Llueve adentro, busco un techo y nado al centro.
Cada
brazada un latido, cada balada un castigo.
Compuse las mil odas y el millón de
rimas sobre tu almohada.
¡Y ahora me sueñas en el silencio, desalmada!
Llueve adentro y la niebla me quita la visión de mis
aciertos,
me detengo en la nada buscando guarecerme de la tormenta anticipada,
y finalizo bajo el puente de la derrota.
¡Me mojas las ideas, idiota!
Llueve adentro y las llaves de mi casa se fueron por
la alcantarilla del pasado,
no tengo suelo, no tengo tierra,
no pertenezco al
mundo ni hago la guerra.
¡Me adormeces el sentido, altanera!
Llueve adentro y debo salir,
cada puerta cruzada más
del afuera me aleja,
me detengo ante la duda, construyendo un castillo de
cristal en el agua sucia de mierda literaria.
¡Me encierras en el mundo, solitaria!
…
Ya no llueve y me escondo nuevamente en el laberinto
de las palabras,
supongo un diccionario paralelo, compuesto de artimañas,
y te
venero sobre el lecho vacío.
¡Me carcomes con tu sombra, en el espejo, reflejada!
Entonces me doy la vuelta y me voy,
mientras me das la espalda,
condenada.
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