jueves, 10 de enero de 2013

De escribir

Escribir. A veces digo que no es una tarea fácil. La realidad es otra, las palabras escapan solas desde el interior de un ambiente en donde quizás sobran. Pero la condición es estricta, la superación es conformista y la simpleza se lleva la peor línea de su mínima existencia. Es un arte, pero es ciencia; es la idealización de los emblemas y la naturalización de las condenas en un recipiente de lectura acostumbrado a las muertes confusas.
La acción se realiza con el compromiso abstracto, con la materialidad subyacente y, finalmente, con la destreza solitaria de la condescendencia maleducada. Pronto nace la profundidad, es como evadirse del sentimentalismo barato, cubrir el lodo con algunos viejos trapos y respirar el sudor helado de la rima cautelosa, el ojo de barro.
Para escribir se desprecia al espejo humano, se bebe siempre de un mismo vaso, se corta siempre el papel con el mismo entusiasmo y luego uno se despierta del tal fiasco, y escribe con la libertad que le provee quizás el fracaso, otras veces el éxito y algunas veces un poco más frecuentes, el olor opiáceo de la tinta embadurnando las manos. Sí, escribir es un castigo cotidiano, es un placer olímpico y perverso, es un amor de dos caras y un tercero, es una posibilidad difusa entre lo binario del uno y del cero. Pero todo tiene un precio, una consecuencia en el delirio de aquel simple misterio, la duda, la complejidad de lo etéreo, la disciplina que se va por los rincones del tedio, la sepultura del vocabulario que quiere escaparse del entierro.
Ah, pero mi conducta no se complace de tales ataduras, puedo mandarte a cagar contemplando la sombra diurna del comedor, puedo matar, puedo morir, puedo enloquecer y después salir. No, mi conducta se comprueba con cada resto de mí, con cada lectura sin un fin. Escribir no es una escuela, no es el estado, no es un do-re-mi; escribir es tanto más que eso, tanto que se asemeja a nada y a una manera de vivir. A veces pienso, desvarío, pregunto “qué será de mí”; otras veces contemplo, desvanezco y escribo un final feliz.
Pero escribir es un punto seguido, un estornudo al infinito, una agonía interminable, un logaritmo incalculable, un teorema reciclable, una ecuación aconsejable, una regla transparente, un vaso lleno de sangre, una tortura consecuente, una desaparición, una cárcel, una nota roja, un pecado inconfesable, un libertinaje salvaje, una virtud incuestionable, una carcajada inflamable, un encendedor llameante, un trozo de hielo, una casa a la orilla del río, un infierno errante.
Escribir es como el arte que se compone de mitades contrapuestas con la visión más burda: las mentiras siempre son verdades.

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