La eternidad del último cigarrillo,
la primera nota de la mañana en un cuaderno de
bolsillo,
el primer libro de la semana en la mesa de luz,
y la inconstancia en el cajón.
Los días extrañan a la noche,
y yo me visto de gala al atardecer.
La alfombra se inunda de planificaciones en vilo,
mientras el tiempo se acrecienta sobre el colchón.
Mis manos suenan el último hueso antes de la
redención,
y caigo al saber incierto de la mierda sobre el
calefón.
Sin ánimos de ofensas, mi ateísmo adquiere más que una
certeza,
y me siento en el frío suelo a meditar.
El último anillo de saturno en torno al primero de mi
ensueño,
contrarrestando silogismos de frecuencia en mi
compromiso con el espejo alardeante.
Luego. más
adelante…
rasco la picadura de un mosquito inquieto cerca de mi
oído precario.
Te busco en mi eterna última pitada,
en el punto aparte de una idea alargada,
en el párrafo final de Rayuela,
en el último segundo antes de despertarme
y golpearme el dedo con la pata de la mesa.
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