Los ojos limpios se regocijan de
tempestades, limpios como cristales enlatados en cautela resistente, limpios
como la redes de un suspiro inconsistente. Los ojos limpios se componen de
presentes, obviando futuros, rememorando fuentes. Limpios como respaldo de
hipocresía, limpios como la oscuridad de la poesía. Resplandecientes recuperan
su tono habitual, condecorando con guirnaldas de ocio las costumbres
correctivas de su mirar. Los ojos limpios destruyen a su paso la conexión que
existe entre uno y otro vaso. Los ojos limpios y ambiguos tal vez se
propusieron la pulcritud alguna vez, quizás se derramaron en vidas anteriores,
observando cómo reponerse de los aguaceros traidores. Los ojos limpios destilan
veneno por el verde prado, abriendo el sendero. Y van, como nubes por el
occidente, como torbellinos por el oriente, como chaparrones incesantes por el
medio oblicuo de un cuerpo celeste. Van, como la limpieza esbelta que consume
siluetas en la soledad; van, como la fisura de un tabique arremangado en la sustancia
corrosiva de una línea más. Los ojos limpios no hacen más que respirar, que
comer, que palpitar, como la incoherencia que se lleva las letras a la mierda y
también un poco más allá. Van, los fieles crudos, con la leve impresión de
observar, pero sin ver; prácticamente se escapan de la realidad. Los ojos
limpios también se ensucian con tanta ilegalidad que, finalmente, llegan a la
blancura total de la necedad. Los ojos limpios, prometo, no serán para guardar,
no cortarán con la cordura, no serán para cuidar, no iniciarán ninguna fuga, no
serán para inspirar. Los ojos limpios simplemente denotan pasividad,
intransigencia, demoras y una gran capacidad para disuadir a los otros, a los
ojos de verdad.
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