Te compones de mitades, poesía
mía, de tempestades.
Te asemejas al instante, rima
automática,
tú, la de los estandartes.
La pausa estricta, el semblante,
la vista al tiempo
y el caminante.
Te compones de silencios, tú, la
más brillante,
la que quita el polvo viejo
de los nuevos estantes.
Y escribo, no tengo arte,
tengo ciencia y palabras grandes,
tengo ritmo y algo de chantaje.
Tú, poesía tú, y todas tus
partes;
el sentido, el ambiente, el
contexto
y el sustantivo rechinante.
Tú, que de mí no quieres
alejarte,
te compones de momentos
y de movimientos danzantes;
te corrompen mis finales,
mis posesiones,
mis papeles actuantes.
Tú, y luego la virtud,
luego la sucia necedad
de pretender más actitud.
Te preceden las ideas,
te superan las condenas,
tú, la más nueva y la más vieja.
Te consumo por tus líneas blancas
de ideas obtusas,
te vomito como carne de alguna
musa,
te mastico nuevamente y te
profeso mi amargura.
La oscuridad y tú,
y cada paso hacia la luz,
desde un instinto corriente, mi
plenitud.
Tú, y la prosa andante,
y la burla constante
y tú.
Tú y mis personalidades,
mi pragmatismo, mi exigencia,
mi profesionalismo doblado a la
izquierda,
mi ineptitud con las cosas
serias,
mi irreverencia
y mis cortes de consciencia.
Tú, mi misión inadmisible,
mi futuro libro,
mi cruz,
mi parte de la vida,
mi muerte anclada a la agonía de
las letras,
tú.
Te prefiero antes que a mí,
te reflejo en mi espejo
y tu ego no tiene fin.
Tú, filosofando,
armando, desarmando,
comiendo, bostezando.
Tú, llamando, callando,
matándome lentamente hasta el fin
de la demencia,
hasta el azul de mi inocencia.
Tú, que te comes la fiel letra,
que te devoras el alfabeto
y hasta la zeta.
Tú, que dominas mi presencia,
que te relames con la perversión
que supura de mis manos
inquietas.
Tú, poesía mía, y mi narcisista
evidencia de ti.
Tú, poesía mía,
y una porción de mí.
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