Gira en torno al cuello neutral
una soga oblicua que se desgasta con el peso del cuerpo muerto. Una mano
arremete contra la intempestiva fuerza de un nudo gris. La vida se escuda del
llanto, la tarde de la mañana, la noche se incendia en cantos, cantos que
sucumben luego, en la madrugada. Se lucen aquellos esclavos que vieron venir el
final, se ríen del más sensato que ya no puede olvidar. La muerte se avecina,
se esconde tras los cadáveres exquisitos de la poesía animal. Y ellos, esos
ciegos del tiempo, se mecen a la altura de la aguja más baja, cuando la hora se
acerca, cuando ha pasado el final. El viento era aquello que volaba techos en
un pasado, hoy es la caricia que se acerca al brazo apoyado en el sillón
ecléctico de la mirada. Pero nadie ve, nadie sabe a dónde disparar esa bala de
plomo que reposa sobre el arma más negra de la consciencia subliminal. Dicen
del suicidio que ha sido el hazmerreír de todos los astutos, dicen haber
burlado al destino con una pastilla menos en el coctel de la locura. Las maldiciones
abundan en el rincón putrefacto, cerca del cuerpo ahorcado del que se ha
hablado previamente. Todos comían allí, hasta los más débiles de esfínter,
hasta los más cautelosos de la justicia. Todos se bañaban en el lodo que ni los
cerdos querían rozar, que ni los hongos quisieron usurpar. La luna, casi tan
arrepentida como aquella estrella fugaz que solo se limitó a caer, lloraba
desnaturalizada de todo parecer altruista y de la pequeña raza humana. Dicen
que la pobreza de mente se compara con un apocalíptico sueño en el que no
existen los inodoros, ni el papel, ni la sustancia que irradia un perfume
sanitario. Pero esos que dicen, luego se van al campo de las directivas azules
y derrumban los árboles con ideas cagadas en una suerte de forma circular. Hube
escrito alguna vez una oda al silencio, pero preferí callarme al terminarla sin
poder compartir siquiera un tercio de esperanza para los gritos ensordecedores
de las demoras inventadas. La costumbre, la costumbre se acomoda a la forma
plana de mis pies tallados dentro de un calzado harapiento y desmoralizado, la
costumbre se hace a la mar y pisa una isla y vomita la tierra y luego respira,
vuelve a comer lo expedido y se retuerce finalmente en el fondo de lo que
supuso, previamente, un río. La costumbre me insignifica el cuerpo, la
costumbre me come el cerebro, la costumbre de esperar también es el castigo
incierto a la razón que ríe del sueño, y a la verdad que nace de las palabras
echadas al viento; sí, ese mismo viento que ya no vuela los techos pero que
acaricia el brazo posado en el sillón catastrófico y ecléctico. Entonces la
soga finalmente se corta, la mano se vence y el nudo afloja sus coordenadas,
pero es tarde ya, el cuerpo cae desnucado en el medio de la nada, y me
pregunto, ¿será que no lo han escuchado? Para ese entonces yo me había
levantado de suelo, me había limpiado la cara, me había peinado de nuevo, y
volvía lentamente con la soga en mi mano dolida, y con el intelecto intacto,
pero enfermo.
lunes, 17 de diciembre de 2012
sábado, 8 de diciembre de 2012
Los ojos limpios
Los ojos limpios se regocijan de
tempestades, limpios como cristales enlatados en cautela resistente, limpios
como la redes de un suspiro inconsistente. Los ojos limpios se componen de
presentes, obviando futuros, rememorando fuentes. Limpios como respaldo de
hipocresía, limpios como la oscuridad de la poesía. Resplandecientes recuperan
su tono habitual, condecorando con guirnaldas de ocio las costumbres
correctivas de su mirar. Los ojos limpios destruyen a su paso la conexión que
existe entre uno y otro vaso. Los ojos limpios y ambiguos tal vez se
propusieron la pulcritud alguna vez, quizás se derramaron en vidas anteriores,
observando cómo reponerse de los aguaceros traidores. Los ojos limpios destilan
veneno por el verde prado, abriendo el sendero. Y van, como nubes por el
occidente, como torbellinos por el oriente, como chaparrones incesantes por el
medio oblicuo de un cuerpo celeste. Van, como la limpieza esbelta que consume
siluetas en la soledad; van, como la fisura de un tabique arremangado en la sustancia
corrosiva de una línea más. Los ojos limpios no hacen más que respirar, que
comer, que palpitar, como la incoherencia que se lleva las letras a la mierda y
también un poco más allá. Van, los fieles crudos, con la leve impresión de
observar, pero sin ver; prácticamente se escapan de la realidad. Los ojos
limpios también se ensucian con tanta ilegalidad que, finalmente, llegan a la
blancura total de la necedad. Los ojos limpios, prometo, no serán para guardar,
no cortarán con la cordura, no serán para cuidar, no iniciarán ninguna fuga, no
serán para inspirar. Los ojos limpios simplemente denotan pasividad,
intransigencia, demoras y una gran capacidad para disuadir a los otros, a los
ojos de verdad.
lunes, 12 de noviembre de 2012
Ver pasar
Allí pasan las noches, frente a
mis ojos quietos y expectantes. Pasan intranquilas, desinteresadamente; pasan
los días, también, y las tardes. Las horas permanecen, como mi reflejo en el
espejo, adelante.
De mí supongo tantas vacías copas
de un vino ensangrentado con algún corte irrespetuoso del camino andado. De mí
supongo tantos cuentos narrados en la inexistencia predilecta de algún sueño
nunca antes soñado. También el café y el espasmo irreverente de los nervios
atragantados supuran de inocencia, lloran a mi lado. Me contenta el día
llegando a mis pies que no han dormido o a las manos del olvido. A veces pienso
que es lo mismo, a veces ni pienso siquiera, a veces dudo si existo.
Digo que la vida se complace con
la ironía con que la percibo. Triste y solitaria, y sonriente al mismo tiempo,
como anticipándose al destino; como invitándome al abismo en el que poseo las
mejores vistas al vacío. Pero no me despido, nunca digo adiós pues tal acción
retuerce mis principios, aquellos del final, justo al medio del año entrante y
el pasado en regocijo.
Plantaría evidencias altruistas
en el fondo de un corazón de artista que se encoge con el paso de las rimas
automatizadas de una prosa mal escrita. “Bravo”, dicen las malas lenguas
formuladoras de teorías de mierda y alguna que otra porquería. Vocabulario de
masas y de amuletos perdidos, como la pata de una rana almorzada por un herido
consejo bien aprehendido.
Me limito al cigarrillo que se
consume como el suspiro alado de la ignorancia y el sentido. Me limito al cruento
desafío de escribir un poco menos de lo que realmente respiro.
La sesión no terminaba, el
inmóvil cuerpo apaciguaba la palabrería disuelta en un vaso transparente lleno
de agua, como una aspirina acogedora debajo del sendero de la cama, antes de adormecer
la sinopsis furtiva de un film de culto. Nunca terminaba, nunca mis manos
sudaban, pero tampoco iniciaba. La pesadilla se extendía sobre el diván al que
mi figura se acomodaba, impecable y sutilmente, sin derramar la existencia por
el bolsillo roto del pantalón. El cadáver yacía, tieso y suave, mientras la
libreta se llenaba de las mismas falacias anticipadas como rimas en las líneas
derivadas del pensamiento posterior que nunca se formulaba. Yo, que de la nada
me extravío en las constantes carcajadas, lo veía todo desde adentro pero con
la mirada perdida en el contexto socio-histórico de mi desprendida e idealizada
narración.
Y vuelvo, siempre vuelven las
constantes lógicas, siempre el silogismo se plantea sobre cuestiones
paradójicas de una costumbre asentada en la palabra y el poder. Y lo lamento,
nuevamente, como se lamentan las flores cuando el invierno les cae encima, sin
previo aviso. Los rituales de la cordura son nocivos para mi espíritu, ese
mismo que asimila la productividad como una esponja en agua hervida. Escribir
es una droga de la que no hay vuelta y me inyecto fuertemente las palabras con
una jeringa usada, usada mil veces por la misma basura que se llama
prescripción abstracta.
Puedo observarme muriendo
lentamente mientras revivo, mientras conspiro contra la próxima poesía que
nazca de esta conjunción asexuada de posibles libros. Mis rodillas se amarran a
la posibilidad de unirse en obsecuentes ladrillos, y así camino, con la frente
en alto, por el pasillo del castillo amado, en el que dejo cada uno de mis
instintos, mientras me lanzo por el balcón del patio vecino. Pero ¡cuánto amo
el resentimiento asesino! Yo y mi reflejo, son tantos los versos escondidos en
el reflejo acumulado de millones de ojos que no son los míos. Percibo, derribo,
ansío, vomito, escupo y escribo. Vivo del mundo que vive de los míos; del real,
del soñado, del imaginario y del preferido. Vivo y mueren los paisajes que ya
no he vuelto a ver, pues he perdido los recuerdos, y no recuerdo ya el camino.
La melodía, belleza que mis oídos
ensordece, carcome cada espacio lleno de sentido. El objeto gris se posa sobre
el colorido banderín que llevo en el medio del portafolio sobrio, consecuente
con mis lentes y aparentemente ejecutivo. Camino con rocas en los hombros, con los
ojos dormidos, con la piel opaca de estrellas, con el aura desmembrada de
tantas persecuciones en vela.
La verdad de un cuerpo se
complace con la despedida de todo lo ajeno, con el peso arremangado en la cama
solitaria pero llena de fantasías que, al salir a la luz, se persignan en una
iglesia bañada de mierda, como todas aquellas que se limitan a un libro
desvirtuado de la realidad. Así, mis libros que no existen aún, se componen
como odas a la contra y al misterio de la ciencia enamorada de mí. Más no sé
decir, digo, y repito como un fetiche perverso, como un eco que vislumbra el
remordimiento y la pasión anudada del sueño ensimismado y el amor al cerebro
que lo piensa sin escándalo, allá donde los versos se hacen atajos al medio de
otra alma partida al medio que beso sin reclamos.
Podría cautivar a los lectores,
podría desmembrarlos, podría remontarme al principio del texto y enceguecer
cada lapsus interpretado. Pero permanezco, me mantengo al costado de la
inocencia y cometo el delito con un sicario. Amontono cada resultado, luego,
bajo la almohada de algodón prensado y duermo sobre las vidas que he tomado. Dormir
es siempre el castigo y el rechazo al poder asombrado de la naturaleza que se
posa cada noche en el tejado del insomnio cansado. Mi prisión y mi resguardo.
La marioneta también sangra, las
balas también matan al fantasma de la virtud que espera, a la deriva del tiempo
y, ciertamente, también lloran mis ojos al observar nada más que encuentros
furtivos y acelerados con el calor de la oscuridad. Ansío, como cada punto su
gravedad cero, un poco de silencio y más ruido pendenciero que me rompa los
latidos y los aniquile antes de caer al suelo. Todo lo quiero y lo poseo, pero
no me alcanzan los dedos y me sobra la quietud de cada estrofa que no empiezo
porque empecé con un gran cuento que no sé terminar. Me detengo, bebo un trago
de este jugo negro y caliente y me resisto, más no puedo y continúo con el
cruel flagelo. Lejos del futuro, olvidando el pasado y admitiendo un presente
catastrófico y hermoso, como un barco que se hunde en un río de chocolate, bien
profundo. ¡Qué paralelismo tan boludo! Pero cuidado, no así inoportuno.
El insípido antropocentrismo me
habla en francés, contesto con un tartamudeo propio de un ser que se admite
ateo del sentido maléfico de cualquier dios. Mi universo gira alrededor de la
palabra, de la lengua, de la virtuosa apariencia que hace a la diferencia entre
un ser y el resto de la incoherente masa presuntuosa, religiosa y desdichada.
La madera en forma de cruz se hunde en el pantano de la adversidad que se ha
causado a si misma por mentirle a la humanidad. Yo vivo, no pretendo caer con
cada uno de sus pecados escritos en una piedra intoxicada de viejos ritos. Yo
vivo, desde la realidad a la que pertenezco y de la que respiro. Y escribo,
afortunadamente, lo admito, escribo porque desentierro el pensamiento
acostumbrado a cubrirse del frío.
A punto de culminar es que me
observo una vez más, esta vez desde adentro, y me pregunto si realmente espero
o es que me gusta ver pasar el tiempo frente a mis versos mudos de silencio. Me
pregunto tantas cosas que finalmente no contesto por el miedo que me causa
encontrarle sentido a cada texto. La maldición se convierte en un laberinto
acostumbrado al éxito inédito que yace a lo lejos, donde casi no existo, donde
ya no veo más que interminables escaleras elevadas más allá de la percepción de
un olvidado horizonte. Y al fin me leo y desvanezco en el mismo lugar donde
pasan las noches, frente a mis ojos quietos y expectantes mientras pasan los
días, también, y las tardes.
lunes, 29 de octubre de 2012
Infinita agonía
¡Ay de la insistencia!
Demencial compañera de las
horas,
pero desleal ante la obras.
Espina azul del desengaño,
tus empleos del verbo me
aconsejan
dejarte guiar mis rimas,
y te haces de mi arte tu
comida.
Me quitas las sombras
y te saboreas en mi literaria
agonía.
Mis pasos se mueven
al ritmo de la prudencia,
a la luz de una vela.
Esta negra noche es mi reina.
Así plasmo lo nulo de mi
experiencia.
Esta es la muerte y la
belleza.
Un verde té sacia mi sed
intrépida,
su amargo sabor me ciega.
“Pobre de ti” dicen las
letras
y pobre de mí,
esta es la adicción más
turbulenta.
A tu lado ¡Oh, poesía
inquieta!,
me derrito como cera,
suspiro una estrofa,
y cada trago me quema.
Tu absolutismo me esclaviza.
Tu poderío arraigado a mi
alma
me confina al fondo de mi celda
artificialmente narrada.
Puedo admitir mi demora,
soy de la canción escolta
y madre e hija del libro.
Soy la escoria
y el lecho del fugaz placer
al que aniquilo.
Pídeme de ti y te daré hasta
el fin,
Te crearé, si así deseas,
un final feliz.
¡Ay, pero te amo!
Este odio me supura por los
ojos,
más amo someterme, bestia, a
ti;
a tu mandato hipócrita y
egoísta.
Soy tu fiel sirviente,
tu marioneta trágica,
tu artista.
Fumo de tu droga el humo,
sumo a mis andanzas el
tumulto
y el eco de tu esbelto anochecer
sobre mi lejana aurora.
Y cuando ya me tienes de
sobra
te haces reflejo en mis obras
confinándolas a tu infierno
crítico.
Mi castigo es no morir,
bailan en mis manos tus
sueños,
cantas al aire lo incierto
y yo me limito a escribir.
Pero pronto habrás de saberme
enemiga de tu repetición.
Pronto, inmunda musa
omnisciente,
sabrás de mi conmoción.
A ti te lloro y te aplaudo,
a ti mi reivindicación,
a ti estas putas letras
que se asemejan a un ataúd.
Te entierro en mis venas
como heroína de salvación,
te vierto en mi sangre tiesa,
mientras te cortas la lengua
en un abecedario burlón.
¡Ay, si pudiera asirte,
amarrarte a mi piel,
y amarte con cuerpo y tierra!
Si solo pudiera, poesía,
hundirte en el éxtasis de
estas manos
manchadas con tinta,
y derramar mi arte en tus
campos
de flores marchitas.
Sería infeliz por humanizarte
pero me contentaría que
sintieras
el placer de un cuerpo en tus
líneas.
Un dolor eterno me invade,
colmas de melancolía esta
madrugada nunca mía,
me cubres de sombras la luna
y delatas a mis latidos con
tu furia.
¡Cómo te divierto, maldita!
Te haces de mi insomnio una
parodia infinita
con el modo original que
nunca oí.
Recitadora de las nubes,
odiosa amante de las voces
lúgubres,
ven a tenderle una mano a mi
quietud,
ven a avergonzarme una vez
más con tu golpe bajo,
ven a devorarte mi juventud.
¡Ah, tú todo lo tienes!
Las campanas, los prados, las
estrellas
y la luz que me falta.
Todo lo posees, avara
y ni un manto me prestas.
Solo me das inviernos de frío
y arena.
Mis ojos te detestan,
mi olfato de asemeja a la
mismísima mierda,
pero mi corazón suicida te
anhela.
¡Oh, reina de mi mesa,
bésame la frente,
que yo te doy hasta mis
piernas!
Este suelo me eleva,
me lleva hasta la pregunta
predilecta de la tristeza:
¿Seré solo la imaginación de
algún poeta?
¡Ay de la insistencia!
Siempre me encierra
en este oscuro laberinto sin
respuestas.
miércoles, 3 de octubre de 2012
For the dead
Y entonces yo,
como un ave en el cielo gris,
evitando el sol de un atardecer inquieto.
Y tú.
Tu espectro revolotea en las alturas de una cuesta
que se tuerce hacia arriba.
Nos miramos como pretendiendo el tiempo y la muerte,
como ansiando la hipotética marcha atrás del silencio.
Pero siempre me despierto
y tú mueres en la oscuridad contigua,
donde existe el alma,
donde aún la vida.
No me place tu impaciencia, rosa marchita y vieja, no.
Ya no me envuelven las sábanas de las mañanas
y el frío recorre malviviente toda mi espalda plana,
y mirando yo hacia el verso que todo engaña.
Y te encegueces tú,
en ese infierno que llamas eternidad.
Mis pies se hacen al agua como barcos que buscan la fuga del
mar,
mis manos se hacen al fuego
y duermo en el insomnio opiáceo de una noche triste.
Maldicen las estrellas al sol de las mil caras
y tú, la galaxia más necia, ríes a carcajadas.
Y entonces yo,
como si me hubieran nacido alas en las entrañas putrefactas
y tú, como imitándome en estas líneas llanas,
te despiertas del letargo infinito y me buscas allí,
donde sólo existen mis palabras.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Cuestionable
Entiendo poco de la nada equivalente a ciertas palabras, se
abrazan los complejos en el cielo celeste de la mañana, al sol tan sombrío,
despejado de ilusiones pasadas.
Me compongo y se disponen las rimas, al azar, en una melodía
olvidada. A lo lejos un piano, casi mudo, casi delirando en notas cuadriculadas,
y redondas y ovaladas.
Supone el tiempo un descanso migratorio, un solsticio que se
rompe en las manos de algún agosto.
El viento, cansado de soplar la tierra de una mesa varada
frente a las ventanas sucias, disipa las dudas cayendo al compás de la melodía
inmunda.
Y brota del grito una excusa, una casualidad entre tanta
certeza junta, ¿qué será del día cuando la noche sucumba?
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Un largo amanecer
Desde
mi eterno amanecer le escribo a las cosas indignantes, a los verbos
conceptuales y a lo irónico del mensaje, cuando no hay puntos finales. Dice la
leyenda inventada sobre mi almohada en desuso, que las costumbres ancladas
suelen partir con un estornudo, que los cuentos se derriten como el hielo en
invierno, y así como imposible, todo se concentra en un sueño. Todos dicen,
claro, pero ¿qué hay de mí? No digo, ni espero, ni siquiera respondo, solo
escribo, como un tormento, un buen tormento que despierta mis instintos, los más
bajos, los más negros. Si algo me caracterizaba, me digo mientras me peino
(poco, el tiempo es necio), era la capacidad de discernir. Pero hoy enloquezco,
sanamente, claro, pero me peino. Eso debe indicar cierto desorden actitudinal,
cierta destilación de trastornos, algo de ingenuidad. Aunque lo dudo. Es que la
certeza se ha ido disipando con cada bocanada de este nocivo aire, con cada línea
andada en los surcos de la arrogancia esbelta que hace sangrar las fosas
nasales de la temporalidad. Me pregunto tantas cosas, que olvido responderlas,
pues el feedback repentino no es mi mayor fuerza, ni el tardío, lo acepto. Poco
soy de esa destreza. Pero miento, ¡cuánto miento! Miento casi tanto que se me
escapa la verdad por los ojos, por la boca, por los pies y por las manos
tercas, tercas y duras, pero ágiles también. Aquí el texto se va a la mierda
generalmente. Me contengo, quisiera una lectura detenida, una sonrisa o un
simple parafraseo de artista ofuscado obligado a leer sandeces de una mente
irreverente. Pero qué cruel. Sí, yo. No es que esté conversando, he dicho de
ello en el punto anterior, no malinterpretes por favor, tengo tanto de eso que
me autoevalúo cada cinco minutos, sucios minutos, como mi cenicero, lleno de
difuntos. Para volver a mi discurso, en la reivindicación de mi casi ida al
carajo, remendada ahora. Pero realmente son ágiles, las manos, claro. Lo son.
No lo dudes. Tampoco te esfuerces por pensarlo dos veces, es un decir
narcisista que no mide los niveles de aberración. La siesta está cerca y me
desvelo en la laguna de las ideas quietas. Tan quietas como mis pupilas, duras,
tensas. No me rindo, lo ves, lo sé, aún esperas. Pero no te quedes en la misma
cuerda floja que esta palabrería suelta. Detengo el ritmo, todo suena. Una
canción, el teléfono, la puerta, el agua hirviendo, la cena recalentada, la
cama que se eleva. Y digo basta, no me alcanzan las condenas. Me sobra el
ingenio, tanto que me deja a la deriva de un pensamiento, un silogismo de la
existencia. Leo y me lamento pero sonrío y despierto. Enciendo un cigarrillo,
ahora, y en tus ojos muero.
martes, 11 de septiembre de 2012
Ecos
Una brisa ingresa lentamente, fresca
brisa por cierto, por la ventana del comedor. Atrás, una cama lisa, tendida con
pliegues de artista. Pero atrás.
Sobre las insignias grises de un
pasado inconsciente, yace la luz casi apagada… levemente viva.
Se tuercen los cables que sostenían
el tiempo y permanezco.
Un reloj casi humano me convence del
momento y voy, con el aliento seco, cerrando puertas oscuras, hasta llegar al
centro.
Una mesa amanece allí, como siempre,
y allí en el mismo lugar, con la redundancia de un texto limpio, las sillas
crueles y de madera.
La brisa es viento ya. La noche es día
y la lluvia hielo. El infierno me hace compañía. Espero.
Ventana abierta aún, aunque nunca
llego, no se cierra como no lo hacen mis ojos, ni un parpadeo. Espero.
Me limito a agarrar el suelo con mis
uñas y su carne, para no volar con el torbellino, para no despedirme en un eco.
Y espero.
Hasta ayer las pesadillas terminaban
con un almuerzo inmenso en la misma mesa que se volaba pero que volvía para la
hora del entierro.
Hoy ceno en el mismo suelo,
donde las marcas de mis uñas,
repitiendo:
"espero, espero".
"espero, espero".
lunes, 10 de septiembre de 2012
Era (re-edit)
Era la eternidad, me esperaba. Yo era la oscuridad, y las
estrellas brillaban. Ahora soy solo las sombras, el reflejo neutro y las
ansias.
Sonreía y distinguía los vidrios rotos de los sanos y así volvía a
armar mi alma, que yacía en pedazos, y ella era la causa.
La plenitud de los días sucumbía ante las amenazas rendidas y las
apuestas fundidas. Luego quedé con las sobras de lo que fue el temor, con el
vacío llenándome los ojos, y con la contradicción de finalmente padecer.
Si fuera alguien, si alguien intentara irrumpir en su conciencia, sería
yo y mis imitaciones de la ciencia, de la perfección que completa.
Y yo suponía, ¡maldita puerta!, que no se cerrara, y
suponía y exponía mis razones, y luego la debacle, la situación de anterioridades.
Sabía explicarme las realidades.
Después caí en el pozo de las antigüedades, donde el tiempo no
existe más que como un recuerdo de grandes. Supe salir, supe irritar mis ojos
con ácidas lágrimas de odio, supe corromper cada flor hermosa y cada canción
triste con dejos de violencia y de instantes.
Pero no pude correr y volví al inicio de mis lealtades. La
irreverencia me instó a saberme capaz de mantenerme en pie, a sus pies, al
insomnio de sus noches y a cada distancia creada desde la inútil nada.
Caí nuevamente y luego volé al vicio de sus manos, compartiendo
las memorias de lo poco que dejó el viento, ese viento interior. Escuchábamos
los pájaros suspirar, y me oía llorar detrás de los futuros azulejos del cuarto
de la muerte.
Comprendió y siguió su camino. Quizás yo no merecía su propio
destino, más le interesaba saber de mi ayuda cotidiana, dentro de lo que
incluía el estudio de mi mirada hasta cuando dormía. Y esperaba, aunque la
paciencia nunca fue mi fuerte en instancias cercanas al miedo que me
importunaba.
La suerte nunca estuvo tan lejana, tan idealizada por mi
conciencia que todo se devoraba. Y no, yo no merecía ese destino que ella
dibujaba. ¿Cómo podría imaginarse, estúpida soberana, que yo podría alguna vez
olvidarla? ¿Cómo es que nunca veía que me ahogaba por no decir ciertas
palabras? ¿Cómo nunca comprendió el valor de una sincera mirada?
Y una lágrima derramé. Nunca fue la sensiblería barata parte de mi
necio parecer, nunca, y así no me dejaba, no pretendía, y simplemente
observaba. ¡Qué astucia la tuya!, pensaba, ¡y qué distante ahora esa gracia!
El silencio era la cruel daga que se incrustaba en mis entrañas,
bien adentro, donde ya poco sangraba, donde el dolor se elevaba a potencias
impensadas, donde el agua se hace más pesada, tan adentro y cerca, cerca de mi
destrozada alma.
¡Detente ahora!, demandaba. Una sola marca en el brazo fiel
del desengaño, en la espina clavada en el talón del pie solitario. ¡Detente
porque la melodía se acaba, y el último paso es tuyo! Daba gracias y sangraba,
pues no es fácil seguir el paso de la muerte con el aura lesionada.
Ni un millón de horas hubieran detenido el paso del invierno, ni
un millón de grados centígrados, mi vida, hubieran derretido el hielo.
Aquí yace enmendada nuestra insignia de las guerras andadas. Aquí
yace sepultada la esperanza nunca pretendida por las manos de la rosa
ensimismada.
Supuse hacer de ésta miseria un dulce recuerdo malherido, supuse
actuarte cien obras de uno y otro lado del mundo, de ese pequeño mundo que nos
anclaba en la isla desolada de la cruel virtud.
Quise, ¡lo juro!, quise contar los segundos y hacer mi pesar más
corto, quise suponerte viviente estatua en el parque del pueblo misterioso y
valioso corazón quise descubrirte, latiendo en esferas lluviosas, mi cielo.
¡Por favor ya no lluevas, ya no te muevas del aposento que te he
construido sobre mi espejo! ¡Por favor ya no lluevas, eternidad menguante, no
vuelvas, no te escapes de la jaula celestial que te imaginé para que poses tus
silencios en mi piel!
Es que ya ni eso te supera, es que ya el reflejo de mi rostro no
es para ti suficiente, es que ya el brillo de mis ojos no es para mí valiente,
es que me he destinado mal viviente para el resto de mi novela silente. Así
como el fuego, silente y quemándome, en cada uno de mis vocablos astutos y
difuntos.
Y en las estrellas me esperaba, sentada, cosiendo un sueño para mi
calma, saciando mi sed de falsas esperanzas.
¡Mírame ahora, pensando en las sobras, destruyendo las obras,
ahuyentando las moscas que se acercan a tu plato!, el plato principal de esta
cena: mi corazón hueco y un par de arterias. Mi vida entera alumbrada por la
poca luz de una vela, esperando la carroza que en mi puerta te dejará casi
entera, lista para devorarte las sombras o lo poco que de mí aún queda. De mí las
sobras, para ti las estrofas de mi completa y eterna obra, la obra de mi vida; esa
que ahora, sonriendo, te devoras; esa que, entre tus dientes, se desmorona.
destiempo
Un disparo
más. Yace tu alma penetrada por un acero inconcebible de tu capacidad, me digo,
mientras caigo en el colchón adormecido de mi pesadilla blanca.
Sangro un
lago de complacencia que moja la insistencia de mi lectura inconexa. Veo como
bajan las aves a comerme la cabeza, a depositar sus crías en los restos de mi
conciencia.
Pretendo
una pastilla, una jeringa, y pozo sin fondo lleno de vacío, pretendo que la
vida se vista de gala para la producción de estas líneas sombrías. El temor. La
altura. La correspondiente representación.
Muero, y
viven mis recuerdos, y recuerdo que mañana actué en el funeral literario de un
verso llamado, vida, ayer.
Tómalo todo
Toma una
porción de mi tiempo,
regodéate
en el silencio,
y llévate
mi vida luego,
hasta que
sacies tu epicentro
de un ego
que me sobra y que te presto.
Anda, corre
a contarle al mundo que yo he muerto,
que ha
nacido de mí la ironía
de una
hipocresía en forma de morbo,
en el trono
de la arrogancia
que nunca
le falta a mi antojo.
Sé que
buscabas mi corazón o mi alma,
sé que
esperabas calor
y no esta
pradera helada
que congela
tus latidos, amor.
Pero esto
soy,
y te lo
entrego en un cofre marrón.
Ve, diles
que te amo,
que me
sobran las palabras
y que a
veces me falta la voz
para
gritarle al infierno maldito
que tú
posees mi perversa pasión.
Muere el nombre
Más no
pediría,
elocuencia
mortificadora mía.
Más no
podría,
imposición
de impedimentos que me complica.
No.
Digo que me
quedan dos carillas
en la
exigencia de un texto desertor.
Vete,
entonces,
y no me
llames a la paz,
no me pidas
que me enfoque en la incrédula realidad.
Río frente
a ti,
me pican las
manos, se me escapan los pies,
te pido un
aumento de silencio,
pero solo
puedes nunca responder.
Reflejo
roto,
venideras
primaveras vacías de flores llenas.
Amigo,
espectro, desilusión de ejemplos.
Te cantaré
una canción desde el infierno.
Adiós,
lunática
existencia,
le digo al
lago que me bese,
como un
mito que no tiene dueño,
y me
refresco en mi propia esencia,
me aman mis
palabras
y así pasan
los días de duelo,
cuando
muere el nombre
y nace un
verso.
Corazón ausente
A la luz
del umbral,
al paso
lento de un animal de leyes,
al costado
del sol,
el mensaje
subliminal.
Tu corazón.
Tu vida
inmensa,
tus
pacientes respuestas,
tu
insistencia quieta,
y de mis
latidos tu canción.
Amor, con
voz propia de un temor,
amor que
acosas las mañanas,
por ti el
calor.
Pocos son
los manifiestos
en tu
nombre superpuesto
con el
llamado artilugio del color.
Tu nombre,
amor,
que todo lo
imagina,
tu nombre y
en la esquina
mi instinto
cazador.
Voy, de a
poco,
a gatas
casi,
a darte el
regalo de mi muerte,
con la
sangre poseedora de tu perdón.
Amor, que
la luna no se apague a tus pies,
que sigan
las estrellas titilando por tu piel,
amor de un
solo cuerpo
y con alma
de papel.
Te escribo
mil historias
indignas de
tu parecer,
te recito
musa alegre
y te
destrozo cuando no lo ves,
amor que mi
prosa alcanza con tus besos
el glorioso
anochecer del tiempo.
Amor no
tengo dinero,
no tengo
joyas ni anhelos,
pero muero,
mientras vivo.
Te
pretendo.
A la carga
los versos, las rimas,
cada
intento,
te busco
entre mis sueños
sin poder
decirte que este cielo brilla
con tu
sudor complementario
cuando me
amas.
Amor, así,
sin artimañas,
sin armas
que surquen
los
confines de tu esperanza,
así desde
la simpleza,
¿acaso con
esto te basta?
Amor, no
digas nunca,
ni jamás,
ni un
condicional de mañana,
di que hoy
serás la letra amada.
domingo, 9 de septiembre de 2012
El lecho frío
Quizás dije de más,
tu quietud supera mi silencio
que enmudece de a poco.
Se te ve la palidez asomando lentamente
tras el velo que te cubre,
tras la vieja madera que tiende a hincharse
bajo la tierra.
Tus ojos cerrados se contentan
con mi presencia laberíntica,
te conviertes en la letra,
lo ves,
pero puede que nunca lo sientas.
Aquí abajo es húmedo,
es negro, oscuro
como un bosque sin primaveras.
Si pudiera tomar tu mano,
pero está fría, tiesa,
blanca y gris
y hasta parece que ni siquiera existiera.
Lo siento,
he dejado la cordialidad allá afuera,
no se permite, entenderás,
la palabrería embustera.
Si acaso respiraras,
si acaso lo supieras.
Se te cae la cabeza de tanto en tanto,
pero vuelvo a ponértela,
como una armadura descalcificada,
como el cuello de una muñeca plastificada,
pero ósea al fin,
tal vez sin canas.
Allí nos contemplamos,
miro hacia la nada
y me siento criminal
al invadir tu morada.
Vistes retazos de un viejo
y nuevo conjunto
que antes hubieras lucido como nadie,
tu pecho es profundo.
Vagan insectos por tu bello esplendor moribundo,
y sonrío,
pues con el tiempo he enloquecido
y esto no me causa estupor alguno.
Es irremediable contemplarte
con cierto asco perverso
y querer darte un beso imposible
por no encontrar tu piel.
Lo siento,
nuevamente me olvidé que has muerto hace tiempo
y converso como si me escucharas
recitarte mi futuro libro
a tus pies que no se mueven.
Tu lecho está inmundo.
Quizás dije de más,
me percato de tu quietud superadora,
busco una escalera y te despido,
espero te gusten las rosas.
Múltiple Yo
La parte más oscura de la clara sombra incinerada.
Tus ojos.
La cara hostil desarma sangrantes estrellas acumuladas.
Mis manos.
La eternidad se concentra en la última línea blanca,
en la mesa de vidrio, en la casa dorada.
Tu boca.
La costumbre se hace agua en el placer de los tiempos,
en la mirada lasciva que subyace detrás del viento.
Mi reflejo.
Y la miel del mal
que intoxica las rosas crudas de aquel invierno.
Invierno, infierno.
Tu espejo.
La maldición hecha carne,
y hecha tierra y malos conceptos,
y mi voz.
Te llaman los astros, se retuerce el velo,
te comen los pies los recuerdos,
y te imita el mar, con olas de fuego.
Mi especie.
Nosotros, o sea yo,
te limitamos el cuerpo, te hacemos trizas, mi cielo,
te devoramos el cerebro o corazón
o el dedo índice de la discordia,
amor.
Y tu grito mudo
y tu ciego mundo
y tu laguna esbelta
que se opone a la nuestra.
Yo.
No tengo armas,
tengo letra, tengo rima, tengo esencia,
tengo muerte que la vida deja
y tengo un remedio para tus quejas.
Nosotros,
el único nudo de la soga tiesa
que te corta el cuello
y te devuelve con la piel ilesa.
viernes, 7 de septiembre de 2012
Perversión
Sueltan las
rimas
una ironía
de acero
que sumerge
a las líneas
en el fondo
de un basurero.
Pueden los
libros decirte,
dicen los
que nunca han sabido,
cómo
reconocer al instinto
de un autor
llamado infinito.
Pero ¿cómo
pensar en exilios
y
despedazar al ejemplo maldito
sin las
pistas impostoras
de un
suplente anticipo?
Busco,
indudablemente,
las ansias
del artista,
la luz de
un mediodía anticipado,
la
oscuridad de una noche malabarista.
Busco
complejizar un concepto banal,
desparramarlo
en el suelo
y
ausentarme del recinto
por una
necesidad carnal.
Busco que
se crea en el pretérito indefinido
de la
realidad,
contemplando
desde lejos
cómo mueren
los demás.
Juguete de trapo
Te pesan
las manos,
animal de
trapo
que creo
con mis ojos,
te sobran
los años,
y te
arrugan la frente
tus
costuras de lado.
Te buscan,
llamando.
Te llaman
cuando caigo
y vuelas
como ave
y algo
extraño,
al ocaso
transparente,
de tu
rincón helado.
Me alcanzan
pocas estrofas
para
arruinarte el pasado,
para
saberte en las sobras,
husmeando
los costados.
Y ansiosos
los lobos,
hoy tus
sueños devorando.
Se te cae
el cabello,
te pareces
al lago
mojando
desconciertos
y al
furioso amanecer de los tormentos.
Se te cae
el cabello
y te sobran
los ancestros.
Cada seis
versos te apago,
te revivo
luego
y te vas acostumbrando.
Locura de
fallos, ya ves,
revisión
obsecuente
de un
lejano escándalo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)