Resuena en mi pecho cada trago incompleto,
cada ser al encuentro de una mitad,
cada intento.
Me place la luna a los pies de mi cama,
casi tanto como me place el sol del mediodía
sobre mi cabeza oxidada.
Mis años, ni tan pocos ni tantos,
suplen de raíces a mis pies desnudos de experiencia,
pero abrigados de ilusiones pasajeras.
Suda el cuerpo abstracto,
árbitro de convenciones radicales,
astro de los astros nunca celestiales.
Y raspa la alcantarilla,
con su olor a estiércol,
con su mano derecha podrida.
(con su voto negativo, con la excusa preferida).
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