El café y la mañana, la noche se
hace agua tras los pasos del reloj. Es lunes, eso dice nada, como nada también
expresa cada trago invertido en el calor de una taza casi tan transparente como
la ventana que da a la calle, a la calle del viento y el espacio compartido con
el sonido de… de la mañana y el café que se hace nada.
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En el silencio, la noche. En el
silencio, el destino. En el silencio, los pasos cortos al abismo. El sonido, en
cambio, cruel, desinteresado, directo, burdo, inconsciente, desleal, evidente y
real. En el silencio los ojos, las manos, hasta los pies y quizás también la
sangre. El sonido, por el contrario, la contrariedad, las ansias, el sustantivo
y el adjetivo. En el silencio, los verbos.
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Por más palabras que le sobren a
mis textos, siempre faltará la última que derrumbe su inocencia. Por cada letra
que le falte a cada intento siempre sobrarán los restos de un poema. Es que la
cordura no existe sin el tiempo, y el tiempo es solo un resultado de la locura.
Para ordenar mejor el pensamiento, es necesario contemplar polos opuestos.
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Pero… ¿acaso has pensado en la distribución de las
líneas?
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No, la verdad que no.
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Y entonces, ¿cómo se supone que creas la poesía?
-
Y bueno, yo diría que no se crea, que existe desde
antes del nacimiento del poeta, como las ideas, la noche, el tiempo, las
máscaras y el silencio.
-
No llego a comprender tu lógica, ¿se supone que tu
trabajo entonces es hacer nada?
-
En efecto, pero no consideraría este arte un trabajo,
más bien lo relacionaría con una condena.
-
¿Condena? ¡Pero si no haces nada!
-
Exacto.
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Pequeñas prosas
al olvido del lector. Breves esbozos de impaciencia dibujada en los trazos
finos de una lapicera. Ciencia, esencia y consciencia. Letras que deshacen toda
palabrería suelta en los confines de la existencia literaria. Verdades en rimas
banales, o banalidades en rimas mentirosas, disfrazadas de verdad. Todo ello y
el ambiente, un cigarrillo, un café y la presión de mis dientes para que la voz
no salga, para no gritar este profundo deleite.
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Romperé las
barreras de la literatura compleja, para que la simpleza se convierta en
realeza, en distribución equitativa de la riqueza verbal. Para entonces, cuando
el sueño realidad, las estupideces más hermosas ocuparán el lugar de viejas
rimas de rosas, triunfará la lectura sobre la visión y se comprenderá,
finalmente, el papel del escritor.
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Mientras escribía,
escuché los ruidos de la palabra contenida. Lentamente introduje un cuchillo en
mi garganta para asesinar cualquier resto de veracidad, y seguí. Al pasar los
minutos, los escritos y los estornudos, mis ojos comenzaron a supurar gotas
azules, lágrimas de lodo y sangre púrpura, inundando todos los rincones. Me
detuve, nadé hasta la puerta de mi instinto ineficaz y abrí cuidadosamente; me
refugié allí hasta que dejé de respirar, y entonces volví, retiré el cuchillo
de mi garganta, me senté frente a mis agonizantes palabras, y… (Fin).
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