Un disparo
más. Yace tu alma penetrada por un acero inconcebible de tu capacidad, me digo,
mientras caigo en el colchón adormecido de mi pesadilla blanca.
Sangro un
lago de complacencia que moja la insistencia de mi lectura inconexa. Veo como
bajan las aves a comerme la cabeza, a depositar sus crías en los restos de mi
conciencia.
Pretendo
una pastilla, una jeringa, y pozo sin fondo lleno de vacío, pretendo que la
vida se vista de gala para la producción de estas líneas sombrías. El temor. La
altura. La correspondiente representación.
Muero, y
viven mis recuerdos, y recuerdo que mañana actué en el funeral literario de un
verso llamado, vida, ayer.
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