miércoles, 30 de enero de 2013

La cultura y el ser

Venís desde el rincón más oscuro de la naturalidad, te parás en el escenario y empezás a actuar. No dejan de pasar los minutos, seguís ahí, intentando buscar el reconocimiento que vos no podés darte. Pero nadie aplaude, la masa espectadora te interrumpe solo para toser o para levantarse de las butacas e irse a la mierda. Que te importa un carajo, pensás, mientras más vacío va quedando el lugar. Empieza el monólogo y hacés de cara y de cruz, de blanco y de negro, de imbécil y de zurdo, todas las contraposiciones que se te vienen a la cabeza al momento de expresar un lado u otro de la realidad. Cuando por fin te decidís a terminar con el mejor acto de todos, te das cuenta que estás solo. Se escucha como a lo lejos un grillo cantar, demostrando que lo único que te rodea es ese vacío, un vacío existencial, duro, real y helado. Entonces suspirás, hacés el acto frente a un espejo de utilería que igual refleja, y te cagás de la risa. Las luces se apagan, te bajás de un salto y llegás a la conclusión, mientras te sacás el maquillaje de producto, de que el reconocimiento propio vale más que una aproximación sonora de la insignificante industria de las masas. Ahora correte para allá, mirá la puerta tres, abrila, contá hasta diez, entrá, acostate en ese hermoso diván y analizá tu conducta, que ahora me toca a mí.

Hace mucho tiempo atrás...

No tenía ojos, ni manos, ni pies siquiera, su cuerpo era la tierra que tapaba los poemas como enviándolos al olvido de una mente ajena a las letras. Le sobraron los ecos de la noche, pero jamás le faltó la idea, nunca supo de insistencias pero el sueño le dormía toda su parte izquierda. Un trozo de ser, allí, en la cama de la tranquilidad, y el otro casi como escondido, en el centro de la mesa del comedor, ambos yacían tácitamente, como partes separadas, como masas diferentes. Ah, pero el día hacía estragos, la cordura se bebía con la misma pasión con la que se consumía la botella de licor, un viejo licor de esos que no se recuerdan pero que tampoco se olvidan, hasta dudo que existan o que alguna vez lo hubieran hecho. Desleal por los malabares giraba en torno a sus partes desmembrando el resto de las partículas que construían el aire. Nada podía parecerse más al caos que ese despliegue de carne y de sangre, ese desparramo visceral por el suelo del espasmo ambivalente que conformaba su espacio natural. Pocos son los que le conocieron antes de la unión inevitable, antes de su muerte. Pero luego la fama le llegó hasta los gusanos de su frente, claro, morir no es algo tan común, digo, no lo era en ese momento tan particular, y cuando caracterizo ello como particular, quiero decir patético. No era usual hablar de las tardes, las tardes se duermen en los laureles del ocio, sí, en ese momento el crujiente sillón invitaba a acostarse con la boca hacia el costado y derretir un poco de velas en sobre el libro más buscado. Todo lo hacía, todas sus mitades reían del accidente inescrupuloso y mortífero. Bocado tras bocado de fuego ansiaba, pero solo hielo masticaba, la contrariedad le transformaba en un ser vengativo y altanero, una mala combinación, un error genérico. Todo y nada eran solo meras abstracciones de una cantidad indefinida, porque a veces la luna era entera, otras, media, otras, como de día, casi ni existía. De esta manera todo finalizaba nuevamente en la noche, cuando las bestias danzaban detrás de las cortinas del salón más oscuro de aquello que hemos dado en llamar casa. No, ni ojos, ni manos, tampoco pies, lo he dicho al principio, solo una boca para comer y el silencio para escribir.

Otro set de cortos

1- El ambiente neutro mantuvo sus lugares marcados siempre, el territorio de cada uno de los sentimientos estaba delimitado, las banderas sacudían su tierra todo el tiempo, y todo el tiempo mismo también era un estado. Pero supo el viento siempre que debía desordenarlo, supo decir “aquí estoy” cuando estaba tan lejos y tan errado. Las verdades supieron a una vieja colonia que podía olerse desde las lejanías de la pasión, mientras que las mentiras surcaban el fondo infinito de un mar sin tempestades. La unión se dio en el conflicto, cuando las letras se entrometieron en cada uno de los cubículos separados por silencios. La neutralidad llegó a su fin, ese día lo de la superficie y lo de abajo, en una conjunción del arrebato, crearon la poesía.
  
2- Llegar alto y ver, porque se cae luego. Empezar desde el fondo del pozo es posible, siempre y cuando la noche no esté en el techo. Me pregunto, inútilmente, si realmente hay un punto cúlmine en las alturas de la existencia, o es que el mayor regocijo es caer y mirarlo todo desde una perspectiva nueva. Nada podría responder a preguntas necias, o a desplantes incoherentes, todo lo maneja la experiencia, todo azul antes fue celeste.

3-  Fugaz recuerdo que surcas en mi cerebro atareado, lógico, pendenciero. Fugaz como el hielo bajo el rayo del sol, como el dinero. Vuelve si es que no te miento, quítese el destino que pesa en los hombros de un tenue sentimiento. Fugaz, sí, como el fuego, el que quema dentro mío con ese, con el fugaz recuerdo que surca en mi cerebro… 

4-  A decir verdad, he perdido esa capacidad, hoy me encuentro en la extrema duda de si seguir o despertar. Al decir la mentira, es decir, al crear esta poesía, quizás pueda más, quizás la luna sabe menos que el sol de la oscuridad. La hipocresía infinita de esta literaria agonía se consume a sí misma como boca que bebe del trago de la risa. Para decir es necesario compensar el sentimiento con algo de sonoridad. Perdona, inescrupuloso lector, hoy solo sé decir nada más. 

5- Escribo un poco de ti, tú que poco existes o que quizás eres un cuerpo celeste que surca el cielo de este temerario impulso de madrugada. Escribo de mí, para comprender, si es posible, un pensamiento afín. Escribo de todos los seres que poseen la capacidad absoluta de ser musa de algún autor, de mis letras, de mis dudas. Escribo porque me pesa la amargura, el último trago y la espuma complaciente del vaso, de las pieles. Escribo y me quedo en el medio de un limbo astral, de un viaje espacial que me lleva más lejos de lo que tu cordura pudiera imaginar. Escribo y avanzo hasta ya no escribir más, hasta que los versos solos nazcan como un producto natural. Escribo y leo, y finalmente pienso: ¿será? 

6-  Escribo bajo el estímulo adquirido por un tercero, aparte de la inspiración y el vino; escribo porque escucho de mi cabeza el signo, porque sigo el camino del ansiado presagio del destino. Todo compromete la inestabilidad mental, pero a quién le importa, nada eres tú. He comido del ansioso pesar de la costumbre acaudalada, he caído bajo el infierno mismo de la ignorancia, y las masas me han absorbido, hoy me opongo y son un único partido de amistosas particularidades. Mi esencia me convierte en el as de las contrariedades, y me río a carcajadas porque no me explico lo que ven, seres que se escapan tras la justicia de algo muy lejano a la virtud. Así morimos amigos, no es por fumar, no es por beber, no es por contar ovejas sobre el mantel, es simplemente porque no entendemos el eterno concierto de las estrellas sobre nuestra sien. El humo se escapa, evadiendo toda norma parafraseada de una carta magna anclada a la isla de la idiotez. Malditos son, entonces, los tantos que se persignan frente al cartel, que se auto denominan gente de bien, malditos son, y reímos también. Imagino la procesión conformista, me regodeo con las imágenes benditas de asesinos de reos, me superan las cordiales visitas del cartero, me asemejo al espejo que se compone de simples reflejos, mi sonrisa no escapa los límites del respeto y me contengo por no vomitar mi ateísmo ante los posesos. Ven, dame la mano del comienzo y finalicemos en un cuarto oscuro y tierno, dame la mano del proceso y comencemos desde cero un gran acto hacia el complejo, desmembremos al tábú de aquello incierto y le demos un buen susto al reverendo, ese reverendo hijo de puta que se para en el altar de ese infierno. Escribo bajo la astucia de un trozo aderezado de chocolate, y desespero, desespero por contarle a un lector ciego lo que es ver a los más necios acomodarse en el sillón del poder… sabemos que todo lo maneja el dinero. Me escapo ahora, con la melodía hasta el cuello, a nadar entre notas y conciertos, entre voces nuevas y viejos textos. Es el amor, es el odio, son los sentimientos, que con un poco de lógica crean estos grandiosos e inexistentes versos. Adiós, entonces, y siempre hasta luego.

7- Hasta estas horas me he quedado para escribir de ti, ¿qué es el humor para mí? Te pretendo, más ¿cuánto sabes si es así? Lo siento, dicen las preguntas que las respuestas son el tiempo, y las cuestiones son el fin. La noche, el día, la luna, el sol, la estrella perdida, ¿qué es el cielo para mí? Ateísmo y letanía, soy la cadena sin eslabón perdido y sin condenas. Locas las otras que hablan detrás de ti, color celeste de la distancia, resolución de un este que se hace nada. Las preguntas se escapan por el orificio anal de las miradas, ¿qué tiene que ver el aceite con el agua? Déjalo salado, picadillo para mañana, déjalo en establo con los otros quesos y las tablas. MI escape es la madrugada, puta y cuerda, sobria y ebria, de las buenas, una mujer que todo lo sueña. Déjame el collar caído en el hueco del piso, a los pies de la cama sin respaldo y sin aviso. ¿Cómo supones crear el cruel destino? Es raro, quizás te parezca que el texto carece de sentido, pero ven y siente, siente cómo respiro. Catorce minutos le sobran a las cuatro y muero como muere aquel mosquito en la palma de mi mano. Me río, sigo y no leo pues no existo. Dime, entonces, qué te ha parecido este extremo ambiguo del efecto del vino.

martes, 29 de enero de 2013

Un poco de todo y un tanto de nada



Cuando la inspiración no abunda es cuando el viento se eleva a las alturas y el autor, en un torbellino de apreciaciones nulas, se lanza con el lema “hijo de puta”, reventándose el codo contra la pared oscura. Me ofusca el vacío, me rompe el equilibrio y pienso volver al ruedo cuando ya me he ido. Surge, entonces, el hechizo, la cuestión del poder y salen letras disparadas al azar del saber. Volando, las palabras, al olvido del intento, una obra se engrana con la misma bronca del manjar. Pronto, a comer, que se acabará y tengo hambre. Un sándwich de costumbres sin mayonesa se encuentra sobre la mesa, lo miro y llega a estómago la certeza de que si le agrego ají se encenderá mi lengua. Y así comienza:
Odiosas demoras, condiciones ilesas de las horas enfermas en la camilla del tiempo, con los brazos quebrados, con los pies sobre el frío suelo. Maldigo la arrogancia del silencio, puto silencio que se come a los parásitos del sentimiento. Pero espero, el sabor se asemeja a un cementerio, así entierro mis ideas en el tedio constante de un escrito paralelo que va por detrás de esta máscara de misteriosos silogismos simétricos. No, la verdad no sé pensarla, tabla inescrupulosa de verdaderos y falsos, y todas esas cosas que no hacen un carajo. Síndrome binario del un lenguaje siempre complicado, funciona el teclado o se cagan los temerarios. Todo se combina con el espacio abstracto en el que la comunicación se hace algo extraño, en el que el trabajo consiste en dejar todo por sentado. Y se asientan las cabezas sobre todos los brazos, y los torsos se acomodan a la posición del letargo inminente. Mueren las directivas de un legado, todo se parece al cubículo que se encuentra a este pegado. Digo, me pareció haber visto un elemento distintivo en tu escritorio, igual al mío, pero era tu nombre del cual, igual al mío, del cual todos leían el apellido. Papeles y bolsillos confiscados por el juez del colmillo largo, por la esposa del amigo banco, por la burocrática existencia del boludo formulario. Van de la mano los estados, el ausente, el disponible y el ocupado, pero la lectura que se hace es la del inhumano, la recopilación de datos y el trabajo de inteligencia sobre cada uno de los estratos que se invirtieron hace un rato. No es comprensible, puesto que no he cenado, pero tengo hambre de versos que sean alterados, tengo alas para un cielo que no esté nublado, tengo letras para textos que no tengan los labios sellados, tengo voz para gritar un poco más que simples ecos, que escasos sueños.
Termino de masticar cada punto, me quito las comas que han quedado atrapadas entre mis dientes y bebo con breves sorbos aquello que no es agua. La transparencia se ha opacado mientras la sombra de lo incierto se consume como el tabaco. La tarea ha terminado y el vacío se ha llenado. Volveré y entonces llenaré nuevamente este saco, con virtudes que no tienen ni siquiera los poemas más planos. Volveré si me lo piden los ojos del lector que no he creado. Volveré, sin pensarlo, cuando el apetito se haga enemigo del reloj constipado.

lunes, 28 de enero de 2013

Oda a...



Oda al tiempo
que se vuelve en contra
de los sentimientos,
y al silencio.
Oda al tedio,
al norte, al sur,
al entierro.
Oda al comienzo,
al medio y al final.
Oda para los mudos,
para los sordos
y para el demente.
Odas entre la gente
y oda a la gente que pretende.
Oda al mundo,
a lo inmundo,
a lo avaro,
a lo necio
y a lo fecundo.
Oda al misterio sucio,
al destino burdo,
a la concha de su madre
y una oda para las mitades.
Oda al soberano,
al esclavo,
al integrante del cuadro único
y a los plagios.
Oda al sol,
también a la luna,
al más sensato
y al hijo de puta.
Oda a las astucias
de una mente insolente,
al justo
y al sorete.
Oda para todos los paquetes del correo,
o para los agentes.
Oda al pelotudo,
al vivo
y al inocente.
Odas para tirar al viento
y luego guarecerse.
Oda al infierno,
a los que viven allí,
a los siniestros
y finalmente a mí.
Odas para todos los males,
oda al olvido,
oda a ti.

sábado, 26 de enero de 2013

Breve enigma



Van las luces de algún día irrumpiendo en la desidia de una noche que ilumina el camino único y sin salida. Llueve el tiempo en las esquinas, en el crudo centro de la ruina, en la cordura que se escapa detrás de la seca poesía. Pero cae nieve en el ocaso, en los ojos del temor, en la muerta y negra espina que se clava en el talón. Diez son los espacios, catorce los pasos y trece rayos de sol en un ejercicio matemático opaco que da como resultado una imprecisión. Pero tiene el cuento una mentira por la hipocresía del autor, tiene el verso una sonrisa, tienen las letras un error. Sumando el resultado con las líneas, el sentido adquiere verdades que detrás la dulce rima, esconde bases argumentales: 43, el balcón.

viernes, 25 de enero de 2013

Lo que queda



Me queda en el pensamiento la lejanía de un verso,
el complejo ambidiestro de lo que fue solo un momento,
porque en el verso guardo los besos,
esos que se fueron con el tiempo.

Pero me quedé con el sentimiento,
con la puerta abierta de un corazón dispuesto,
y aunque no pude quedarme con todo el texto,
me guardé el párrafo más bello.

No todo quedó en el olvido,
aun tengo el mayor tesoro escondido,
la sensación de haber tenido al menos
el más suave de todos los delirios.

Planeo esconderme en el laberinto enmudecido,
hasta que el día se haga añicos,
hasta poder resistirme al precipicio…

Para entonces, cuando la duda se haya desvanecido,
quizás vuelva con mis voces al unísono,
quizás tenga en una noche la llave del amor,
o las sombras de testigo.

Cortos N° 6

Un trago más, pasar la amargura es una tarea dura, es como la antítesis de la locura, es como la sangre que supura por las venas nulas de la realidad. Un trago más, el humo hipnotiza a los ojos del tiempo y nos vamos todos en caída libre al ocaso de un cementerio de papel, o a la mierda, o al infierno. Un trago más del elíxir neutro, pasividad activa, oxímoron de insistencia aquietada en el movimiento de la nada. Uno más porque la noche, porque la madrugada, porque la mañana y el atardecer, y costará olvidarla, poesía solitaria. Un trago más, y repitiendo el mecanismo, moriremos bebiendo de la luna que se posa en las alturas más negras del cielo, y reviviremos en el castigo inmenso de la tempestad convertida en hielo. Un trago más, frío, ácido, sincero, para que arda, para que duela hasta en los huesos, y luego el silencio, luego la azulada precariedad del sentido y la consecuente irritabilidad. Lo siento.

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Una boca vuela más lejos que un par de alas. En el recorrido de la solitaria noche por los recuerdos del tiempo, las coordenadas se extienden mucho más allá del silencio, más allá del sol, más allá del pretexto. Los labios se consumen en el olvido de la razón. Pero nosotros, los que esperamos, los seres irreales que bailamos detrás de bambalinas, mientras la realidad realiza el primer acto de la obra de la vida, besamos al viento

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 Brazos al viento eterno, lamento obsceno, degradación culposa del texto. Todo compone el maleante sentimiento del amor, o el odio, o el tiempo. Las bellas artes del cuerpo dominan sobre la existencia del pensamiento, la vida pende del hilo del humor negro, como dependen mis ideas del trago etéreo. Saltan las aves al abismo del misterio, pero vuelven, con el fuego entre las alas y el miedo. Saltan. Arrastra la tierra ese temible espíritu pendenciero de la virtud, los males y el silencio. Más cuellos se tuercen entre tanta visión de costado, entre tanta gente, entre todo el aire incoherente que se fuma como droga en el subconsciente. Amo la aurora, la oda a la demora impaciente, la sala vacía del consultorio diecisiete, todo. Amo conocer mi experiencia banal, mi carencia intestinal, mi hermosa realidad dentro de los sueños, este estado demencial. Amo, como ama el viento a la tierra en un huracán de prudencia, amo las eternidades discretas en las palmas de las manos viejas, amo la caricia irresistible de mi odiada letra. Busco en la desértica carpeta de anillos una consecuencia para la causa molesta de mi discreta miseria, de mi alabada conferencia. Pero pretendo la distancia, y la cercanía, y la justa línea media entre carilla y carilla, entre los labios de la complacencia. Suenan nueve melodías juntas bajo esta luna llena, bajo la rama difunta de un árbol sin primaveras. Me dictan el verso en frases complejas, me absorben la inclemencia y me llevan a desesperar tras un beso fallido en la cúspide de la soledad, mis poemas. No olvidar, no recordar, no grabar, no tener lemas, dejar de lado la incapacidad de saciar de sangre las copas de vino llenas. Sí, recetas para la composición obsoleta, para el placer nauseabundo de los poetas, o mío, simplemente, en la particularidad ajena a esa generalidad deshonesta. Al viento eterno, decía, los brazos, la esencia. Rima nueva bajo la luna y un poco más de venas.  



El valor de un libro

Nunca comprendí el valor de un libro hasta que abrí mis ojos al mío, aquel que lo supo todo, aquel que quedó mil veces en el olvido, en un cajón, en el fuego encendido de las noches, en el frío de algún invierno, pero que volvió, como si le hubieran crecido alas, para hacerse de nuevo uno conmigo.

Nunca supe lo que significaba la lectura pacífica de la vida, de los pasos, de las ansias, no hasta que encontré mi libro, que nunca me perteneció, pero que se compuso como mi alma.

Siempre le encontré un refugio, bajo un árbol, en plena ruta, en la cama, siempre puse de mi cuerpo para que nada lo dañara. Mi libro sabe a tiempo, a niñez, y a seda extraña. Ha cambiado su forma muchas veces, hasta su tapa, y ha sido siempre distinto, como si al crecer yo, su magia se acrecentara.

Sí, mi libro me conoció hasta las lágrimas, entre risas y dramas. Me reconoció, pasados los años, en una librería del centro y me llamó a su lado para contarme nuevamente todos nuestros secretos.

Algunas veces se ha ido, recomendado, a las manos de algún desconocido, pero nunca se escapó por completo de mi mente, siempre vivimos en la juventud del relato, juntos, como inseparables amigos de lo abstracto.

Mi libro, quizás como el tuyo, rehace las constantes trivialidades de mi razón. Mi libro, y también el nuestro, porque nunca tienen un solo dueño, se deshace con el tiempo pero se arma nuevamente en las manos del bostezo.

Cuando lo tomo del cofre y lo llevo, lo extiendo sobre mis ojos ansiosos de sabernos y se estremece con cada roce de mis suaves dedos al devorarlo con toda la simpleza, esa misma simpleza que se convierte en belleza de soledades, o en ecos interminables hacia otros comensales.

Nos amamos, amo su eternidad, que siempre dura más allá de su excitante final. Me ama por leerle el alma y hacerlo revivir entre párrafos sueltos cuando me falta. Nos amamos y nos poseemos, como cada hoja a sus entrañas.

Hoy pasé a su lado, nos miramos, comprendimos que quizás era el momento de abandonarnos al olvido por unos instantes y leernos como buenos amigos, como antes. Nunca comprendí el valor de un libro hasta que abrí mis ojos al mío. Así, como hoy, frente a frente, como si jamás nos hubiéramos visto. 

Máquina de escribir

Escribe, escribe. Letras caen como de una catarata acuosa de ideas y más letras que se cuelan en el vaivén de la teoría nula, de las exigencias. Suben como cuotas de un plan de complacencia inquieta, pero bajan también, o permanecen estáticas ante la mirada atónita de una mano lesionada que escribe y escribe.

Leales al juego, los versos andan como esqueletos distribuidos inequívocamente sobre el texto. Me pareció escuchar el dictado enredado de la mente, pero no me detengo. Dicen los expertos en estas contrariedades que las direcciones son inválidas y que el silencio no es un castigo, sino un recreo del bostezo para armonizar el desenlace de cada uno de los párrafos imperfectos. No me parece, no hago caso al tiempo, y continúo como un circuito inconexo, lleno de barbaridades, arbitrariedades, condiciones, ambigüedades y cuerpos. No me place el ejemplo, prefiero el espejo, o la sombra, o simplemente el eco de las sobras.

He repetido las mismas palabras infinidad de veces, los mismos teoremas, las mismas pavadas; he caído en lo que llaman un torbellino de ideas trilladas, pero sigo, sigo porque se me escapan, porque me sobran los colmillos para despedazarlas, tragarlas de nuevo y acumularlas en el intestino grueso de la caja literaria.

Cuando el delirio convirtió esta poesía en prosa calculada, supuse que era momento de complacer a las masas, las masas interiores que siempre buscaron refugio de las balas. Amenacé al misterio con algo de claridad desmitificada, y así pude subsistir dentro de lo invisible y hueco de las espaldas. La automaticidad se aisló dentro del cerebro perseguido por las emociones, las lágrimas supieron a un ácido designio de las musas extrañas y, posteriormente, el diccionario cayó al fuego de las carcajadas. Pero las letras siguen surgiendo, siguen hundiéndose en el precipicio de los objetos, y estas manos siguen escribiendo sin pensar en el dolor.

Como para introducir al lector en el mundo de estos versos, propongo un desertor, ese escolarizado e instintivo corazón. Late y late, busca sangre dentro de los ventrículos ilegales, va por el camino de las aves entre venas y arterias evitables, seguir su curso es llegar a la condición, al final abrupto del sendero: la pureza del autor. Sucumbir ante el espectro casi invisible de esta acción es derretir el hielo sin sentir el calor.

Miles de hojas yacen en el fondo del cajón, hojas que contienen todo el pretexto de la razón, hojas que comen del polvo invertebrado de la descripción. Esas hojas, como memorias de algunas viejas prosas, respiran del mismo aire que las otras, que aquellas vaguedades electrónicas que se mantienen en pie, pese a las maniobras del pretérito indefinido de “olvidar”.

Es preciso desmembrar a la aurora para sacarle el brillo, para crear la obra, para vomitar sobre el piso de la demora inexplicable, para decir las pocas palabras que se mantienen como detestables. Es preciso, sí, pero no es recomendable. Cada intención se computa como un arte, como una ráfaga de viento sobre las posibles realidades y si a la casualidad se le confieren poderes, cada nexo adjetival se replantea a los millones de seres: el rico, el pobre, el blanco, el negro, el transparente. Pero los finales, exactos finales, esos no, esos no saben de puentes.

lunes, 21 de enero de 2013

Set Cortitos N° 5



El café y la mañana, la noche se hace agua tras los pasos del reloj. Es lunes, eso dice nada, como nada también expresa cada trago invertido en el calor de una taza casi tan transparente como la ventana que da a la calle, a la calle del viento y el espacio compartido con el sonido de… de la mañana y el café que se hace nada.

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En el silencio, la noche. En el silencio, el destino. En el silencio, los pasos cortos al abismo. El sonido, en cambio, cruel, desinteresado, directo, burdo, inconsciente, desleal, evidente y real. En el silencio los ojos, las manos, hasta los pies y quizás también la sangre. El sonido, por el contrario, la contrariedad, las ansias, el sustantivo y el adjetivo. En el silencio, los verbos.

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Por más palabras que le sobren a mis textos, siempre faltará la última que derrumbe su inocencia. Por cada letra que le falte a cada intento siempre sobrarán los restos de un poema. Es que la cordura no existe sin el tiempo, y el tiempo es solo un resultado de la locura. Para ordenar mejor el pensamiento, es necesario contemplar polos opuestos.

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-          Pero… ¿acaso has pensado en la distribución de las líneas?
-          No, la verdad que no.
-          Y entonces, ¿cómo se supone que creas la poesía?
-          Y bueno, yo diría que no se crea, que existe desde antes del nacimiento del poeta, como las ideas, la noche, el tiempo, las máscaras y el silencio.
-          No llego a comprender tu lógica, ¿se supone que tu trabajo entonces es hacer nada?
-          En efecto, pero no consideraría este arte un trabajo, más bien lo relacionaría con una condena.
-          ¿Condena? ¡Pero si no haces nada!
-          Exacto.
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Pequeñas prosas al olvido del lector. Breves esbozos de impaciencia dibujada en los trazos finos de una lapicera. Ciencia, esencia y consciencia. Letras que deshacen toda palabrería suelta en los confines de la existencia literaria. Verdades en rimas banales, o banalidades en rimas mentirosas, disfrazadas de verdad. Todo ello y el ambiente, un cigarrillo, un café y la presión de mis dientes para que la voz no salga, para no gritar este profundo deleite.

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Romperé las barreras de la literatura compleja, para que la simpleza se convierta en realeza, en distribución equitativa de la riqueza verbal. Para entonces, cuando el sueño realidad, las estupideces más hermosas ocuparán el lugar de viejas rimas de rosas, triunfará la lectura sobre la visión y se comprenderá, finalmente, el papel del escritor.

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Mientras escribía, escuché los ruidos de la palabra contenida. Lentamente introduje un cuchillo en mi garganta para asesinar cualquier resto de veracidad, y seguí. Al pasar los minutos, los escritos y los estornudos, mis ojos comenzaron a supurar gotas azules, lágrimas de lodo y sangre púrpura, inundando todos los rincones. Me detuve, nadé hasta la puerta de mi instinto ineficaz y abrí cuidadosamente; me refugié allí hasta que dejé de respirar, y entonces volví, retiré el cuchillo de mi garganta, me senté frente a mis agonizantes palabras, y… (Fin).

domingo, 20 de enero de 2013

Cortos y frases N° 4

La especialidad, la suspicacia
y las dos boludas.
No – Dicen que el tiempo…
Bla bla,
sandeces, leves y crueles sandeces.
La lucha o el café con leche,
la luna oscura
y dicen, pues no saben.
Es la locura del rey,
es el escandaloso papel.
Adiós – entonces – Vuelva después.




 
Cortos versos del narrador, líneas gruesas del poeta, la soledad de ambos, la veracidad de las letras: Ironías que se complementan, paralelismos absolutos de la variedad inconexa, signos mismos de lo complejo que compone aquella simpleza. Pero luego la rima, y las descripciones modernas; luego la vida, la muerte, las muecas; luego la risa, el llanto y la tierra. En ocasiones como ésta, los narradores y los poetas son el mismo ser en un concurso de marionetas.




Por eso y por más razones el pensamiento debe exponerse en renglones y renglones de vida y de líneas mordidas por las ratas y suavizadas por las caricias.




La mayor parte del tiempo me la paso pensando, y mientras pienso escribo, y mientras escribo hablo. La mayor parte del tiempo me la paso pensando qué escribir, mientras no sé si digo algo.




Previo al desagrado total de las letras, conviene el desinterés por el ritmo y la desestructuración de la permanencia. Aún cuando el poeta derrama la tinta con un orden cualquiera con el objetivo de crear una nueva materia, la instrucción lógica conlleva una rectificación natural de las ideas. Es más simple convertirse en la abstracción total de las maneras.




Dicta la razón que olvide el espacio entre ella y el corazón, órgano circulatorio aislado del presentimiento burdo, o el amor, o el puto ruido de la consciencia; dicta como reina del concepto articulatorio de la vida; dicta desde la autoridad conferida cuando el vacío neutral de las arterias nunca comprendidas. Caso aparte, el hígado supura la estrategia para derrocarla.




Mientras más detalles se le agregan a la receta del olvido, es menor el desenlace real de los recuerdos, porque las cuestiones del silencio se aproximan al cumplido de las reglas establecidas por algún cocinero confundido.






Esa de los ojos ausentes, esa letra me falta. La de la boca de lucha, esa de las manos puras, esa es la rima que le falta a esta habitación oscura. La de la voz continua, la de la luna para el sol, esa locura le falta a mi estructurada razón. Esa del silencio hoy, de esa poesía me faltan la esencia y el corazón. 





En una nota aparte, la costumbre de esperar se hace arte entre las letras y las letras, con el sueño, ciertas pesadillas ligeras. Y digo aparte porque he desistido de encontrarle un sentido al tiempo, a la coma y al punto, desactivando todo mecanismo infructuoso y desestabilizador de lo natural de mis poemas: Esa falsedad justificada de ideas casi honestas.
 



  

jueves, 17 de enero de 2013

El triunfo de la pelotudez.



Ciertamente los esquemas absolutos de una mente se componen de ideas confusas. Si bien la lógica se complementa de manera necesaria con el ser para el funcionamiento correcto del raciocinio, la pelotudez se alberga en gran parte de la simbiótica manera del cerebro. Las ideas se condensan en un termo abstracto de infusiones incoherentes. Digo, es necesario adquirir cierto grado de insignificancia y desagrado por la ciencia dura para caer en la locura de ceder ante este hambriento instinto de convertir nuestro ser en un contenedor de imbecilidades.
Al cabo de ocho horas insensatas de sufrimiento helado, decidí escribirle. Eso lo dije tantas veces, me arrepiento del momento en el que me dejé llevar por ese dependiente instinto de la necesidad. ¡Ay de mí! Pero bueno, la realidad es esa.
Siempre pasa, y no hay por donde calcularlo, que la dificultosa tarea de pensar se nos escapa de las manos. Pienso, y pienso nuevamente, como si pensar algo ilógico fuera productivo. Pero quién puede hablarnos de una producción equitativa hoy en día, este sistema podrido nos concentra en la idealización de los momentos, sin pensar en la naturalidad de cada situación. Así, y quizás no sea comprensible el tema del sistema, es que el ser fija sus coordenadas en la costumbre consumista de buscar conformidad en las puertas de ese infierno tan agradable como lo es “el otro”. Resplandece la pelotudez, como así también brilla por su ausencia el ego, el narcisismo, el respeto por uno mismo: “hola, ¿cómo estás?” No, no, queridos amigos, así no funciona el concepto de la concreción de las ideas, así no es como se nos enseñó en la vieja escuela griega, ¿o sí? Pienso que la filosofía tiene su cuota de cinismo, pienso que el conflicto se eleva mucho más allá de uno mismo, quizás sea el ambiente, el contexto, el clima, o la puta madre que lo parió, quizás seamos naturalmente pelotudos y condescendientes con nuestro reflejo apostado en la pared de la arrogancia despedida por el trasero nocturno de la privativa característica de la vergüenza: la búsqueda de la respuesta.
No habían pasado más de cinco horas y el tiempo se hizo eterno, empecé por desmembrar un poema que había escrito hacía unos tres años, rompí una novela que me tomó escribir como seis meses, y hasta casi pinté mi pared con arte abstracto por la necesidad imperiosa de reventar la copa de vidrio contra ella. Qué improperio, qué divertimiento tan burdo, qué manera más pelotuda de descargar el sentimiento de casi burla que yacía en el interior de mi pulso elevado. Sí, la pelotudez no tiene cura, ni razón siquiera, ni cordura.
Luego, partiendo desde un estudio intensivo y exhaustivo del parecer altruista que nos lleva a descender al piso de la pérdida del respeto por uno mismo, llegué a la conclusión de que el misterio de la vida nace de la falta de sentido al actuar incorrectamente con el peso del instinto. Y no hablo de un instinto animal, sino del instinto de la pelotudez. Sí, es necesario repetir la palabra, pero el remedio no es ese, el remedio es dejar de caer en esa adictiva imposición de la sangre, en esa conducta irreversible que nos deja como hijos de puta o como unos pseudo seres sensibles hasta al tacto del aire.
No quisiera extender más mi composición de estructuras de la pelotudez, la introducción, puesto que es probable que entre tanta indiscriminada catarata de ideas pelotudas, caiga nuevamente en el arte sostenido por esa característica. Pero no puedo evitar decir y aunque la consciencia se me escape, que no puedo arrepentirme de saberlo explicar. Pienso en la posición más detestable y es la que nombré previamente, no saber esperar. La impaciencia se convierte en esencia, esa esencia es una mierda que se lamenta de ser y a la vez es condena. Casi olvido comentar, y lo recuerdo por casualidad, que habrá que dejar que el curso de la sangre se aliste a conseguir la dirección correcta que lleva a nuestro ser a la meta: No les sabría decir la meta, puesto que aún sigo existiendo en el hemisferio más pelotudo de mi cerebro instintivo. Me retiro.

miércoles, 16 de enero de 2013

Set de Cortitos N° 3



Espectro del día,
consciente maravilla de la ausencia,
perfección,
realidad,
paciencia nula,
extracción de ideas necias,
precisión,
distancia,
infinitud,
demencia,
claridad incompleta,
deslealtad,
verdades,
mentiras sueltas,
evidencias…
olvido,
dime,
existencia.

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Escribir cosas pequeñas, las palabras esconden sistemas indetectables de mensajes subliminales, todo eso y los poemas. Perder el ritmo equivale a la sustitución de las realidades con excusas constantes, con miles y miles de versos sueltos en una oda interminable… 

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Pero el día no terminaba, las variantes aplicadas al aspecto irreal de las casualidades se disipaban con el ambiente viciado de inconstancia. El día se arrepentía del amanecer tardío, la noche no pensaba acercarse al astro más de lo que le permitiera su paciencia y así la tarde se hacía de las mitades equivalentes a una oscura claridad.


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La visión se acomodaba al ambiente, como se acomoda la almohada al sueño existente entre la memoria y las cosas olvidadas. Todo se rompe lentamente en una cascada de avisos, que desemboca en el terreno sombrío de la suposición. La ventaja se asemeja a su antítesis, y cada línea que se deslinda del poema central, termina por acoplarse al siguiente, como si escribir fuera una tortura sin final o un placer absorbente. 
 

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Y aunque la ficción se elevara más allá de las barreras pactadas, el tiempo no se detendría a confeccionarla, no. La intermitencia de las verdades se refleja en cada respuesta ambulante de directivas y estandartes. No, la ficción no supera esta realidad insensata de escribirle a la nada que se compone con todas las preguntas antes mencionadas.


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No mires hacia abajo, le decía el segundo al minuto, no te caigas porque no te agarro, allá vienen los otros astutos. Pero caía siempre, del cinco al seis, del seis al diez. El sordo minuto moría, entre las ocho y las nueve, pero antes agonizaba, parado en la punta de la sonrisa del tres. No mires hacia abajo, decía la hora al día, pero el día caía siempre, aunque volaba, en el pacto número diecisiete. 


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Y así todo comenzaba nuevamente, como cada voz, como cada temple, como un par de ojos mirando a los otros, como un complemento de insistentes seres.  

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La risa le escapa a la sustancia, corre por los rincones del rostro a completarse en la boca, y toda la arrogancia se problematiza en la mueca final que se observa. El sonido percibido por algunos oídos se asemeja a la colorida evidencia en los ojos del emisor. La risa escapa, nuevamente, se convierte en carcajada, pero vuelve a su estado habitual. Al final del precipicio de la tentación es que se posa, se marchita como una flor mojada por la misma sustancia que implantó el sentimiento en el poseedor absoluto del humor, esa risa casi arcada, casi ceniza, casi transparente, casi desatada de un motor silente, y luego… nada. 
  
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Tiene el camino hambre de tener, de tener sostenidos a los caminantes en él. Tiene un destino, ese es temer, pero es un camino, y hay cien a la vez. De tener tantos recorridos es que se mantiene en pie, caminando sobre sus piedras, como tantos deseos de hacer. Camina su cuerpo, avanza, tiene vergüenza de ser, tiene tantos pasos encima como tienen sed de él. Caminantes descalzos andan, temiendo no tener con qué, desmintiendo que solo andan, corren un poco también. Pesa en su espalda el peso, de esperar que pase un tren, sin vías en su aposento, sin más que tenerle fe. Cambio el punto y aparte por una línea más o tres, y espero mientras camino el camino que no hay que perder, porque de perderlo de vista, entonces, pasarían todos también, todos aquellos que caminan uno, y no los otros cien.



lunes, 14 de enero de 2013

Un licuado para la mesa 5

Un licuado de inexactitud. Tu mano vierte el occidente de la virtud en un oriente lejano. La máquina gira, deslindando los límites complejos de la mente. Te vas por el cuchillo, también, tus ojos se marean con las vueltas consecuentes en ese torbellino de ideas que, finalmente, se reduce a un jugo uniformemente variado, como aquel movimiento rectilíneo que estudiaste en el secundario. Luego bebes, porque tu boca se mantuvo alejada del filo invertido en esa copa tirana. Bebes, sabiendo que has de considerar cada signo yuxtapuesto como una mera mezcla abarcadora de indescifrables conceptos. Digerir el líquido es como dirigir el discurso más allá de los oídos que te rodean; lo haces mientras observas que la equivalencia no se intensifica, que la realidad todavía no se mastica y que, sin dudas, te pararás ante la crítica con la sonrisa más cínica que puedas argumentar. Miras fijamente al destinario masivo, cumples el teorema de esa unión ambivalente que corre ahora por tus venas. Te complementas como un ave entre el aleteo y el nado, entre la sustancia y la franqueza que te han quitado la placa de esclavo. Has bebido de tu propia sangre como invertebrado del aire, has sabido contemplarte desde la insignificación de tu estado pacífico y permeable. Una bomba de sodio y potasio te condensa la energía en el centro de tu espectro, en tus células dormidas. Dices, haces, respondes y cierras los ojos para volver, en minutos, a distribuir a tu antojo las conversaciones perdidas entre el pánico y el enojo. Para ti los estudios de la materia se conservan en el nexo de las formas paralelas que componen el universo, aquello que los demás ven como simples estrellas. Te lamentas, quizás, de haber bebido de un solo trago aquel tesoro que se esconde entre los relámpagos de la existencia. ¡Es la gloria, la proeza, la sabiduría, la avivada llama que expresa! Tiendes a complejizar aquello absurdamente sencillo, tiendes la ropa en el lavadero ambiguo de la limpieza, y naces como nacen las mañanas, en una habitación extensa de memorias aplicadas al azar de la esencia. Naturalmente deseas volver el tiempo atrás y descerrajarte un tiro en la cabeza, con una bala de promesas, con una estaca en el centro del corazón de la agudeza. Pero te tranquilizas, vuelves a girar en la almohada selecta que corta y corta evidencias para saberte circuito alterno en el sueño de toda firmeza. Te despiertas y te miras al espejo, te contentas con el tiempo, te amigas con la consciencia, y vives el día, ahora, con algo más de experiencia.

sábado, 12 de enero de 2013

Reflexión

La noche, tarde en la noche. El tiempo compone estos versos que no tienen retorno, que no saben de consecuencias, que caen en el pozo de la demencia, que se pierden en el lodo. Todo detalle equivale a un recuerdo distante, a la memoria que se parte en tantas y tantas mitades. La mente sabe de causalidades, de reproches, de lógicos caminantes por las sombras del estandarte extenso de los textos que son arte. La vida, la muerte, la espera y las tempestades, todo se compone de instantes que son nada y que al mismo tiempo son alguien. La noche y la mañana, que se avecina detrás de mis fantasías delirantes, no pueden más que esta parte tan confusa de mi esquema, las letras que se quedan quietas en lo inquieto de un poema que nunca se conforma con mis rimas embusteras. Adiós, maldiciones y jugarretas, la existencia no tiene nombre, ni mis versos una meta.

Olvido



Fumo, advierto el peligro, disfruto. Pero luego muero, como muere un lunes a la mañana cada recuerdo. Duermo poco, escribo mucho. Estoy, escucho, leo, resisto, me resigno, pierdo, y escribo otro poco más. Me miran mis reflejos, se ríen al pasar, yo contesto con una mueca ardiente, mostrando un poco los dientes, con tono de maldad. Me miran las sombras pero me ignoran, caminan a mi lado, mientras sentadas mis sobras, sobre el cuaderno articulado. Bebo, aconsejo a la nada sobre hacerse respetar y desvanezco, luego todo vuelve a la normalidad y me alejo de a poco de esa realidad emergente de mis letras transparentes. La música suena como un deleite atroz, como una evidencia de lo poco que converso con el silencio, de lo mucho que le apetezco a la muerte musa que lame mis pestañas con el cansancio y la estructura. Sonrío, rimo hueso con resto y me asemejo al texto que pretende ensimismarse como rosa del desierto. Revivo con cada verso, me relamo de la astucia, me condeno al juego eterno de crear una musa cuando no encuentro un sentimiento. Sí, soy un eslabón más de aquel viejo cuento, de aquella analogía que explicaba el placer del tiempo, las arrugas, las caricias y todo aquello que no tengo. Sueño, amor, yo sueño, la fantasía es gratis, el placer no tiene precio, pienso en ojos que no ven y en besos paralelos, pienso en aquello que no sé si quiero, pero deseo, tanto deseo el rincón obtuso del ajetreo, el sentimentalismo, el rosa flúor de un mal concepto. El sonido se caracteriza con un sollozo interminable de notas y de empleos, de cuotas y de ceniceros donde no fumo, ni bebo, ni escribo, ni intento, sólo observo, porque puedo, solo puedo porque quiero. De querer, he perdido el cielo, he perdido el infierno y también ese limbo pretencioso de los libros mentirosos, el puto cuento. Pierdo, a cada paso, el verso, el texto, el nexo, el contexto, la luz, la oscuridad, el misterio, pierdo, pero gano algo que no tiene retorno y no me quejo, la demencia absoluta de escribir lo que no tiene nombre ni significado: El olvido condenado.

Algunos cortitos sueltos

He mojado mis labios tantas veces con el sudor de un vaso inestable, he caído y he barrido, he perdido en el olvido otros tragos más del ruido. Pero siempre he resistido, hoy compongo mis poemas con algo parecido al ritmo, una antología de letras que me aleja del abismo. He mojado tantas veces mis manos con la tinta del prodigio, escapándole al sensato, escupiendo la cara del crítico. He vuelto, como vuelven los pájaros y también me he ido, me fui así como escapando, pero siempre volviendo, siempre acotando. He perdido tantos ojos en el mar de los despojos, he muerto y reviví del elíxir de mis letras, he sido el complejo y hoy soy las metas. He nacido y he crecido, y me lamentaron las libretas, las anotaciones truncas, las poesías incompletas. He mojado mis ojos tantas veces con lágrimas secas, que hoy lloran mis rimas tercas esta insistencia tan poco modesta.

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Vuelco en el suelo de la noche la sangre del derroche y la necesidad de un reproche, la sangre, el vino y el goce. La noche se lustra como suelo de madera, con un aerosol ambiguo y una franela. Se limpia el polvo de la inconsciencia mientras la madrugada complementa la hazaña con un poco de licor. Del vino y del agua, la diferencia es exacta, es letal la contextura de una burbuja insensata. Basta, finalmente, decir, que la luna y el sol son anclas que reprimen a la tierra en un eje demencial. Basta decir, porque no ha sido dicho, que el último trago es capricho del silencio constrictor. Vuelco en el suelo y luego limpio, este es un complejo acogedor. 
  
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Tú. Eso que soy yo, pero sin la poca virtud. Tú, ese reflejo tan extraño a estas horas de altitud. Tú, la actitud incompleta de un silogismo sin vueltas. El espejo de la luna y las estrellas de tu letra. Tú, eso que soy yo, pero sin las recetas, sin el pensamiento abstracto de la rima paralela. Tú, escondes en mis ojos, como este poema esconde mensajes toscos. Tú, o sea, yo, y las copas bebidas de más en el rincón del olvido y el baño encendido. Tú, pero yo y también aquello que llaman ello, que está debajo del superhéroe que dice componer la persona entera, entre el ser, el no ser y el parecer. Tú, yo, aquello, ello, esto y eso, eso que está en el espejo del espejo que no es ni mi reflejo ni tu deseo. Tú, o nosotros, que somos todo y nada a la vez. Tú, ¿acaso me ves?

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 Invade la tormenta esta fuerte ideología necia del silencio. Invaden los truenos los pocos cabos sueltos del espejismo que pretende ser un sueño. Pronto los rayos derribarán el monumento del placer subliminal de los textos imperfectos. Pronto, hasta casi terminar, hasta el final de los intentos, mientras solo pretendo narrar. Se avecina el viento terco, la pasividad, la inestabilidad del misterio, un misterio que no tiene capacidad de ocultar. Volar. La eternidad y el precipicio, el principio y el final, el destino sin sentido, las mentiras de la verdad. Saltar, correr, asegurar el tiempo con una cuerda indestructible de papel. Y los árboles y el cielo, y la lluvia y el infierno, y mis manos transparentes que escriben durante el entierro. Yacen, inminentes y desoladores, el protagonista Libro y el antagonista Fuego. Y miro, contemplo, converso con el sepulturero y me entretengo compaginando lo complejo de un testamento abstracto, simbólico y usurero. Finalmente el barro, desarmando los agujeros, incorporando como cemento las líneas que forman el poema muerto, dándole vida a la luna que alumbra el resentimiento. Finalmente el barro, el mástil, el banderillero, el lejano horizonte y nuevamente el silencio. “Lo siento mucho”, dice el cartero, “no se podrá entregar a destino este sobre sin sello”.

viernes, 11 de enero de 2013

Autómata



Sigo escribiendo precios,
sigo rimando ventas,
sigo con versos de asientos,
sigo calculando esencia.
Sigo supliendo de signos
la constancia de las letras,
sigo lamiendo los pies
de la literatura amnésica.
Sigo comiendo valores,
sigo fumando existencia,
sigo siguiendo la ruta de la evidencia.
Sigo saltándome el tiempo,
sigo llegando puntual,
sigo escalando hacia el éxito,
sigo cayendo hacia atrás.
Sigo descargándome con textos,
sigo cocinando sin sal,
sigo cargando este peso,
el peso de escupir la verdad.
Sigo lustrando zapatos
que no sirven para caminar,
sigo mirando de lejos
aquello que dicen es la libertad.
Sigo trabajando por horas,
sigo leyendo sin mirar,
sigo extrayendo, sin duda,
la idea principal.
Sigo el sistema que sigo,
por miedo a no seguir a nadie más,
sigo y me quedo en el piso,
sigo limpiando el desván.
Sigo cantando cultivos
de una cultura impensada,
sigo vendiendo los discos
de las bandas olvidadas,
sigo y seguir es un rito,
sigo escuchando los gritos,
sigo rezando y orando,
sigo como un pequeño humano.
Sigo estudiando mitades,
sigo siendo la masa capital,
sigo sumándome al rebaño,
sigo comiendo Light.
Sigo, portando en mi frente
un número de expediente,
una averiguación,
un incidente,
un rostro perseguido
y un color que me entrega al agente.
Sigo perdiendo mi sueño,
sigo muriendo en mi suelo,
sigo escapando del viento,
sigo cosiendo cuero,
sigo siendo un esclavo,
sigo sufriendo el salario,
sigo desvistiendo cuerpos,
sigo cayendo en el barro.
Sigo preso del invento,
sigo mintiendo mi peso,
sigo lastimando mis dedos,
sigo bostezando excremento,
sigo bajando y subiendo,
sigo pidiendo alimento,
sigo caminando descalzo,
sigo cantando en el metro,
sigo en un colectivo,
sigo en el basurero,
sigo lloviendo veneno,
sigo pariendo y no quiero.
Sigo, soy un engranaje
de la máquina del dinero,
sigo vistiendo de negro,
sigo llorando al obrero,
sigo baleado en el pecho,
sigo perdida en el norte,
en el sur, en el centro.
Sigo silbando en la noche,
sigo bebiéndome el puesto,
sigo riendo de nada,
sigo mirando el noticiero.
Sigo escuchando a las voces
que dicen que tengo servido el futuro
pero también me hablan de un cielo.
Sigo viendo, sigo estando,
sigo luchando y a veces no puedo.
Sigo siendo un sello más
en el corte de algún carnicero.

Oda al reflejo



Tú eres del olvido,
flor de fuego,
y mi testigo.
Tú te burlas de este frío,
eres un sol escondido.
Tú eres la tristeza
y la alegría con estilo.
Tú eres del olvido,
eres tiempo y eres tierra,
y eres del color del trigo.
Tú sumas mis restas,
tú te cubres con exilio,
tú te acuestas en la mesa
cuando el día tiene apetito.
Tú te corres de mi lado,
tú esculpes un soneto
que parece ser mi reto,
pero aún no he terminado.
Tú eres del olvido
un relato casi perdido,
pero casi que te encuentro
y aún no puedo leerte.
Tú eres la mala suerte,
la inconstancia, la tardanza,
eres prácticamente la ausencia
y alguna que otra palabra
lejos de mi arrogancia.
Tú eres el olvido,
el cristal que se hace añicos
con el golpe del silencio,
opacado por los gritos.
Tú qué sabes de mis cuentos,
tú no entiendes pero asientes,
tú te comes la cordura
y vomitas inconscientes.
Tú eres el olvido
y eres la rama más fuerte
de este árbol que llamo arte,
de esta ciencia blanda que duele.
Tú, porque no hay nadie más aquí,
tú te compones de excedentes,
tú sabes muy bien mi nombre
y yo el tuyo y eso hiere.
Tú eres el olvido,
mi reflejo transparente,
el agua que bebo embriagándome,
el espejo que todo lo quiere.