En versos claros, lejos. La
impaciencia, el autocontrol, la devastación del ego, y la cumbre a lo más alto
del tiempo.
Crudas espadas clavadas en el
corazón ciego, burdas carcajadas que invaden la noche del ejemplo.
Antes de improvisar, considero. Me
siento en el límite y observo.
Te vas, porque se van las estaciones
y permanece el silencio. Te vas. Y me voy con mi libro viejo.
Aquí, en el limbo astral del
pensamiento, permanezco.
Una y otra vez dije “no quiero” y
quise tantas veces, cuando azul el cielo. Pero gris, gris tú, tu mirada, tus
hemisferios.
Y yo, contando el cuento que no
tiene final, que nunca leo.
Pocos son los latidos que le restan
al goteo, sangre lisa y transparente, sangre que ya no bebo.
Pero tú, que te vas con los días, con
las horas, con los minutos, tu no entiendes la luna, tú convives con los otros.
Mírame, yo soy la luz que se apaga. Yo
y el otro yo, y el súper yo y el ello.
Y tú, que me miras porque te lo
pido, pero se desdibujan tus aullidos de placer cuando te escribo.
Tú, cómplice del espejo en el que me
miro por no mirarte, mientras dices no mirarme y me miras, en versos claros,
desde lejos.
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