domingo, 2 de junio de 2013

Lo agridulce

Era una dulzura que robaba el alma,
que sobresalía de los rincones
más recónditos de la mirada,
que rompía pero que remendaba.

Era una dulzura que me valía
la vida, las ansias y las ganas.
Era una dulzura pura,
una dulzura blanca.

Era una visita del alba
en el medio de la noche,
era un mar de lágrimas
entre risas y reproches.

Era la potencia muda
de los gritos interiores,
era la luna dormida
entre almohadones de colores.

Me quitó el destino,
augurando errores,
llevándome a lo torpe del frío,
vagando en oscuros callejones.

Me supo a distancia a veces,
me supo a un juego maligno,
pero se escapó surcando los mares
que me invitaban al abismo.

Era un barco sin sentido
en el curso del latido,
era como si le sobraran alas
pero un ancla le impedía
el vuelo hasta mis brazos tibios.

Era una sombra tirana,
era el veneno prohibido.
Era la cama y la muerte,
era mi sueño y mi temple,
era la aurora y la suerte,
era el sudor helado de mi frente.

Y después el desvarío.
De amores míos, ninguno.
Sopló la llama, apagó el mundo.
Destrozó, lo siento,
todos los conciertos.
Ayunó mi sueño y vomitó mi ejemplo.

Libre pero preso
el sentimiento mutó,
se quedó sin huesos,
se quedó sin versos,
en el beso ausente
de la perdición.

Un infierno es hoy,
cuando dulce ignora,
cuando dulce ríe
de mis malas maniobras.

Yo no he visto nunca poder
tan vanidoso, peligroso, amoroso.
No, no he sabido antes de sus garras silentes
clavándose en el aire que corta mis pieles.

Es entonces cuando evito
que lo amargo se acerque,
porque su dulzura
aún controla mi mente. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Escritos de un jueves

Al cabo de las horas, de las obras, la sustentable palabra se ahorró de complacencias, miró al ambiente destapado, destartalado, y retiró el cuerpo. Yo ya no pensaba, mis pies caminaban el sendero obtuso de una ignorancia auto abastecida por esas mitades no correspondidas de lo metafórico. Y lo demás, aquello que acostumbra a saberse con anterioridad, se desdibujó del placer eufórico de la imitación.
El acto se compone, se abstrae, se actúa. Ya lo físico escapó del campo científico, la dinámica energética se descompuso ante los ojos negros de una sombra intocable. Miles de partículas de vocales inconexas se atiborraron en la cabeza de una consonántica existencia. No era probable, nada lo era, y la virtud amaestrada descerrajó el tiro frío en la certeza de la duda eterna. Todo sangró, hasta la ausencia, hasta la médula misma de una poesía siniestra. La muerte es lenta, decían, la muerte es bella.
Practico acertijos evidentes desde este facilismo incongruente, desde esta tormenta en ciernes de la irrealidad aplicada al bajo consumo de anestesias. El crucigrama entero se mantiene parado, se evapora la dirección única, se abren de piernas las venas simbólicas ante el fálico y vomitivo espectro de la contradicción.  Observo. Un cilindro acuoso discute con la frontera diestra. Nosotros nos bajamos tres paradas antes y yo sigo empujando la puerta. Ya no, la noche no despierta.
Mi imaginación se desconcierta con ese realismo impuro que supura de esta herida abierta. Son tantas las manos que me dibujaban el puente, que he caído buscando la izquierda con la que me sostuve hasta ayer. Sencillamente nado hasta la cornisa más alta de esa falta de evidencias para mi hipótesis copiada del puto libro de ciencia. La ciencia dura, claro, la estricta mierda anclada a la isla desolada de un saber anciano.
El café me sabe a angustia literaria, esa de las cuatro de la mañana, el cigarrillo y la almohada doblada bajo el cuello amoldado a la postura asimilada. Y esas pocas palabras me saben a nada. Y esta larga misión me sabe a carta mal escrita. Y esta sombría sensación me somete a las peores letras jamás creadas. Arde la llaga, quema la garganta y sangra la espina dorsal de la estructura que ya no tiene caras. Entonces bebo con sorbos soberbios esta, antes deglutida, suerte en taza.
Pero se van, las horas se van tras la distante virtualidad de mis estandartes. Se van los pisos al silencio, los oídos al tiempo, los rostros al basurero. Y yo continúo, no me volteo, no siento, no miento, no alimento al tormento con los ruidos del comedor. Luego la luna, esa que se acerca con soltura a asesinar sigilosamente a la luz. Y tú, o la proyección infinita de un espejo frente a otro. Ya no, no duermo.
Yo le escribí el abecedario burlón en la curva de la heladera, le limpié las esquinas, le recorté el mantel de la mesa giratoria. Yo le extraje el destino de su alma máter, le sonreí al golpearle el portón dorado del hipotálamo y le sostuve el cabello casi amarrándolo al puño impaciente del corazón. Sí, yo, porque nadie más se dispuso a destrozar su perfecta estabilidad, su insistente desesperación. Dijo que no debía prestarle el ejemplo a su discurso iniciador. Dijo que debía yo de detener el latido inquisidor.
Me gritan las persianas, me acusan las puertas de cerrarlas, me invitan a la tarea de escribir una y otra vez esta condena. Y yo ceno con velas. Yo activo el mecanismo de defensa. Yo, un narcisismo acompañado de promesas. Yo supe alguna vez perderla entre pesadillas y lapiceras, razón inútil, maldita musa de las guerras.
Y así, como nunca, no alcanzaron las vendas. Se inundaron los ríos con sangre de la gruesa, con todas las virtudes del hierro, con materia gris, con tierra. Sobraron los segundos, sobraron las ideas y  supimos, sin decirlo, que morían los poemas.
Como todo jueves, desentierro la cabeza, peino el cantero y quito las malas hierbas. Como todo jueves, como en cada obra que no empieza. Y luego el torbellino, la maratón de las rodillas fracturadas en números impares, los codos lastimados de reclinarme, la nariz tapada, la garganta lastimada, los pulmones intactos y el humo sospechado de corromper el abrigado estornudo que me trago.
El último rastro se perdió hace horas, la presencia se tradujo en carcajadas sutiles, en sobres de madera llenos de páginas recortadas. Nos fuimos, como sin mirar a los costados, como desestimando todas esas hojas arrancadas. Yo me detuve, antes de cerrar esa puerta, porque nadie más lo haría y retrocedí hasta el principio. Y al cabo de las horas, de las obras, yo fui, entonces, uno de esos días. 

martes, 28 de mayo de 2013

Designios

Cansada de lastimosos versos,
le brindaré un abrazo inmenso
a la oscuridad del texto.
Beberé la tinta con mis labios secos
y romperé el hechizo del mago del silencio.

Ah, pero qué limitados mis pensamientos,
mejor abrir una herida
para cocer los gusanos tuertos,
mejor saberme en estilo,
modelo y espejo del infierno.

Te voy a contar el cuento,
te haré desaparecer el aliento,
te romperé el cuerpo en pedazos
que tendrán sabor a consuelo.

Y si entonces no me muero,
subiré hasta la cornisa del tedioso arte lento,
saltaré con sentimiento
y me enterraré de golpe
en el ataúd de un cementerio.

Ah, pero qué insolencia la de tus ojos,
como si creyeras mis fundamentos,
como si mi hipótesis del tiempo
se fraccionara en quince silogismos certeros.

Nadaré en el mar del vino,
voy a ser el ave y el pez
y alguna que otra vez el destino.
Voy a anclarme a la isla del humo opiáceo,
voy a revertir mi intestino.

O mejor encenderé un cigarrillo,
al lado de la estufa seca de llamas y filtros,
te voy a armar como un rompecabezas,
martillando poco a poco tus suspiros.

Nada de lo que diga me ciega,
nada se acerca a mi designio:
comerte los labios a versos,
fundirte en mi fuego prohibido. 

Si de preguntar se trata... de responder se empieza

¿Qué decirte que no sepas?,
¿qué explicarte que no entiendas?
¿Acaso piensas que no debo amarte?,
o ¿acaso sueñas con besarme?
¿Pero qué atesorar si nada brindas?
¿Qué podría interpretar de tu sonrisa?
¡Cuántas preguntas hay en la vida!
¿Cuánta vida le resta a esta estúpida agonía?
Me preparo un café y desentierro lentamente
todos los recuerdos olvidados,
oxidados, odiados.
Nada se asemeja a tus ojos,
nada parece haber cambiado.
Siempre pensé que no existiría un otro,
un ser que pudiera todo acabarlo.
Me siento,
desayuno la mirada que no existe
más que como una condescendencia
y lamento tanto, tanto tu ausencia.
A veces interpreto que simplemente juegas,
a veces interpretar me lleva a tropezar
una y otra vez con la misma piedra.
Pero a veces también desespero
cuando rozas con tu aire
una punta de mi cabello.
Tanta basura me sobra
dentro de mi discurso amoral,
tanta existencia le falta a mi inestabilidad.
Te veo y te encuentro rondar
los rincones de mi corazón desierto.
Te veo y con eso me basta
y a la vez es el castigo eterno.
Es evidente que no podré tenerte,
es visible mi padecimiento,
tan visible que te miento
esta alegría inmensa
cuando sólo quisiera salir corriendo.
La contrariedad me ha hecho escudo
y arma y adiestramiento.
Pero la bajeza me ha hecho esclava,
y empleada administrativa de tu cargamento.
Maldigo, entonces, mi espectro,
las horas perdidas, el cansancio manifiesto.
Maldigo que no sepas quererme,
que solo te entretengan mis pensamientos.
Le he dicho basta mil veces
a este sentido de la humanidad,
le he pedido al silencio un cuarto
para recostarme y no hablar jamás.
Pero me rindo ante los pies de tu sombra,
me rindo y me da por experimentar,
saber hasta dónde llega mi cuerpo herido,
actuar hasta reventar.
Te pido, como vez primera,
déjame intentar.
Déjame cortarte las piernas,
para que aprendas a volar.
Te pido, pero desde el mudo grito,
que te dejes amar,
que me dejes escribirte el mundo

con mi arte universal. 

Amnesia

Si alguna vez me olvido de mirarte
es porque estás en todas partes, sí.
Si me olvido de amarte
es porque te pareces a la gente,
es porque es momento de olvidarte.
Pero si olvidara tus ojos,
entonces no podrías perdonarme.
No sería justo, vida,
tener así que matarte.
Si me olvido de este arte,
córtame las venas, o dispárame.
Si te dejo escapar fácilmente,
amárrate a mis brazos,
tuérceme el cuello y bésame,
que no sea mi amnésica laguna mental
un soplido en la arena
de tu exclusividad.
Si me olvido alguna vez de hablarte,
acércate a mis labios
que algo te dirán.
Y si me olvidara de pensarte
es porque seguramente ya no existirías
en el universo paralelo de mis rimas.
No me dejes olvidarme de escribirte,
mi estandarte, no te quedes en el tiempo,
ven a buscarme.
Si estas manos se perdieran el placer,
alguna vez, de crearte,
caerías en la agonía del vacío errante.
Yo, en cambio, vibraré otros cantares,
suponiendo ya no amarte.
Pero si me olvido, tiempo, de contarte
es que finalmente es momento
de abandonarte al aire
y que vueles como ave,
y que te liberes de mis redes,

aunque así me mates. 

Nada, casi

Le quedan pocas horas a este éxtasis sin sentido de esperar algo que será nada. Le quedan minutos, quizás segundos, a esta especie de duelo entre la posibilidad y la insistencia negada. Podría decir que se acerca la aurora que opacará estas indescifrables madrugadas en las que proyecto mi mirada. Le queda nada, casi, a esta cruda incongruencia en la que me hube algún día de parar. 

Hoy

Hoy, porque no habrá mañana, vas a perderme. Hoy, porque esperar se ha hecho eterno, hoy sabrás cuánto detesto despedirme de lo que podría haber sido perfecto. Hoy, porque está frío y desierto, porque la calle sin autos, hoy te diré que no te quiero, que me sobran los pretextos para olvidarte. Mañana le mentiría a la noche, mañana podría acostumbrarme a los reproches, mañana podría amarte quizás, pero es hoy, y hoy el cansancio se hace fuego dentro de mi piel, hoy simplemente me desvaneceré de tus ojos y mañana ya no me podrás ver. Hoy, porque no habrá mañana, vas a perderme por no haber sabido amarrarte a estas cuerdas de papel. 

Goteo

Uno tras otro,
tus besos se evaporarán de mi cuerpo.
Tus manos perderán la destreza
porque ya no me tocan.
Tus ojos buscarán la ceguera
pues no podrán verme más.
Tu rostro se teñirá de noche sin mi luz.
Tu esencia será tosca, casi imperceptible.
Y yo seguiré aquí,
con tus restos en mi suelo,
con tus sueños en una almohada ajada
y agradecida de no tener encima tu peso.
Yo seguiré aquí, sin un rasguño,
sin hirientes recuerdos,
esperando el momento oportuno de tu muerte,

cuando mi latido se silencie por completo.   

Deja sombras donde cuerpos

Deja tu sombra donde antes tu cuerpo.
Evade mi presencia
y quita tus labios de oro.

Deja tu silueta rondando mi cama
y vete despierta,
fingiendo un mañana.

Deja todo acomodado
a tu manera incierta de quitarme el tiempo,
de robarme el frío, de poseer mi silencio.

Yo, mientras tanto, sonreiré a tus pies,
estimaré las gotas de agua en este desierto,
y llenaré el vacío con cuentos.

Deja, deja ese estigma de tus besos
en mis movimientos lentos,
pero fíjate antes, porque no miento.

No sé esperar, ni sé de pretextos,
aunque siempre aprendí a olvidar,

con la misma velocidad del viento.

Teñido de azul

El supuesto color azul se convierte en certero cuando la ausencia completa, ese infierno de imposiciones de la realidad, ese inalcanzable estado de eufórica tranquilidad. El evidente concepto de la felicidad se hace agua de un oasis que no existe más que en la proyección de una necesidad. Y los demás, los estados que componen esta indescriptible estabilidad, se aseguran vomitivos y apesadumbrados de tanto fingir una incoherencia social. Más, me pesa el ambiente neutro de la cordialidad, el permiso compulsivo al querer acciones inversas, el sentido abstraído del tedio y la vergüenza expresa. Me pesa la ausencia, pero también la presencia que forma una inmensa soledad. 

De correspondencias incorrespondidas

Le escribo al silencio desnudo,
ahora,
a horas de la muerte temprana
de una madrugada veloz.
Le escribo al reloj
que aleja ciertas manos
del sabor opiáceo
de la eterna comparación.
Le escribo al misterio
que se hace extraño cuando no estoy,
cuando me voy
aún permaneciendo.
Le escribo a la letra traidora,
a la perra descompostura
de esas estúpidas notas
que poco te conforman.
Le escribo a la hiedra venenosa
que se come mis pulmones
y me deja respirando
el aroma embravecido
de una sombra que se va.
Le escribo a este tedio insostenible
de esperar, aunque es lunes,
y esperar un martes,
y detener un viernes
alejado de mi impulsividad.
Le escribo al poco respeto
comprendido como ego
que se mete entre mis venas
para esconderse de mis ojos ciegos.
Le escribo a la respuesta impronta
que nunca llega,
a ese deseo impedido
por una moral necia,
a esos labios que se ausentan cada tanto,
y cada tanto se acercan
a negar la limosna inconexa
de mi incomparable condescendencia.
Le escribo al cigarrillo oscuro
que no me deja, ni lo dejo,
como una pareja mortalmente perfecta.
Le escribo a la droga tinta,
a la tinta esbelta,
a la lapicera muerta,
a mi muerta complacencia.
Le escribo al vino estricto,
al trago irreverente,
a la sonrisa que se me escapa
cuando por dentro hiere.
Le escribo a la copa vacía
que me llama con lágrimas invisibles,
que me quita el velo negro
de la muerte en puerta,
para nacer en roja sangre
que se mantiene pero que inquieta.
Le escribo a la derrota
de esta guerra que me pesa,
que me significa menos calor y más cabeza.
Le escribo a la prosa larga,
larga, hiriente y embustera.
Le escribo a la rima pasajera,
a la dulce historia que nunca llega,
a la que se va, esa y la otra,
la que retorna con cuidado
de no herir una susceptibilidad

que no existe pero que besa. 

domingo, 26 de mayo de 2013

De regreso

Lo siento tanto,
ser de las mil caras,
la sobriedad escapa
a los poros embriagados
que supuran melancolía.
Siento no ser el supuesto
paradigma de la ignominia,
el simplista derivado
de la simpleza
vagamente adquirida.
Siento, vida,
no ser muerte
ante las andanzas prohibidas
de las fieles reliquias del amor.
Muero entre nicotina y recuerdos,
vivo entre nubes ancladas
al mar de los pretextos,
vivo por no morir de pensarlo,
vivo porque no me cuesta respirar.
Y siento,
frente al espejo complejo,  
no poder más que mi ejemplo.
Y pienso,
porque no encuentro remedio,
en la recta final hacia tu encuentro. 

martes, 21 de mayo de 2013

El juego


Un ojito cayó, muñequita tuerta, morgue de trapo, silencio.


Un tictac derribó la torre de control, miles de ríos desembocaron en el llanto del infante doctor.

“Bisturí”


“Pinzas”


“Fórceps…” Y todos le miraron el rostro transpirado por un helado sudor, su voz temblorosa, “fórceps, para quitarle el resto del cuerpo, lo de arriba, o una sierra, ¡algo, por favor!”

Luego el té. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Oda al límite impuesto por la contradicción


Podría ser peor,
el amor concuerda con esta contradicción.
Podría morir sin pensarlo
o pensar viviendo el paso de los años.
Me conformo con saberme
en el rincón de la melancolía,
con haber sentido el peso inmenso
en el centro del pecho
que se llena de monotonía,
hoy, como cualquier día.
Un montón de sol
le hace falta al corazón tirano
para calentarse, helado,
para hacerse carne con este cuerpo
acostumbrado al frigorífico estancado
en el pasado de la rendición.
Un montón, y carcajadas a un costado,
para sobrellevar el vacío de esta habitación.
Pero el viento, el frío, los ojos centrados
en la figura transparente de tus manos,
manos ausentes, manos de tantos rostros,
manos que cambian de color y de forma,
manos que no contienen.
Todo concuerda con mi impaciente agonía,
es la vida y la sorpresa,
es la precaución de mierda
que circunda mi discurso apologético,
mi condena.
Siempre nos vamos, y mi mente y mis ideas,
siempre caemos en el pozo abstracto
de las carreteras desiertas de lágrimas,
y así repletas.
Y somos tantos,
que la unidad nos desconcierta.
Y somos dos rectas paralelas
que nunca se cruzan
más que en alguna curva
o esquina pasajera.
Yo me rindo, a veces,
cuando vuelas,
cuando eres un ave
entre las rocas de mi inconsistencia,
cuando te compones como la musa oxidada
de mis intentos por tenerte,
como sed por el agua.
Yo me rindo y no lo acepto
porque eres todas las espaldas que se voltean
para darme el gusto de la última estocada.
Yo me rindo porque encuentro ausencia
en esta presencia que te llama.
Y te quiero, ¡cuánto te quiero!,
como quiero al espejo que me responde,
como quiero comer
el borde de tu boca con mis versos,
como quiero hacerte el verso
con un beso que te arda,
como quiero quemarte
con estas manos artesanas de líneas
acomodadas al placer de tus palabras.
Te quiero, si. Y lo detesto.
Me limito a ausentarme, cada tanto,
en noches como esta,
en obras indispuestas y pendencieras.
Me limito porque te espero
bajo el umbral de mis deseos hambrientos.
Me limito porque no me permito
ahuyentarte con mis titubeos;
más así lo hago,
aún desde mi actuación petrificada
a la buena educación
y los modismos amarillentos.
Y lo siento tanto,
siento que no puedas sentir la realidad
porque solo sientes mi reflejo.
Siento que no sepas quererme
como yo te quiero.
Siento tanto tener que enterrar
dos metros bajo tierra
esta predilección invencible
que me ciega porque muerta.
Siento amarte instantáneamente
y de cualquier manera.  

Set cortos


1-Para romper con el círculo, hacer un triángulo de insistencia, destrabar el cubo inconsciente y reafirmar la deformación aparente de las cosas; es necesario confrontar, con ojos audaces, la veracidad de las normas, las implicancias de la deshonra y la incapacidad capaz de solventar la cuota correspondiente a la legitimidad objetiva de la razón.

2-Era plano, un plano pensamiento que resistía, de todas formas, a cualquier bajeza ideológica. Era, bastaba con eso, porque las realidades simplemente son y cada tanto se esperaba la respuesta, como esperan el oxígeno los cuerpos que yacen dormidos al lado del calefactor. Si pienso, porque es una duda recurrente, me distraigo. Tú también, porque lees. Pasamos por túneles capaces de mantenernos despiertos en este viaje poco placentero. Pero también dormimos entre sueños, también somos porque presentes, también morimos, a veces.

3-Ha quedado dormida la sombra que buscaba refugio. Solo un cuerpo astuto en la evaporación del tiempo, solo un estornudo agudo en las agujas de aquel misterio. Entonces nada, entonces todo. Y de repente despierta, como tratando de recuperar las horas, como intentando desacomodarse de la estricta forma, pero se eleva y se va. Como todas las sombras; como todas las obras; como todo, dejando las sobras.

4-Desconozco esa frontera. Te imaginabas y yo reía. Supuse del silencio un grito, mientras ardía el conteo tajante de la contradicción. No supimos, nadie lo sabe, ni siquiera el ausente rayo de sol a través de mi opaca ventana. Entonces el límite se presentó como un escape elocuente. Y se desvistió la duda. Se acomodó a la luna del mes siguiente. Se te escaparon los ojos y se pegaron a los míos. Se nos acortó el camino, quizás. Quizás nunca lo supimos. Hoy me quedo en mi urna de votos castigo, me expongo ante la noche como una sombra sin brillo y sigo a la ignorancia como siguen estas letras el ritmo inadvertido. 

Universalidad del espejo


Allí no existían las palabras, vagábamos en las sombras del silencio. Subíamos a la eternidad de ese breve grito que nadie podía oír y bajábamos, simplemente, cerrando la boca del mundo entero.
A veces me pregunto si realmente eres tú, o es que inevitablemente soy yo, en la proyección constante de un mentiroso reflejo. Te callas, siempre, y sonríes ante el improperio agudo de mi sinceridad aparente.
Y es que los tiempos cambian y, a veces, crecemos. Y es que la luna es tan variante como el color del pelo. Me refiero a la metamorfosis y al invierno que se asemeja a un verano que poco recuerdo.
Pero allí no existían las palabras, y aún no lo comprendo. Porque la señal más ciega es la que vemos cuando miramos al frente y encontramos el vacío literario de ese cementerio que nos vendió los mejores libros cuando vivíamos, cuando aún estábamos leyendo. 

No sé


No sé escribir,
no sé amor ni miedo,
no sé decir
y digo aunque no quiero.
No sé describir,
ni sé más que saber esto
que es tanto pero
tan poco a la vez.
No sé el tiempo,
ni el rostro;
no sé luna ni sol;
no sé amor, ni se odio.
Sé que saber eso
es simplemente nada saber.
No sé escribir, ni decirte,
ni partirte el alma al medio
con saber decir que no puedo
contemplar la idea
de no saber de ti. 

Ojos de la noche


Ojos de la noche, evidencias del desapego emocional ajustado a la tenue oscuridad. Ojos de la noche, convenientes resplandores a los pies de una cama desierta de sentido común. Ojos invasivos, cortantes, fríos; desplegando la mirada al vacío de un alma invisible. Ojos de la noche tan alejados de mí, y tan frente a los míos. Ojos que respiran un compulsivo aire de grandeza ensimismada, que ahuyentan a las sombras, que me invitan al olvido de un recuerdo perdido en las ramificaciones aplastantes del limbo existencial. Y son tus ojos, vida que muere, son tus esferas dominantes de los pasos anclados a la pasividad absoluta de mis propias manos que concluyen el recorrido eterno de vagar una y otra vez hacia el infinito. Ojos que evaden mi mirada observadora, que ríen, que lloran. Inmensos ojos que la luz destroza. Y son tus ojos, errantes y paralelos, ojos que no aprenden, ojos que no saben de mi duelo, ojos que distorsionan el invierno de mi cuerpo. Son tus ojos, rompiendo a los míos, haciéndolos pedazos contra la pared resistente del desvarío. Ojos de la noche en el vaivén tan conocido, en la duda, en la disyuntiva, en la precaria objetividad que poseí algún día. Ojos de la noche, lágrimas secas de una madrugada casi tan pulverizada como mis pestañas hechas cenizas. Y son tus ojos, tus ojos que me miran como esbozando un adiós helado antes de la partida. Y son los míos los que ya nunca se cierran, tratando de mirar los helados hombros de los tuyos cuando se retiran. 

domingo, 19 de mayo de 2013

Domingo


Simpleza de un domingo.
Cobardes segundos conmigo,
con las horas al vacío.
El tic tac enmarañado
y mi cabeza despeinada
de ideas complejas.
Rompe el cielo un frío desgarrador,
la estufa se enciende al paso
de mi espalda pegada a su calor,
irradia el sonido una especie
de conquista a medias,
media tarde y casi noche.
Sombras y un despelote impresionante
en el living, casi comedor, casi cocina,
casi infierno desmedido,
salvaje y solitario.
Simplezas que se vuelven idilios
atormentados por la basura gramatical
de la avenida desolada.
Y las ventanas,
y los ojos con sus ojeras de una noche corta,
casi siesta, casi nada y a la vez despierta.
Y las puertas
y el armario apenas abierto
con el abrigo enganchado
a la punta del cajón.
Domingos que borran los días previos,
que esperan ser lunes o viernes
o hasta quizás un miércoles.
Simpleza de un domingo abstracto
y casi lluvioso pero seco.
Escribo, porque las manos frías, verás.
Escribo entre los arbustos cotidianos
de un atardecer anunciado hace días,
en esas madrugadas de planas ideologías.  

Oda fría de otoño



Cuánta impaciencia invade
este cuarto de recuerdos.
Las agujas del reloj del infierno
se derriten lentamente
al ritmo de un juego tan helado
como el fuego
quemándome suavemente
el latido que se va callando.
La oscuridad que imaginan mis ojos
detrás de la luz
se asemeja a las sombras
de un cuerpo lejano que saluda,
tiritando un adiós anunciado por la noche.
Y yo, la extremidad inferior de la casualidad,
retengo los gritos enmudecidos
en la garganta de la madrugada,
retomo la inconsciencia del momento
y respiro el viciado aire
de un cigarrillo consumido
por el suspiro inconexo
de la veracidad de mis letras.
Y como todo,
el sentido se escapa
detrás de la primera conclusión
derivada de un silogismo
de pertenencia e incapacidad.
Miro, como miran los astros al sol,
la calle que se cierra
al paso ambiguo de una amabilidad
embravecida y acobardada.
En consecuencia, las palabras.
Las palabras me dibujan la sonrisa silente,
las palabras que supuran
del colectivo masivo anclado a mi mente,
las palabras absuelven
del pecado literario a mis instintos,
las palabras que simulan
un cataclismo en la punta de mi lengua
afilada como el lápiz metafórico
con el que escribo.
Y tú,
ese rostro borroso sometido
a la metamorfosis constante,
te escondes en el limbo
de mi sistema de defensa
y atacas,
cuando menos lo espero,
con las garras de la sentencia fría,
con el puño sobre la mesa,
la mirada en la pared
y toda la destreza uniformada
de tu plácida caricia al vacío.

Así



Así, descarrilando los sentidos, desvistiendo el ojo neutro de la contradicción, repensando las acostumbradas incertidumbres, disfrazando lo extraño con la simpleza de la perdición. Así, recomiendan las experiencias, actuar ante un camino de piedras.
Y entonces una historia concluyó con las palabras idiotas de la inconsistencia, la derrota, la previsión y el cálculo de las gotas en la calle de la fina lluvia. Podrían haberlo imaginado, seres de sombras que sobrevolaron el espacio de las notas, podrían haber descubierto el cuerpo que flotaba en las maderas podridas de la eternidad compuesta como un instante. Pero todos no reímos en el momento incómodo del circuito comunicativo que nos separa; todos somos un oído, una mano y una respuesta asertiva en la psicología social del momento, en la perspectiva intuitiva de las sensaciones valoradas como referentes existencialistas.
Retomando el párrafo, ese que moría, la respiración se acomodó a la forma variada de la caja de huesos y exhaló toda esa palabrería antes disuelta en el vaso de la excelencia vestida de paciencia.

jueves, 9 de mayo de 2013

Sin título



Ojala me faltaran las palabras
y el silencio dominara este pensamiento
que grita a mil voces el desconcierto eterno
de perderte en tantas formas,
en tantos cuerpos.
Posibilitaría mi muerte el ruido,
me dejarían las alas caer al vacío
y comprendería el sentido absurdo
al que me has sometido
con el vaivén de tu alma entre tantas miradas
que perdí con cada oda escrita hacia la nada.
Pienso, luego, en tantas oportunidades perdidas
por buscarle una salida
a esta necesidad imperiosa de encontrarte
detrás de las cortinas hipócritas
de los ojos que, a veces, me miran.
Y ojos necios son tantos,
tantos que no lo merecían.
Así es, y detrás del miedo y la sonrisa,
yacen los restos de la armonía
que supuse un día recorrer con mi poesía.
Ojala me faltara el aire
para responderle a la vida,
para escribirle al misterio de esa voz que se escapa,
para partirle el rostro de acuarelas,
para instruirle en el arte de la caricia
esparcida por la fría tierra
de la correspondencia impedida.
El tiempo,
enemigo suicida y pirata de la ortografía,
roto tantas veces por estas agujas torcidas,
se esfuma como ese cuerpo intensificado
a la potencia retroactiva del reflejo borroso.
Se va por los rincones oscuros de mi memoria invasiva;
y ya no regresa si no es al otro día,
cuando ya no tengo noches,
cuando la evidencia está completamente dormida.
Ojala pudiera reemplazar
la vaporosa consciencia por la mentira,
quizás así podría perder de vista las sombras
y enfocarme en el bocado más fino
de la mesa sin comida.
Porque mi cama está desierta de almohadas simplistas,
el minimalismo aparenta un diseño arbitrario
que no se complementa con mi armario
desacomodado y de puertas corredizas.
Porque la certeza se acopla a la duda
de cada nueva visita,
y me detengo solamente
a escribir una estúpida moraleja
en una lengua extranjera y sin carisma.
Porque he respetado demasiado
el tratado primero del buen respeto
y las hierbas medicinales
en el cantero impropio de la contradicción.
Porque ojala pudiera no serlo
y completarme con una noche aplicada
al arte del olvido,
pero se resiste mi intransigencia descomprimida
y se contraen las manos hasta la médula
de la existencia altruista.
Porque no me quedan más razones
para perder la razón
y se me acaban las ilusiones
antes de convertirme en lo peor
de la valoración empírica,
mi propia composición.

jueves, 2 de mayo de 2013

El escape



Y olvidar parece exacto, parece necesario cuando los ojos han escapado al infinito de la indecisión. La precaución ha despertado, verás, dejar de soñar en el perfecto estado estancado de la salvación. Novedades, tantas, pero una y la desesperación de la mirada fija en el punto ínfimo que se ha marcado en mi frente inventada. 
La sangre brota insistentemente, se deshidrata la promesa, se seca el suelo invadido por la ausencia, se dispone la luna a brillar un color amarillo increíble, caen desde lo alto los estandartes que propuse una vez como virtudes intocables. Parece exacto y me limito a la observación. 
El amor por la carretera al éxito ha recuperado su presencia oxidada y las metas se desdibujan del horizonte encantado por la duda. Ante mí, otros ojos abordan con astucia la tarea de pegarse al espejo del laberinto, junto al real en el que camino en círculos viciosos. 
Se libera la energía, el paso aumenta su presión sobre la espalda de la historia escrita y las posesiones se convierten en tesoros místicos que evito confrontar. Y te he visto tantas veces rondar la fantasía de mi habla pausada y torpe, te he encontrado tras los muros de la simpleza que esconden lo complejo del artista ofuscado, te he oído escucharme en mi silencio recostado, te he perseguido hasta en lo invisible de tus manos y jamás te he podido defender del frío que esbozan mis palabras al respirar profundamente cada gota de tinta roja. 
Otras espadas han probado el filo en esta columna rota de cemento, otras oraciones erróneas se han advertido en varios de mis textos mal habidos, pero nunca la perfección se ha acercado más al exabrupto temido de estas prosas casi tan morbosas como mi intestino delgado que vomita versos gruesos al cumplirse la hora. 
La exactitud no supera al deseo, dos términos tan lejanos pero a la vez tan unidos en mi desorden lógico de silogismos privativos. Es que esa libertad apresa mis inimputables raciocinios, es que la incoherencia se compone de estornudos y pensamientos disyuntivos, es que la glándula principal de este sistema no tiene el interruptor primitivo. 
Ha perdido el sol el rayo más fino que se clavaba como aguja en las venas del brazo que yace, hoy, nublado y dormido. El yogurt está vencido, el café sabe a metal y el tic tac. Verás que el olvido parece exacto cuando menos se espera recordar, cuando más se necesita volver a empezar y demás cursilerías que ocurren al traspasar las barreras bajas de la incredulidad. Parecieran las ventanas el mejor escape.

Pensaba



Poca palabra destrona al poderío inconveniente de la cultura del silencio. Precisión, decía, en la altura desigual sobre el nivel cordial del retraso amanerado de la comunicación. Al contrario de la banalidad precaria, en lo coloquial del esbozo masivo de discursos, el silencio casi completo es preferible, ante el burdo desempeño de un solo sector, sin el cerebro.


El ritual de la poesía se encendía, como en todas esas noches frías que destapan la corteza de la estigmatización de las ideas. Las estrictas estrellas abrazaban la simpleza de un cielo vestido de negro y la mercancía en forma de papel escaseaba. Todo ansiaba plasmarse con una letra fina sobre el ojo del espejo inverosímil, sobre todo, sin pensarlo, sobre el ojo irrestricto y mistificador del espejo inverosímil. Y luego el eco, y repetir.

Beso de noche



El beso de la noche se aproxima a su fin; con su lengua impetuosa de estrellas, aminorando la marcha dentro de la boca del sueño; con su extrema inocencia, abandonando la cama de negro que invadió antes su insinuante condición. Llega al final como promocionando su retorno, como desvistiendo de impaciencia a los otros besos que esperan, retraídos en el olvido, el visto bueno para ampliar su existencia.
Muere la pena, nace el dolor y la agonía se retroalimenta, como fénix que renace de la ceniza metaforizada de la ilusión. Las aguas bajan al nivel de la tierra en la que duermen las ideas que no han muerto aún, y el beso se desvanece, desparramando sus dientes en la tumba de la presencia obsoleta del cuerpo en soledad.
A veces, en la corrección más común de las palabras, el ansioso deseo prevalece por sobre las excusas que son  nunca demasiadas. A veces me he puesto a pensar en cambiarle el sentido a la virtud de esta rima enmarañada, y se hizo de mañana, sin esperanza alguna de derribar las estrofas guirnaldas.
Pero el beso sabe a nada y la nada se hace dulce a veces, a veces salada. La nada se contempla con estos ojos, los mismos que despiden a la boca ensimismada que repite mis crueles palabras, como la misma noche, desacomodada de horarios, que maneja mi cama intacta.

Siluetas



Si tuviera que escribirle
de vida a la ausencia
hablaría con palabras ciegas
de sus ojos de inocencia
pretendidos por espías de la noche,
completaría los vacíos con extractos
de viejos poemas de amor,
reemplazaría las vocales
por gotas de sangre irreverentes
que iniciasen una revolución de células
entre cada una de las estrofas sinceras,
amplificaría los márgenes
de las poesías estrictas,
ablandaría la dureza
de ciertas rimas pasajeras
y retomaría el discurso
en el labio más fino
de la tierna presencia.
Si tuviera que escribirle,
de seguro me tomaría noches eternas
e infinitas madrugadas de impaciencia.
Si tuviera a la ausencia que describirle
de la vida que me quita con su existencia,
debería empezar por proponerle una tregua,
tomar su mano con dulzura
y volar hasta que no existiera espacio,
más allá de la luna.
Si tuviera que hablarle de muerte
sería necesario que me viera
en esta agonía literaria
de no tener siquiera su sombra
cerca de este cuerpo
que ya es una simple silueta.

Quien fueras



Tirar al aire la moneda de tus ojos
y que la cara se convierta
en la aridez de este desierto sin ti,
quien fueras, si fueras.
Y romper en llanto el cielo
sobre mis zapatos oxidados
de pensarte
si es que existieras
o fueras
o parecieras ser,
quien fueras.
 Hacer del escrito un testamento olvidado
de mis deseos acaudalados
de temerosos e inciertos pensamientos
acomodados a la rima estructurada
que dispersa los sentimientos por ti,
por quien fueras
si es que fueras
o existieras
o supieras al menos que serías
a quien mis versos se dirigirían
si es que así lo hicieran.
 Amar a la poesía si tuviera un nombre
sería como desmembrar a mis manos
y lanzarlas al fuego moderado
de mis ideales quemados ya
por el silencio compositor y actor
de las particularidades de este sistema.
Lógico sería,
si fueras o si estuvieras
o si al menos leyeras,
que dijeras con lo mudo de tus labios
un beso que sí fuera
o pareciera al menos,
si fueras, quien fueras.

Enigma lógico



Enigma lógico, complejo del sistema binario del deseo, esbozo incompleto de irregularidades técnicas, latidos intensos marcando el ritmo del ejercicio combinado de los placeres cotidianos. Interiormente, desplazamiento ilusorio, laberinto atroz del misterio del logro, realización, realidad, y posterior límite marcado de números impares al azar de la línea recta que conforma la curva incorrecta de la perdición. Más atrás, cuando nunca, las precisiones destrozaron lo bello de la paradoja, desestimando las masas el divertimiento locuaz de la contradicción. Finalmente, abstracción total, derrumbe de tecnicismos, terremoto de palabras ocurrentes, fuertes libertades aplacando al autoritario centímetro de distancia, ambigüedades de la lengua, inconexos puntos paralelos y la repetición. O, simplemente, el sentimiento irreverente del amor.  

Lo efímero



Muere tu oscuridad, luz de la ilusión y la precavida contradicción. Me late la duda constante de la noche, me irrita el goteo irresponsable de esa sangre que ya no sabe sangrar y me quema el pretexto, me quema tanto adentro.
Y mueres como tu capa que te cubre de mí, te vas al infierno de mi mente, te vas y te ríes porque no sabes llorar. Quitas de mis manos las balas que eran mi defensa eterna y te escapas detrás de la luna, luna que existe solamente cuando miro al centro del universo de tu rostro cayendo bajo mis instintos tan aferrados a ti.
El óxido de esta inmensa ruptura craneal me revienta la mirada en tantos trozos vivos de profunda resistencia, esparciendo mis restos sobre estas hojas llenas de rimas tensas y nerviosas y dulces y melancólicas y oscuras y asesinas. Y revivo, porque la agonía tiene el nombre de esa cruel sonrisa.
Maldigo, cada tanto, cada segundo, todo lo que predico como una creencia; todo lo que irradia mi energía cinética, mi ambigua manera de insertar mi reflejo en el lago de los deseos rotos. Y, también, repito porque no quedan más despojos al final de mis ansiosos versos que buscan la reacción invisible del tiempo. El tic tac me desespera y luego el retroceso.
De mí supuran palabras atroces que, intermitentes, desean una metamorfosis embriagante. Vuelco, como laguna árida, el polvo de mis huesos sobre este texto que es veneno y es remedio y es el medio más dañino por el que puedo disparar mis planteos confundidos al azar de un masivo cementerio de tintas secas y toda la debilidad.
Ya nada puede llover sobre este suelo mojado donde nadan mis pies fríos ni nada puede detener la tempestad que vuela el resto de mi cuerpo hasta el infinito. La mierda que flota como poesía en esta alcantarilla de cuatro paredes donde pienso se pudre cada vez más creando lo bello del lodo, descarrilando a mi corazón. Y tal como con punzones tallada, la figura de los besos pierde su ordenada estructura.
El verbo se descompone con mi cursilería barata, se esconde y por dentro se relame rememorando toda la persuasiva evidencia que actúa en mi contra, condescendencia y banalidades de la estúpida existencia. Todo lo que se pudre renace en flores secas que tienen el perfume de la memoria indirecta que hace que piense en esos ojos que se entierran como puñales en la distante extremidad.
Y tú, mirando desde la distracción del momento, partiéndome la fantasía y recitándome, con tu silencio, esta helada realidad. Y tus venas complementando, porque funcionales, el ciclo enfermizo del elíxir que me engaña; que se lleva, en el mismo curso, todas mis mañanas.
Ya han pasado muchísimas horas, mi pensamiento ha variado como varía el color de la aurora naciente y mi sien casi colapsa de pensarte entre burdas e hirientes palabras. Los ojos me laten, las manos me sudan, la espalda me tuerce el resto del cuerpo amoldándolo a la forma más triangular del nudo atorado en mi garganta y mi estabilidad me incendia, descorchando la última botella de silencio sobre mis oídos adormecidos. Todo me alimenta el ego, engordándolo mientras se entierra en el fuego helado de la simpleza. Todo te convierte en hiedra, una venenosa, calculadora, previsora, insaciable y deliciosa hiedra. Todo me despierta del insomnio crónico de mi almohada desierta. Todo se concentra en un jugo tembloroso que traspasa mi voz y la devuelve grave y efímeramente sincera.

Intro y primera parte

Si para escribir sobran los motivos, para las historias faltan destinos, faltan ojos, faltan acertijos. Sí, se comprende, se lee, se disputa entre el saber y la ignorancia, pero no se ven las fallas, no se escapa el lector por el laberinto de la duda, no se suben los niños a jugar en la calesita de la luna, no fuman opio las intrusas de la noche sobre el techo de la cabeza del soñador. Nada parece completar el círculo vivo de la consciencia al leer una historia siniestra o particularmente sincera. Pero heme aquí, con la ceguera impuesta por la terquedad, en el intento imposible de recrear un subconsciente entramado, de derramar mi sangre sobre las hojas intrépidas que esperan ansiosas, de buscarle a la muerte una sonrisa, de desestimar a las religiones y a las revistas, de crear la historia que podrá ser vista como nunca antes vista o como un simple esbozo de vida, mientras exhalo el humo invertebrado de mi cigarrillo a medio fumar.

I
Corría el año que no recuerdo con exactitud, pero sé que fue mucho después de haber adquirido aquella habilidad irrespetuosa de remarcar el acento en lo despectivo de la virtud. El hermetismo casi expuesto del semblante de sus ojos se correspondía con la apertura inexplicable de su boca de mundo. Pero sus manos, sus manos empezaban en el sur de la aurora, para culminar en la suavidad inconquistable de su aroma a frutas frescas de estación. Pero el tren nunca finalizaba el recorrido si no era en esos pies planos como el imaginario nada cosmopolita de las masas sobre la tierra. Belleza impura, desgaste de piedad, como una copa a medio tomar, como una botella bailarina en la oscuridad del raciocinio ebrio, todo lo amarraba a la canción de cuna que sonaba en el burdel de su existencia preciada y necia a la vez. No, no recuerdo el año pero recuerdo su piel.
Esa madrugada salí por las calles del olvido a beberme el dinero ganado luego de tantas apuestas al tiempo, luego de explotar al máximo ese desdén por los insultos amnésicos de la genética. Una sola estrella brillaba en aquel horizonte desolador. La calle estaba desierta, casi tanto que se escuchaba el eco del latido de mi corazón cargado de colores lúgubres como los de esa sombra deshumanizada. Allí íbamos, mi alma y yo, y las demás voces que esperaban mudas mi muerte temprana.
Sostenía un paraguas, recuerdo que no llovía pero al acercarme y ver sus lágrimas lo comprendí. Caminamos a metros de distancia pero se volteaba cada tanto para observarme, no sé si por temor o por sentir el mismo vacío que yo y querer compartirlo entre ojos negros.
Los minutos pasaron como los tragos por nuestras gargantas inmundas y húmedas. Mis intentos de acercar mis manos a las suyas fueron interrumpidos una y otra vez por la furtiva e inocente voz, su voz, que me impedía el trayecto con un “no, por favor”. Dulce, melancólica e hiriente, de esas voces que no se olvidan ni aún ensordeciendo por completo. No, no era amor, ni comprensión, ni proyección, ni reflexión; era duda, impedimento, imposibilidad, pretexto, era tiempo y era un reloj congelado en la negativa y denigrante ciudad. Éramos, y con eso bastaba, y bastaba porque estábamos.
-Mozo, la última botella.
-¿Última?
-¿Disculpa?
-Que aún no hemos ordenado ni la primera y ya te anticipas al final.
Entendí. ¿Cómo no haberlo sabido desde el principio? Su percepción de la realidad era muy diferente a la mía, ¿o era un comentario jocoso? Sin embargo, la sexta botella, que pudo también haber sido la primera y la última, asentó el borde de su aliento sobre las uñas de mis deseos. Su cuerpo sucumbió ante las interrogantes palabras disueltas por el suelo de la habitación dialógica y supimos lo que era el discurso sin la necesidad ni el absolutismo de la lógica emocional.
Supe que debía detenerme, el ecosistema teórico nos derribaba cada vez más por el precipicio del placer. No queríamos caer, nadie quiere bajarse del asiento que le impone la posición de poder, ese poder al que se renuncia cuando se calla, cuando se observa al otro, cuando se le sonríe sin razón aparente. No, no queríamos ceder y deslindar responsabilidades en el alcohol ni en las otras drogas misteriosas que circundaban el ambiente provocador que nos acercaba a la vida y nos alejaba de esa muerta creatividad ocurrente. Volvimos a esa esquina pero ya era de día, el cielo de sus ojos volvió a nublarse mientras abrió su paraguas. Yo me alejé, lentamente, volviendo mi vista cada tanto, no sé si por temor o por sentir ese mismo vacío y querer nunca dejar de compartirlo.
Al llegar comprendí que aquella incauta velada no volvería a repetirse, no de esa manera; las casualidades no son cosas de todos los días. Más me pregunté muchas veces qué hubiera pasado de haber cedido ante nuestros impulsos naturales y, en lo retórico de mis cuestiones internas, la respuesta era la palabra “impulso” seguida de algún sinónimo de mierda. No dormí, no pude porque para dormir requería de ojos para cerrar, de boca y nariz para respirar, de cuerpo para reposar y principalmente de mente para soñar, pero todas esas cosas habían quedado olvidadas en aquella esquina. Y así se me pasó la vida, ese día.

II
Descolgué el cuadro, en su lugar puse una hoja en blanco y la observé por interminables horas, mientras la vieja pintura me maldecía desde el frío suelo. Los días pasaron, la hoja seguía en blanco y mi sangre no hervía, no sentía la necesidad de llenarla con la palabrería disuelta en el vaso de licor.
No sabía esperar, puesto que no sabía qué esperar, pero todo lo cambió la ausencia, todo se compuso con la soledad. Escribí, pasados los tres días, una palabra en aquella hoja: “espero”. Nada me supo a tan lleno como aquello, nada. La hoja finalmente estaba completa con un pensamiento positivo pero, a la vez, misteriosamente lastimoso.
Levanté el cuadro del suelo, lo coloqué sobre aquella hoja blanca, en la pared y me senté en la única silla con respaldo, llevé el asiento hacia atrás, como hamacándome levemente, frente a ese espacio decorado y observé, por horas, una pintura nueva.