Una brisa ingresa lentamente, fresca
brisa por cierto, por la ventana del comedor. Atrás, una cama lisa, tendida con
pliegues de artista. Pero atrás.
Sobre las insignias grises de un
pasado inconsciente, yace la luz casi apagada… levemente viva.
Se tuercen los cables que sostenían
el tiempo y permanezco.
Un reloj casi humano me convence del
momento y voy, con el aliento seco, cerrando puertas oscuras, hasta llegar al
centro.
Una mesa amanece allí, como siempre,
y allí en el mismo lugar, con la redundancia de un texto limpio, las sillas
crueles y de madera.
La brisa es viento ya. La noche es día
y la lluvia hielo. El infierno me hace compañía. Espero.
Ventana abierta aún, aunque nunca
llego, no se cierra como no lo hacen mis ojos, ni un parpadeo. Espero.
Me limito a agarrar el suelo con mis
uñas y su carne, para no volar con el torbellino, para no despedirme en un eco.
Y espero.
Hasta ayer las pesadillas terminaban
con un almuerzo inmenso en la misma mesa que se volaba pero que volvía para la
hora del entierro.
Hoy ceno en el mismo suelo,
donde las marcas de mis uñas,
repitiendo:
"espero, espero".
"espero, espero".
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