sábado, 8 de diciembre de 2012

Los ojos limpios



Los ojos limpios se regocijan de tempestades, limpios como cristales enlatados en cautela resistente, limpios como la redes de un suspiro inconsistente. Los ojos limpios se componen de presentes, obviando futuros, rememorando fuentes. Limpios como respaldo de hipocresía, limpios como la oscuridad de la poesía. Resplandecientes recuperan su tono habitual, condecorando con guirnaldas de ocio las costumbres correctivas de su mirar. Los ojos limpios destruyen a su paso la conexión que existe entre uno y otro vaso. Los ojos limpios y ambiguos tal vez se propusieron la pulcritud alguna vez, quizás se derramaron en vidas anteriores, observando cómo reponerse de los aguaceros traidores. Los ojos limpios destilan veneno por el verde prado, abriendo el sendero. Y van, como nubes por el occidente, como torbellinos por el oriente, como chaparrones incesantes por el medio oblicuo de un cuerpo celeste. Van, como la limpieza esbelta que consume siluetas en la soledad; van, como la fisura de un tabique arremangado en la sustancia corrosiva de una línea más. Los ojos limpios no hacen más que respirar, que comer, que palpitar, como la incoherencia que se lleva las letras a la mierda y también un poco más allá. Van, los fieles crudos, con la leve impresión de observar, pero sin ver; prácticamente se escapan de la realidad. Los ojos limpios también se ensucian con tanta ilegalidad que, finalmente, llegan a la blancura total de la necedad. Los ojos limpios, prometo, no serán para guardar, no cortarán con la cordura, no serán para cuidar, no iniciarán ninguna fuga, no serán para inspirar. Los ojos limpios simplemente denotan pasividad, intransigencia, demoras y una gran capacidad para disuadir a los otros, a los ojos de verdad.

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