viernes, 25 de enero de 2013

El valor de un libro

Nunca comprendí el valor de un libro hasta que abrí mis ojos al mío, aquel que lo supo todo, aquel que quedó mil veces en el olvido, en un cajón, en el fuego encendido de las noches, en el frío de algún invierno, pero que volvió, como si le hubieran crecido alas, para hacerse de nuevo uno conmigo.

Nunca supe lo que significaba la lectura pacífica de la vida, de los pasos, de las ansias, no hasta que encontré mi libro, que nunca me perteneció, pero que se compuso como mi alma.

Siempre le encontré un refugio, bajo un árbol, en plena ruta, en la cama, siempre puse de mi cuerpo para que nada lo dañara. Mi libro sabe a tiempo, a niñez, y a seda extraña. Ha cambiado su forma muchas veces, hasta su tapa, y ha sido siempre distinto, como si al crecer yo, su magia se acrecentara.

Sí, mi libro me conoció hasta las lágrimas, entre risas y dramas. Me reconoció, pasados los años, en una librería del centro y me llamó a su lado para contarme nuevamente todos nuestros secretos.

Algunas veces se ha ido, recomendado, a las manos de algún desconocido, pero nunca se escapó por completo de mi mente, siempre vivimos en la juventud del relato, juntos, como inseparables amigos de lo abstracto.

Mi libro, quizás como el tuyo, rehace las constantes trivialidades de mi razón. Mi libro, y también el nuestro, porque nunca tienen un solo dueño, se deshace con el tiempo pero se arma nuevamente en las manos del bostezo.

Cuando lo tomo del cofre y lo llevo, lo extiendo sobre mis ojos ansiosos de sabernos y se estremece con cada roce de mis suaves dedos al devorarlo con toda la simpleza, esa misma simpleza que se convierte en belleza de soledades, o en ecos interminables hacia otros comensales.

Nos amamos, amo su eternidad, que siempre dura más allá de su excitante final. Me ama por leerle el alma y hacerlo revivir entre párrafos sueltos cuando me falta. Nos amamos y nos poseemos, como cada hoja a sus entrañas.

Hoy pasé a su lado, nos miramos, comprendimos que quizás era el momento de abandonarnos al olvido por unos instantes y leernos como buenos amigos, como antes. Nunca comprendí el valor de un libro hasta que abrí mis ojos al mío. Así, como hoy, frente a frente, como si jamás nos hubiéramos visto. 

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