sábado, 1 de septiembre de 2012

El misterio



¡Qué encantador el misterio!
Lleno de hojas blancas de líneas,
pero negras de pensamientos.
¡Y qué simple!

La locura invade el cuerpo gris de la derrota,
lo quema, lo entierra,
y luego éste brota como incansable,
como interminable.

El cuerpo sometido al límite del tiempo.
Y el tiempo,
tan leve, tan suave,
tan gratificante y a la vez tan tirano,
etéreo.

La cumbre del placer se alcanza con el fuego,
con el dolor irremediable,
con el desenfreno.
Pero también con la paz, la espera,
la virtud del egoísmo y la compartida esfera del reloj
y sus agujas traicioneras.

Hoy me invade la perfección reprimida
de lo imperfecto de las letras.
Hoy, palabra audaz y cordial,
palabra que también se pierde en el laberinto de los días,
entre ayer y mañana,
entre el amanecer y la noche adormecida.

“¡Ay de mí!” diría,
si sólo pudiera pertenecerme.
Y se esclavizan los sentidos al mago azul de las máscaras,
el texto.
Ese devastador instrumento que me compone en finos versos,
en toscas prosas y en discursos necios.

¡Qué cruel, qué mal actor, qué cuerdo espectro!
“¡Vete de mí!”,
pero no me escucho ni me leo.

¡Qué suerte innata,
qué vomitivo estruendo placentero,
qué sustancia tan sublime,
qué tristeza,
qué tormento!

Entonces no encuentro aposento
para asentar mi descontento,
mi ruina, mis intentos, mi sol de media noche,
mi luna desayunada en cereales muertos.

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