jueves, 6 de septiembre de 2012

La mirada



Una mirada. El recuerdo invade los años de cordura, completando el círculo vicioso de la angustia, la luna y las maneras más vulgares de la vacía estructura.

Una mirada. Y se completan los versos solos, con la mitad de la noche en los hombros, los ojos. Existen las verdades y a veces, también, las poesías subliminales. Pero una mirada compromete a los estandartes de la literatura básica. Esa mirada que se apodera de las horas en todos los relojes existenciales.

Mientras miro al más allá en una habitación cerrada de claustrofóbicos momentos, imagino la mirada sobre mis textos ciegos y la venero. También la maldigo, la compongo y la arrastro hasta la rima del ejemplo. Pero nunca la supero.

Vaga, rondando la presión en mis manos congeladas de silencio y suspira, porque tiene boca y tiene verbo. La mirada se comporta como el árbitro del sendero en el que caminan mis letras, a la deriva del mundo entero.

Esa mirada, la vieja, la recordada, la estupefacta ante los sucesos, no se escapa de mis palabras. Y yo no me escapo de su peso. Pasan los minutos, el oscuro indicio de la noche se hace presente en mis pies difuntos y aparece; dice de su pena en la ausencia de la realidad. Es tan profunda como el negro de la sangre, es tan inconclusa y me mira como esperando una reacción que no puedo darle, pues me mata con suavidad.

La mirada, esa, la constante, dispone de mi inspiración y se complementa con la materialidad. Entonces, cuando de mañana, y la pesadilla reconoce el final, me escabullo entre mis sábanas de papel, y escribo del sueño que no tuve, ante los ojos cerrados de la memoria artificial que todo lo cubre.

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