cruz, de blanco y de negro, de imbécil y de zurdo, todas las contraposiciones que se te vienen a la cabeza al momento de expresar un lado u otro de la realidad. Cuando por fin te decidís a terminar con el mejor acto de todos, te das cuenta que estás solo. Se escucha como a lo lejos un grillo cantar, demostrando que lo único que te rodea es ese vacío, un vacío existencial, duro, real y helado. Entonces suspirás, hacés el acto frente a un espejo de utilería que igual refleja, y te cagás de la risa. Las luces se apagan, te bajás de un salto y llegás a la conclusión, mientras te sacás el maquillaje de producto, de que el reconocimiento propio vale más que una aproximación sonora de la insignificante industria de las masas. Ahora correte para allá, mirá la puerta tres, abrila, contá hasta diez, entrá, acostate en ese hermoso diván y analizá tu conducta, que ahora me toca a mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios